pablo no entra para nada, probablemente ni siquiera se da cuenta de que he dejado mi propia casa, y cuando llamo a casa para decirle a Mamá dónde estoy en caso de que esté preocupada, susurra:
—¿Por qué te fuiste? No puedo conseguir que este chico vaya a casa y es…
—¿Un idiota?
—Bueno… sí. Pero pensaba que querías que te visitara.
—Bueno, ahora no.
—¿Te fuiste porque él… am, porque él…?
—Sí, sé que piensa que estás buena, mamá. Está bien. Me lo imaginé alrededor de dos segundos después de que apareciera.
—Juro que no intenté…
—Lo sé.
—Y rocio, eres tan maravillosa, y sé…
—Me tengo que ir —digo, y cuelgo antes de que pueda decir nada más. Sé que mamá ni le dio ni le da esperanzas a pablo, pero ahora mismo no necesito oírla decir lo “maravillosa” que piensa que soy después de tener que ver al chico que era tan tonta para gustarme ,babear sobre ella.
—No —le digo a gaston, quien me está mirando.
—¿Qué?
—No digas nada.
—Bien —dice gaston—. Siente lastima de ti misma por el hinky perdedor que escribe malas canciones.
—¿Hinky?
—Es una palabra —dice gaston—. Más o menos.
—Bueno, le pega. Y no siento lástima por mí misma. Es sólo que no me di cuenta de que pablo es…
—¿Un enorme cabrón pretencioso?
—Sí —digo—. Eso.
gaston me sonríe.
—Bueno, ahora ya lo sabes. ¿Quieres tomarte un descanso?
—¿Qué, ahora?
—Bueno, sé que has estado locamente ocupada —dice, y señala a nuestra terminal, la cual se ha puesto en blanco debido a la inactividad.
—¿Por qué va tan lento, de todos modos?
—Yo… bueno, después de que pablo llamara, lo configuré para que las entradas de pedidos fueran a la sala C empezando desde hace 5 minutos.
—¿Por qué…? ¡Te ibas a ir pronto!
—Oh, esto de la chica que llamó para decir que estaba enferma para salir con… —La voz de gaston se desvanece—. De todos modos, vayamos a comprar a las maquinas expendedoras. Me muero de hambre, y pasarán al menos otros 30 minutos hasta que alguien en el C se de cuenta de lo que pasa.
—¿Qué ibas a hacer cuando se dieran cuenta de que no estabas aquí?
—No lo sé. Hacer que me echen, supongo.
—¿Por qué harías eso?
Se encoge de hombros.
—He visto patatas fritas de sal y vinagre ahí afuera. Ya sabes, normalmente se acaban en un día, así que…
Así que gaston y yo vamos y compramos comida. En realidad, él termina comprando porque salí de casa con mis llaves y ochenta centavos en mis jeans.
—De acuerdo, es suficiente —digo mientras me pasa una tercera barra de chocolate—. No puedo comer todo esto.
—Pues guarda algunas para después —dice, y nos dirigimos de vuelta al trabajo.
Cuando me siento, automáticamente miro hacia la terminal de pablo.
—¿Todavía pensando en él? —dice gaston—. ¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Yo sólo… ¿Por qué no te adelantas y vas a casa, de acuerdo? Puedo encargarme de todo. —Para mi horror, mi voz se quiebra un poco en las últimas palabras.
—rocio —dice gaston, y viene hacia mí, poniendo sus brazos en cada lado de mi silla—. Pablo es un idiota, ¿de acuerdo? Y tú… ¿sabes lo que eres?
—¿Estúpida?
—Hermosa —dice, su cara sonrojándose, y es sólo gaston estando aquí, sólo gaston, pero no puedo respirar; no hay suficiente aire en la habitación, dentro de mí, y no puedo dejar de mirarlo, observando su cara y sus ojos y su boca y su pequeña cicatriz en su ojo izquierdo y las pecas en sus mejillas, y él está mirándome directamente a mí, no como si estuviera mirando a alguien más, sino como si estuviera bien con lo que ve.
—Yo… —digo, y me besa.
No es nada como besar a pablo. Eso es lo primero que pienso.
Es lo único que pienso.
No puedo pensar en nada más. No puedo pensar en absoluto. Es toda una sensación, ¿y esas emociones de las que estaba preocupada de tener, pero entonces me di cuenta de que no las tenía después de besar a pablo?
Las tengo.
Tengo un montón de ellas.
Las tengo, y gaston y yo terminamos en el suelo, mantenidos contra la estación del terminal, con el metal clavándose en mi espalda. gaston está presionado contra mi parte delantera y he enganchado mis piernas alrededor de las suyas, empujándonos más cerca, y no es suficiente. Quiero más, quiero su piel tocando la mía, mi piel tocando la suya y…
—Oh, así que estoy devolviéndote tus llamadas.
Miro hacia arriba, y a través de la cortina de mi pelo, (¿Cuándo se salió de su cola? ¿Por qué está una de mis manos bajo la camisa de gaston? ¿Por qué están las dos suyas bajo la mía?), veo una mujer de la sala de llamadas C mirándonos.
—Esto no es lo que parece, —dice gaston, moviéndose un poco, y golpeándose la cabeza contra la parte de abajo del terminal—. ¡Ow!
—Oh, por favor —dice—. Tengo 35. Me acuerdo del sexo, más o menos. Te estoy enviando tus llamadas de vuelta ahora, más las mías, porque acabo de acordarme de que tengo una emergencia familiar exactamente como dijiste que tenías.
—No dije una emergencia familiar —dice gaston—. Dije que había algún asunto familiar y tenía que ir a la sala de emergencia.
—Sí, bueno, tengo algún asunto familiar que me implica a mí y una margarita —dice ella—. Tienes alrededor de 30 segundos antes de que los pedidos empiecen a llegar.
Me siento entonces, y también gaston. ella vuelve a la sala C, efectivamente, nuestros terminales empiezan a parpadear. Y luego pasa por delante, con el bolso y las llaves del coche en la mano.
gaston me mira. Yo lo miro. Para mi sorpresa, su cara se vuelve de un profundo color rojo brillante, la mayor vergüenza que le he visto.
—Yo… —dice, y luego para. Y luego tan sólo nos sentamos ahí. Él, ruborizado, y yo dándome cuenta de que la camisa número uno, la holgada que me he puesto después del desastre con pablo, está empujada alrededor de mis hombros.
Es tan silencioso. Y probablemente no haya pasado demasiado desde que la chico entró, pero se siente como una eternidad y es horrible porque claramente está avergonzado por lo que ha pasado, ¿pero es por lo que ha pasado? ¿O porque alguien nos vio? ¿O…?
No lo sé.
Sé que no puedo creer lo que acaba de pasar, pero pasó, y con gaston.
gaston. Yo sólo… no pienso en él así.
Excepto que claramente lo hago.
Me fuerzo a mí misma a levantarme, sentarme en mi silla y decir “Hola, bienvenido a BurguerTown, casa de la Mejor Burguer, ¿puedo anotar su pedido?” No lo miro. No puedo.
En realidad, puedo, pero no quiero que me vea mirándolo. Echo un vistazo de todos modos. Su cara está todavía roja. ¿Qué está pensando?
—¿Hola? ¡Hola! ¿Tienes mi pedido? —un cliente dice.
—Por supuesto —digo, e intento prestar atención y no pensar en gaston. O lo que acaba de pasar. O lo genial que se sintió.
O lo mucho que deseo que esa chica d la terminal c no hubiera entrado.
Afortunadamente, se pone ocupado, el tipo de ocupado que normalmente odio, con gente queriendo pedidos especiales y detalles sobre los ingredientes, y no tengo oportunidad de pensar en gaston o lo que pasó.
No tanta oportunidad, de todos modos, y cuando la gente del turno de noche entra, todavía estamos tomando pedidos. Envuelvo el mío primero y me retiro hacia el aparcamiento. Creo que oigo a gaston decir algo mientras dejo la sala, pero no me quedo a escuchar.

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