martes, 25 de octubre de 2011

MI NOVIO ES UN EXTRAÑO CAPITULO 9

gaston
Estaba buscando a tientas las cerraduras de la puerta del edificio cuando el teléfono empezó
a sonar. Una vez, dos veces, tres veces. Abrí la puerta de par en par y fui corriendo a la
cocina.
— ¿Hola?— Dejé caer mi mochila sobre la mesa, jadeante.
— ¿gaston?—preguntó una voz grave y autoritaria.
—Sí. — Supe quién sería el que llamaba desde que oí el primer timbrazo del teléfono.
—Habla, el Padre de rocio.
—Hola, señor — respondí, esforzándome al máximo por hablar con amabilidad y
Seriedad.
— ¿Qué es exactamente lo que está sucediendo allí? He recibido un extraño mensaje que
Decía que mi hija se golpeó la cabeza y que nunca llegó al campamento. ¿Es cierto?
—Sí, señor. — Inspire profundamente. — pero se encuentra óptimas condiciones de salud
— ¿Está seguro? —La voz ya había perdido su tono sereno. Cada vez
Se parecía más a un padre muy preocupado.
—Sí, salvo que…— ¿Cómo haría para explicarle que rocio no recordaba nada de su
padre y que durante los últimos días había vivido con un perfecto extraño?
— ¿Salvo que?
—Bueno, padece de amnesia temporal. Pero el médico nos aseguro que recuperara la
memoria por completo cuando esté preparada.
—Quiero hablar con mi hija inmediatamente. — Esta vez no formuló ninguna pregunta; me
dio una orden.
Entonces me di cuenta de dónde había sacado rocio su testarudez.
—No está en casa en estos momentos — Me sudaban las palmas de las manos y me sentía
un tanto mareada. ¿Dónde se metía mi tía cada vez que yo la necesitaba?
— ¿Adónde demonios ha ido?
—Está con cande. Fueron a pasar el día. —El señor
suspiró, en apariencia aliviado. — ¿Puedo hablar con tu madre o con tu padre, entonces?
Experimente una conocida sensación de angustia.
—Yo vivo con mi tía, señor Pero ella está trabajando…Es enfermera. —recordé
que, por lo general, las enfermeras inspiran confianza a la gente. El señor se
quedaría tranquilo si sabía que su hija se hallaba bien cuidada.
Se oyó otro suspiro del señor.
—No quiero ser descortés contigo, gaston. Lo que sucede es que estoy muy preocupado
por mi hija. Creo que comprendes…
—Por supuesto. Pero le aseguro que se encuentra muy bien.
—Cancelaré el resto de mis conferencias y regresaré mañana.
Tragué saliva. De modo que rocio se iría al día siguiente.
—Sí, señor—respondí, con una voz muy fina. El rítmico compás del reloj de la cocina hacía
eco en mis oídos.
Se me estaba acabando el tiempo.
Di al señor nuestro número de teléfono y nuestra dirección y volví a asegurarle
que rocio no padecía de ningún daño cerebral permanente. Era evidente que el hombre
estaba muy avergonzado por su prolongada ausencia, que le había impedido enterarse antes
de lo ocurrido a su hija.
— ¿gaston? —Me hallaba a punto de cortar la comunicación, cuando lo oí nombrarme
otra vez.
— ¿Si?—mis latidos se aceleraron. Estaba seguro de que me acusaría de ser un farsante, n
secuestrador y una persona del peor estrato social.
— ¿rocio… sabe lo de su madre?
—Si… se lo dije yo.
—Gracias. No creo que yo hubiera sido capaz de hacerlo. —De pronto me pareció cansado,
como si esa conversación lo hubiera envejecido de golpe.
—No tiene por qué, señor. — Hice una pausa y luego agregué: — Haría cualquier
cosa por ella.
—Sí. Sí. Por tu voz, ya me he dado cuenta. Adiós, gaston.
Cortó y yo me quedé mirando fijo el auricular que tenía en la mano. Al día siguiente, a esa
misma hora, el padre de rocio habría regresado y la vida de ella comenzaría a volver a la
normalidad. ¿Qué haría yo entonces?
— ¿Bien? —preguntó rocio ni bien le abrí la puerta de la casa.
—Te llamó—respondí. Me permitió que tomara la bolsa que llevaba y
que la acompañara hasta el sofá.
—Ah, que bien. —se sentó en el sillón, con la mirada vacía. No había emoción alguna en su
voz.
Dejé la bolsa junto a la chimenea y me senté a su lado.
—Parecía muy preocupado por ti. Me hizo un millón de preguntas sobre tu salud.
Ella asintió con un gesto.
—Supongo que regresaré a casa, entonces. De vuelta a ese importante sitio.
La rodeé con el brazo y ella se recostó contra mi cuerpo.
—Sí, pero solo mañana. Todavía tenemos una noche más juntos… Es decir pasaremos una
noche más bajo el mismo techo.
rocio cerró los ojos, apretando el rostro contra mi pecho.
—Estoy asustada, gaston. —Sus palabras casi no se oyeron, pero me di cuenta que estaba
al borde del llanto.
—Es tu padre, rocio. Y creo que es un hombre maravilloso. Te sentirás más en tu
ambiente cuando regreses a tu propia casa, a tu propio cuarto… Apuesto a que recuperaras
la memoria la primera noche.
— ¿Pero por qué demoró tanto en llamar? ¿Ni siquiera le importaba lo que me pasaba?—
parecía enojada; me estremecí imaginando que podría usar ese mismo tono de voz contra
mí.
Como en realidad no conocía al señor, no podía responder a ninguna de las
preguntas de rocio. Yo había pensado lo mismo que ella, y sin duda Tía Rose también.
Sin embargo, lo único que me importaba era borrar el dolor de su mirada.
—Bueno no andaba de paseo por el Caribe —le recordé—. Salió de gira para dar
conferencias sobre las relaciones raciales… Seguramente a unos viejos decrépitos que
olvidan encender sus audífonos. —vi el asomo de una sonrisa y continúe. —el pobre
hombre está en el medio del campo. Vaya uno a saber cómo ha tenido que vivir todos estos
días. Tal vez hasta haya tenido que dar de comer a las gallinas en alguna estancia de Iowa.
Empezó a reírse y se sentó erguida.
—Dudo que haya estado alimentando a las gallinas. Pero si tienes razón en cuanto a lo de
su trabajo. Es importante… Y yo he estado en buenas manos desde que él se fue.
— ¿Sabes qué necesitas? —le pregunté, secándole una lagrima de la mejilla.
— ¿Qué?
—Un gran helado a lo gaston, con frutas y todo.
— ¿Y chocolate caliente? —preguntó.
— Y caramelo. —le tomé la mano y la llevé a la cocina.
Mientras me contaba como había pasado el día en compañía de cande (nunca he
comprendido esa manía de ir de compras que tienen las mujeres), prepare dos gigantescos
helados con frutas, que decoré con dos copetes de crema. Era obvio que cande no había
abierto la boca respecto de nuestro engaño, así que pensé que luego tendría que
agradecérselo… e implorarle perdón.
rocio atacó su helado con frutas con sumo placer, como si pudiera enterrar todas sus
ansiedades debajo de aquel montículo de praliné y crema. La vi tan inocente—casi como
una niña pequeña—que instintivamente tomé mi cámara fotográfica. Estaba en mi mochila,
debajo de un montón de papeles de muestra, pero la había cargado con un rollo blanco y
negro, que eran mis preferidos para ser retratos.
Comencé a desplazarme por la cocina, en busca del mejor ángulo. rocio revoleó los ojos,
pero ya había prendido que era inútil protestar una vez que yo había decidido empezar a
disparar. Siguió con su helado, estudiando el recipiente con el mismo esmero con el que yo
la estudiaba a ella.
—Creo que estoy a punto de recuperar la memoria.
— ¿De verdad?—me llevé la cámara hacia el ojo y ajuste el foco.
—Siento que si diera la vuelta en el momento exacto todo sería… Es como si el pasado es
tuviera esperando que lo reclame.
Se llevo la cuchara a la boca y yo oprimí el botón.
— ¿Entonces por qué no lo haces de una vez?—pregunte, aunque era lo último que deseaba
en este mundo.
Ella suspiró y meneó la cabeza.
—No lo sé, gaston. Ojalá supiera como hacerlo.
Clavó la cuchara en el helado en un ángulo muy precario; parecía como suspendida en el
aire. rocio la miró con ojos oscuros y pesados. Tomé otra foto.
Recordé que, cuando murieron mis padres, evite entrar en su alcoba por varios días. Tenía
la sensación de que si no percibía su ausencia en ese cuarto, todo sería como su no
estuvieran realmente muertos.
Cuando por fin entré en la habitación de mis padres y vi los libros a medio leer, los
calcetines usados, los cepillos para el cabello que habían quedado por allí, pude aceptar la
verdad de lo que me había ocurrido. Saqué la polaroid que mi madre guardaba en su
guardarropa y tomé una fotografía del cuarto vacio; la evidencia de la vida y de la muerte
que conservaría por el resto de mis días. A partir de ese instante me obsesionó la fotografía
y canalicé todas mis penas capturando los distintos acontecimientos en una película.
También rocio había tenido que cargar con la muerte de su madre, pero su amnesia
derribo la fortaleza que había construido para defenderse (hasta cande se había dado cuenta)
y ahora tenía que enfrentar sus sentimientos en relación con su padre, que todavía seguía de
duelo.
—Hay una pared—continuó, extrayendo la cuchara—. No es una pared de ladrillos, si no de
yeso. Y sé que con solo golpearla con el puño cerrado podría recordar todo.
—Llegarás a tu meta, rocio—dije, aceptando por primera vez plenamente la verdad de la
que había estado huyendo.
Su rostro se ensombreció. Tomé la última fotografía de mi rollo durante ese momento de
tristeza. Parecía un presagio.
Luego sonrió.
—Está derritiéndose su helado, señor.
Guarde la cámara y me senté. Por ese día, al menos, me hallaba seguro detrás de la famosa
pared de yeso.
rocio subió a su cuarto no bien los últimos rayos de sol se ocultaron. Mi tia aun se
encontraba en el orfanato, donde trabajaba como voluntaria todos los martes por la noche.
rocio y yo estábamos sentados en las escalinatas de la entrada del edificio; las nubes se
habían acumulado en el cielo, reflejando nuestro estado de ánimo.
—Esta noche estoy muy cansada—dijo ella—. Y no hay estrellas.
Sus palabras fueron como una poesía, incline la cabeza hacia el cielo.
—Mañana lloverá—comenté. No sabía que más decir.
— ¿Te importaría si subo a mi cuarto?—preguntó, ya volviéndose para irse.
Negué con la cabeza. De todos modos, era mejor que cada uno se ocupara de lo suyo. Yo
necesitaba prepararme para el discurso que, inevitablemente, tendría que pronunciar a la
mañana siguiente. La confesión era como una bomba que hacía eco en mi mente.
—Hasta mañana—me dijo, y me dio un tierno beso en los labios.
Cuando empezó a subir los escalones, le tomé la mano.
— ¿rocio?
— ¿Sí?—estaba de pie y su estampa pareció quedarse allí, suspendida y amenazante, por
mucho más tiempo que la vida misma. La miré.
—Te amo.
—Yo también te amo. —subió los últimos dos escalones y luego se quedó apoyada contra el
marco de la puerta. —es probable que esta noche sueñe contigo. Con nosotros. Parece que
todas las noches tengo una visión retrospectiva distinta.
Entró en la casa y cerró la puerta detrás de sí.
“Ojalá que no, rocio—pensé—. Esa historia tengo que narrarla yo.”
Con pereza, me levanté de las escaleras. Necesitaba caminar un poco. El silencio de la
noche era casi extraño,. Mientras recorría calle
tras calle, vi familias en sus hogares, compartiendo la cena, mirando televisión, jugando
scrabble. En las escalinatas de entrada de otro edificio, una pareja se besaba
apasionadamente; cuando pasé, se levantaron como un resorte y se separaron con expresión
de culpa.
Las calles parecían envolverme, protegerme del mañana. No obstante, cuando
crucé una calle y decidí regresar a casa, sentí un nudo en el estómago. Con cada paso que
avanzaba, el nudo se apretaba más. Cuando llegué a mi calle sentí que nunca más podría
volver a comer. Sobre todo, un helado con frutas.
Al entrar en mi casa el primer sonido que oí fue la suave risa de tía.
—De verdad, es una chica maravillosa. Ha colaborado mucho conmigo en un
proyecto de caridad en el que estoy trabajando.
Entré en la cocina y vi que mi tia hablaba por teléfono. Me hizo un gesto indicando que
tomara asiento el corazón se me hundió más todavía. Era el padre de rocio.
—Sí, se llama rocio. Si, también lavó la vajilla.
Yo tenía los ojos desmesuradamente abiertos. No podía creer que mi tía estuviera hablando
con tanta naturalidad con el intimidante hombre con quien yo había intercambiado unas
pocas palabras un rato antes.
—Bueno, la verdad es que parece un poco triste. Se siente comprometida con todo esto que
le ha sucedió. Pero está bien, de verdad. Acabo de ir a verla y se ha quedado profundamente
dormida.
Sonreí al oír que mi tía repetía las mismas palabras mías.
—Sí, estoy segura de que nos conoceremos. Que tenga un buen viaje.
colgó el teléfono. En silencio, llenó la pava y la apoyó sobre los quemadores de la
cocina de gas. Desde la noche anterior me aterraba la llegada de ese momento… Casi tanto
como me aterraba la idea del día siguiente.
—No se lo dije—Anuncié sin rodeos.
tomó dos jarros de la alacena. No se mostró sorprendida.
—Mañana, entonces. No bien te levantes.
—Sí. —Le imploré con la mirada que no revolviera el puñal que ya sentía clavado en el
centro de mi corazón.
La pava comenzó a silbar.
—El me pareció muy agradable.
“Gracias, tia. Gracias.”
—A mí me asustó.
Se echó a reír mientras vertía agua caliente en un jarro rayado azul y blanco
—Se supone que el padre de tu novia tiene que darte miedo.
—Pero rocio no es mi novia… realmente.
—No te des por vencido todavía, gaston. —poso el jarro de té frente a mí. —El
mundo es un sitio extraño y hermoso. Siempre debes esperar que suceda lo inesperado.

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