martes, 25 de octubre de 2011

MI NOVIO ES UN EXTRAÑO CAPITULO 10

Rocio.
Abrí los ojos a las seis de la mañana, totalmente despabilada. Durante un momento, los
fragmentos de los sueños que había tenido se filtraron en mis pensamientos. Estaba segura
de que esa visión de cande y mía yendo en una limusina a un concierto de rock
era un recuerdo. Y la cara de terror de mis padres cuando subí por
primera vez en una bicicleta…. Seguro.
Pero las otras imágenes me resultaron menos claras. El oso de peluche, que ahora
estrechaba con fuerza, había estado en los brazos de una niña pelirroja. Y había un
muchacho…no gaston . Otro. Meneé la cabeza y me froté los ojos.
“Ten paciencia ―me dije―. Estas progresando”
Me levanté y me acerque a la ventana del cuarto de huéspedes. Afuera el aire estaba fresco
y húmedo. La lluvia. Recordé que ésa sería la última vez que pudiera mirar aquel paisaje
por la mañana. A partir de ese día regresaría y miraría el mundo desde un
punto muy alto, situado en algún frío rascacielos. La ciudad me había parecido tan pequeña
desde las ventanas del departamento de CANDE… ¿Acaso el tránsito, las tiendas y la gente
parecían tan insignificantes desde la ventana de mi cuarto? Ojalá que no.
Me puse los jeans, que CANDE me había criticado tanto por ponérmelos con demasiada
frecuencia y la camisa azul de GASTON. Rose la había lavado y el género alía a limón
fresco. Me puse las chinelas que me había puesto el domingo y bajé a la cocina.
En mi última mañana de estadía en esta casa, quería sorprender a Rose y a GASTON con un
buen desayuno…O por lo menos, con una taza de café. Afuera, las nubes lucían densas y
ominosas, pero en la silenciosa cocina la atmósfera era acogedora y tranquila. Estaba
ansiosa por dar a GASTON un beso.
Mire en la heladera, donde Rose guardaba el café (insistía en que de ese modo se
conservaba mejor el sabor), y extraje la gran lata colorada. Cuando la abrí me decepcioné,
no alcanzaba ni siquiera para preparar media jarra.
Con un suspiro me llevé la mano al bolsillo, para confirmar que mis cuarenta dólares
seguían allí. Tomé las llaves de la casa, que estaban colgadas en un gancho, junto al
teléfono, y salí. A sólo dos calles había una tienda que permanecía abierta las veinticuatro
horas.
“También compraré algunas rosquillas ―pensé―. Las de canela, que a GASTON tanto le
gustan”
Al salir tomé un ejemplar DEL PERIODICO
―Recuerda que no tener noticias significa buenas noticias ―me dijo el hombre de la
tienda, entre risas cuando la puerta se cerró detrás de mí.
Todavía reinaba el silencio en la casa. Sabía que Rose tenía el día libre y que GASTON no se
levantaba hasta las ocho. Por lo menos tenía una hora para estar sola, juntando fuerzas para
el inminente encuentro con mi pasado.
Había visto a GASTON preparar el café en varias oportunidades y supuse que la cafetera era
un artefacto sencillo de usar. Cuando me serví la primera taza de café fuerte, me sentí
orgullosa.
“No está nada mal para una chica rica y malcriada”, pensé. Me prometí que, cualquiera
fuera de mi “nueva” vida, nunca olvidaría lo mucho que había aprendido en los últimos
días.
Me senté y abrí el PERIODICO. Comencé a hojearlo, distraída.
Seguí leyendo el resto de las columnas hasta que mis ojos se detuvieron en una titulada.
“Señales Cruzadas”. Los avisos eran para personas que buscaban a alguien a quien habían
visto alguna vez (por lo general en el subterráneo o en una cola de supermercado) y
deseaban volver a verlo.
Sentí mucha pena por esas personas que sufrían de “señales cruzadas”. En una ciudad de
millones de habitantes, encontrar a un individuo debía de ser más improbable que encontrar
una aguja en un pajar. Me estremecí. Eso mismo pudo haberme pasado a mí si hubiese
estado sola cuando me golpeé la cabeza.
Entonces vi el último aviso de la sección. A medida que iba leyéndolo, la sangre se me
congelaba en las venas.
SE BUSCA
A ROCIO
Hermosa muchacha
A quien su novio necesita desesperadamente.
¡No tarden! ¡Llamen ya a PABLO!
(212)555―3293
Mis manos dejaron la taza y sentí que un escalofrío me recorría el cuerpo. Tenía la
sensación de que la cabeza me estallaría en cualquier momento.
GASTON.CANDE lo había mencionado el primer día que vino a la casa de GASTON. El chico
con el que soñé. PABLO. Y tuve una visión retrospectiva con él cuando fui
con GASTON.
“PABLO”
¡Mi novio! Los hechos de toda mi vida emergieron y me abofetearon el rostro… Mi padre
me había enviado al campamento.. Porque a él no le agradaba
PABLO. Pero a mí sí. Y lo amaba. Todavía seguía amándolo.
Vi su rostro con claridad…su tersa piel bronceada, sus labios perfectamente esculpidos, las
largas pestañas. Y ese cuerpo delgado, tan bien vestido. Su risa burlona. La firmeza con que
exigía la mejor mesa en los restaurantes. Y el oso de peluche que me regaló justo antes de
que partiera rumbo a la estación de tren. Todo el pasado volvió a mi memoria, como si
viera toda una película en una sola toma.
¿Qué significa esto? ¿Quién era GASTON? No era mi novio, claro. GASTON“Mocosa
rica y malcriada de papito…” Sus hirientes palabras del día del baile de promoción
volvieron a hacer eco en mi mente. GASTON era un desconocido. Un individuo deleznable
que tuvo el coraje de humillarme en el baile. CANDE fue testigo de su perorata.
CANDE, mi mejor amiga.
Con profundo dolor me di cuenta de que me habían traicionado. Me dejó creer que GASTON
era mi novio. ¿Permitió que me quedara en su casa? Increíble, pero cierto. ¿Por qué? Luego
recordé a VICCO y lo mucho que le había gustado ya desde el día del baile. Durante los días
que siguieron no se cansó de ponderar lo bien que le quedaba ese cabello tan largo y rizado.
Recordé cuando desperté EN LA ESTACION. Allí estaba GASTON, a mi lado, como un ángel.
“Como un diablo”, razoné.
Y me trajo a su casa, dejándome creer que era su novia. Seguramente había estado
desternillándose de risa a mis espaldas durante todos estos días. Y mientras yo lo besaba.
Lloraba sobre su hombro y le estrechaba la mano, él se reía de mí. Y yo confié en él. En
todos ellos.
Me levanté de la silla como un resorte, derramando el café sobre la página de avisos. Dejé
todo como estaba. Me negaba a permanecer un solo segundo más en esa casucha que hasta
hacía unos instantes había considerado un seguro paraíso. Tenía que volver A CASA
alejarme de esa broma cruel en la que se había convertido mi mundo desde el sábado.
Corrí por la casa, con el rostro lleno de lágrimas de ira, dolor y humillación. Tomé mi
chaqueta de cuero de uno de los percheros de la pared del vestíbulo y me fui, dando un
fuerte portazo.
Cuando llegué a la mitad de la calle, me volví parta mirar el edificio. Todo estaba muy
tranquilo. Rose y GASTON seguían acostados, ignorando que yo sabía toda la verdad.
Recordé mi oso de peluche y el vestido rojo de seda, que todavía seguía en la bolsa de
. Me encogí de hombros.PABLO me compraría otro oso.
. En esa casa no había nada que valiera la pena como para justificar
mi regreso.

Me volví y me encaminé hacia la estación de subte. Una fría llovizna caía sobre mi cabeza.
Comencé a correr por las calles, insultando en voz alta. Pocos segundos después, la lluvia
se tornó más intensa. En unos minutos quedé empapada.
Por la calzada pasaba un taxi que salpicó con el agua de los charcos, con el
limpiaparabrisas funcionando a toda velocidad. Bajé de la acera y le hice una señal para
detenerlo.
Yo era ROCIO. No tenía por costumbre tomar subterráneos.
―Que mal hemos empezado el día, ¿verdad, señorita? ―El canoso taxista me miraba por
el espejo retrovisor.
Ni siquiera me moleste en contestarle.
Al pasar por el Club, donde GASTON y yo…resoplé. El taxista volvió a mirarme.
―Tendría que estar allí ―le expliqué, de mala gana. Asintió con la cabeza. Daba la
impresión de estar acostumbrado a murmullos de los pasajeros locos, medio dormidos,
desde el asiento trasero de su taxi.
Dirigí la mirada hacia los carteles de las calles, mientras avanzábamos por la avenida
, cada vez más cerca de casa. Todavía seguía lloviendo a cántaros cuando el
conductor por fin se detuvo ante la entrada de mi edificio
Subí corriendo las escalinatas de la entrada, hasta el toldillo protector de color azul. Sacudí
mi larga cabellera, salpicando gotas de lluvia por doquier., uno de nuestros
porteros, me miró en total estado de shock.
― ¡Señorita ROCIO! ¿Qué está haciendo usted aquí?
Pasé a su lado con la máxima dignidad posible para una chica de dieciséis años que llevaba
una pestilente chaqueta de cuero empapada. Casi me abalancé hacia el elevador.
―Si se lo contara, no me creería,. Por favor, lléveme arriba.
Me siguió al interior del elevador, cuya paredes internas estaban revestidas con paneles de
caoba oscura y espejos venecianos. Mientras subíamos al decimoséptimo piso, noté que me
miraba en el espejo.
―Sé que estoy hecha sopa. Tampoco tiene que mirarme como si acabara de salir de una
alcantarilla ―gruñí.
―Lo siento, señorita ROCIO. ―Durante el resto del ascenso mantuvo los ojos pegados a
la botonera del elevador,
―Por favor, avíseme cuando llegue mi padre ―dije cuando bajé en mi piso. El hombre
asintió con aire solemne y corrí hacía la puerta de nuestro penthouse.
En el interior, el departamento tenía aspecto de un museo. El aire era un poco mustio y no
había ni una sola cosa que se hallara fuera de lugar. Noté que, la mucama, había
estado trabajando, porque todas y cada una de las superficies que miraba relucían tanto que
habría podido superar perfectamente la prueba del guante blanco. En contraste con el
hogareño desorden en el que vivían Rose y GASTON, podía decirse que el orden impecable
de mi casa era fantasmagórico.
Abrí las cortinas azules de nuestro living y contemplé. Bajo el velo de la lluvia,
la vasta ciudad parecía pequeña y dormida. La agitación del día recién comenzaba
Yo me hallaba por encima de todo eso, y me sentía tan
alentada como si acabara de llegar de Marte.
En el horizonte, LA CIUDAD DE GASTON parecía más bien una ciudad de juguete, en lugar del densamente
poblado condad. Me pregunté si GASTON seguiría durmiendo… ¿Se habría
dado cuenta ya de que me había ido? Cuando pensé en él, se me cerró el corazón como un
puño. “Te amo.” Ésas fueron las últimas palabras que me dijo. Nunca más volvería a
dirigirle la palabra.
“Lo odio”, recordé.
Pero la dolorosa soledad no terminaría nunca. Por un instante, permití que mi mente
repasara los hechos de los últimos días. Un cosquilleo me recorrió el cuerpo cuando recordé
la primera vez que GASTON me besó (la primera vez de verdad), con mi espalda apoyada
contra el tronco de un gigantesco árbol. Y nuestro paseo en carruaje… me había parecido la
primera noche del resto de mi vida. Reí con amargura. Todo ese escenario no fue más que
una farsa, y yo, la incauta victima de casa una de sus bromas.
Cerré las cortinas y me dirigí a mi alcoba. Todo se encontraba tal cual yo lo había dejado.
Mi cama de dosel perfectamente hecha. El poster enmarcado de la película. Mis
muñecos, las fotografías, el maquillaje, el teléfono. Todo mi pasado encerrado en los casi
treinta metros cuadrados de mi habitación.
Tomé una fotografía grande, en la que aparecíamos mi padre, mi madre, y yo, el año
anterior a su fallecimiento. En ella, mi madre todavía lucía joven y feliz; el cáncer estaba
escondido dentro de su ser. Pero los ojos de mi padre ya delataban su tristeza, anticipando
el vacío que dejaría en nuestras vidas cuando se marchaban. Y la expresión de mis ojos era
de miedo y fortaleza a la vez. “No me fastidies con esa cámara”, parecía decir.
Coloqué el portarretrato de plata sobre la mesa de mi tocador y trate de no compararla con
la foto que había visto de GASTON y sus padres. Una triste sonrisa se moldeó por voluntad
propia de mis labios.
No desperdiciaría ni un solo segundo más de mi vida pensando en GASTON. Tenía
toda una visa que reclamar, y empezaría a vivirla como si acabara de empezar aquel
momento.
Me quité la ropa mojada, que arrojé sin ceremonia alguna al cesto de la basura. Abrí la
puerta de mi vestidor y vi un kimono de seda verde que no me había llevado al
campamento porque resultó muy poco práctico para empacar. Me lo puse y adoré la
sensación que produjo la costosa seda sobre mi piel.
Luego tomé mi teléfono antiguo y me tendí sobre la cama. Él contestó a la primera llamada;
el corazón me subió a la garganta. Había echado de menos el melodioso tono de su voz.
―Soy yo ―dije, casi sin aliento.
―Oh, ROCIO. Qué alivio. Estaba como loco.
Sonreí. Me sentía como siempre.
―No te preocupes. Nunca más volveremos a separarnos.
―Te he echado de menos, ROCIO.
―Y yo a ti, PABLO. ―cerré los ojos, desenado que mis palabras fueran ciertas.
Ya me había duchado y cambiado. Estaba lista para encontrarme con PABLO en una de
nuestras confiterías predilectas, cuando oí la cerradura de la puerta de entrada en casa.
Salí a su encuentro en la mitad del pasillo.
―Hola, papá. He recuperado la memoria. ―No sabía qué otra cosa podía decirle.
Corrió hacia mí y luego me abrazó con fuerza, como si fuera un enorme oso.
―Oh, ROCIO. Cuánto lamento no haber podido estar aquí para ayudarte. Gracias a Dios te
encuentras bien.
“Estoy muy lejos de encontrarme bien”, pensé. Pero jamás revelaba a mi padre mis
pensamientos íntimos. Lo abracé, pero fue para mí un gesto antinatural. Por lo general, mi
padre no era un hombre afectuoso.
―Sí, estoy bien. Ahora voy a encontrarme con PABLO.
― ¿PABLO? ―Su voz era de reproche. En el transcurso del un minuto las cosas habían
vuelto a la normalidad entre nosotros.
―Sí, PABLO, mi novio, el que se ha vuelto loco buscándome todos estos días.
Parecía consternado, lleno de culpa.
―De acuerdo, ROCIO, vete. Yo me quedaré aquí, arreglando mis cosas.
Cuando casi había llegado a la puerta de entrada, me volví para mirarlo.
―No tratarás de mandarme otra vez a ese campamento, ¿verdad? ―En mi opinión, habría
sido un destino más negro que mi propia muerte.
Suspiró.
―No, no te obligaría a ir de campamento. Creo que nunca debí haberlo hecho. Ya eres una
adulta, capaz de tomar tus propias decisiones. Si quieres seguir siendo la novia de ese
personaje llamado PABLO, hazlo.
Para mi padre, la perorata había sido extensa. Sentí que el amor por el me enternecía y
deseé por millonésima vez que las cosas fueran diferentes entre nosotros.
―Gracias, papá. Y… me alegro de que hayas vuelto.
Asintió con la cabeza.
―Tú y yo tenemos que hablar, ROCIO. En realidad… no lo hemos hecho desde la muerte
de tu madre. ―Inspiró profundamente―. Pero ahora ve a divertirte. Tenemos todo el
tiempo del mundo.
Cuando volví a mirarlo, había lágrimas en mis ojos. Pero por primera vez en el día fueron
lágrimas de felicidad.

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