gaston
La lluvia caía contra mi ventana mientras caminaba en silencio de un lado a otro de mi
habitación, ensayando mentalmente cómo le diría toda la verdad a rocio. Me puse unos
pantalones de jean y una camiseta de algodón descolorida. Recé a quien pudiera oírme para
que me ayudara a superar la última media hora sin sufrir heridas permanentes.
Golpeé con suavidad la puerta y esperé que su voz me diera la bienvenida. No me
respondió. Sonreí. Había dormido más de diez horas y todavía estaba en brazos de Morfeo.
Pero ya no podía seguir esperando para despertarla. A pesar de los nerviosos temblores de
mi estómago, quería sacarme de encima lo antes posible el peso de la verdad que cargaba
desde el sábado.
Entreabrí la puerta y la llamé.
— ¿rocio? Es hora de levantarse.
Ninguna respuesta.
Me asomé para mirar hacia el interior y de inmediato me di cuenta de que no estaba. Vi la
cama deshecha, su camisón en el piso y el oso de peluche olvidado en la silla. Insólitamente
se había levantado antes que yo.
Mientras me dirigía a la cocina, mi corazón latía descontrolado.
“Por favor, no me odies. Por favor, comprende. Por favor, no me digas que no quieres
volver a hablar conmigo.”
No había palabras que hicieran justicia a nuestra situación, pero deseaba esperar lo mejor.
— ¿rocio? —pregunté, mirando expectante la cocina.
rocio no estaba allí. Vi una jarra con café caliente y una bolsa de rosquillas, pero ella no
estaba por ninguna parte. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. ¿Dónde...?
Recorrí toda la casa, pues no quería creer que se había marchado. Sin embargo, no oí agua
correr del baño, ni había nadie mirando televisión en el desván o leyendo el periódico en el
living. Casi no tenía fuerzas cuando llegué al vestíbulo. Mis temores se confirmaron cuando
miré el perchero vacío.
—Tal vez haya salido un momento para ir a la tienda —dije en voz alta. Regresé a la cocina
en puntas de pie, pues no quería perturbar la tranquilidad de la casa. Me serví una taza de
café y casi reí.
Por supuesto que ha ido a la tienda.
¿A dónde más, si no?
Sólo cuando apoyé mi jarro de café sobre el periodico”, que estaba abierto, me di
cuenta de que había café derramado sobre las páginas. La mancha aún húmeda borroneaba
la tinta negra. Luego vi el jarro que rocio usaba siembre, volcado junto al café
derramado.
Se había ido. De verdad. Lo sabía con la misma certeza que confirmaba que afuera estaba
lloviendo.
Ya lo sabe.
La simple tristeza habría sido un sentimiento preferible en comparación con las emociones
que experimenté en los dos minutos siguientes. El café que acababa de beber me dio
náuseas. Los pulmones se me contrajeron de tal modo que no podía respirar. Tenía el
corazón destrozado. Estaba ahogado en un torrente de amargura y remordimientos; maldije
mi existencia.
Luego vi el aviso y la horrenda imagen de la que debió de haber
ocurrido esa mañana se desplegó frente a mis ojos. Él había logrado llegar a rocio. cande
me había dicho que pablo era un sujeto con muchos recursos, pero jamás me había
imaginado un ardid tan indirecto. Cuando ella leyó su nombre impreso y el pedido
desesperado de pablo, rogando una llamada, el pasado debió de haber vuelto a su mente
como una ola violenta.
Y, sin duda, al enterarse de toda la verdad habrá querido huir de mí con tantas ansias que ni
siquiera se molestó en recoger sus cosas. La imaginé corriendo debajo de la lluvia, entre
sollozos. O tal vez no lloró. Quizá solo se enojó y comenzó a maquinar una venganza
contra el chico que la tomó por tonta. ¿Seguiría amándome, aunque sólo fuera
un poco, cuando cerró la puerta?
Paralizado por la angustia, hundí la cabeza entre mis manos. Por primera vez en años, me
puse a llorar.
***
—gaston, no puedes quedarte en la oscuridad, mirando televisión por el resto de tus días
—dijo mi tia desde la puerta del desván.
— ¿Por qué no? Es muy educativo. —Clavé la vista en la pantalla, púes no deseaba
encontrarme con la mirada de mi tía.
Avanzó hacia el televisor y lo apagó. Se sentó junto a mí y supe que tendría que soportar
uno de esos sermones típicos que los adultos suelen reservar en su memoria para ocasiones
como ésta y que comienzan más o menos así: “Yo soy mayor que tú y como he vivido
más...”. No estaba de humor para tolerar esa clase de conversaciones.
Cuando cedieron mis primeros ataques de desolación por lo de rocio, llamé a La Gran
Fotografía para avisar que no iría porque estaba enfermo. La auténtica preocupación por mi estado de salud me hizo sentir tan culpable que empecé a sentirme de
veras enfermo. Y no sólo del corazón.
Casi me arrastré hacia el sillón, con una bolsa de patatas fritas, una botella de gaseosa de
dos litros y el control remoto. Desde entonces, me había interesado mucho en un programa
que trataba de un juicio; acababa de oír el testimonio de una mujer que había
asesinado a su esposo. En apariencia, ese desgraciado había sido tan traidor que el abogado
de la esposa intentaba alegar defensa propia. Seguro que sería exonerada. Cerré los ojos e
imaginé a rocio apuntándome con un arma. “Te lo mereces, gaston.”
Y era cierto.
—Mañana iré a trabajar, tía. Pero por ahora lo único que puedo hacer es quedarme
sentado aquí y pensar en los beneficios de la automutilación.
suspiró.
—gaston, rocio Está furiosa contigo, y con todo el derecho del
mundo. Pero podría volver.
Meneé la cabeza.
—Está enamorada de otro.
—Corrección. “Estaba” enamorada de otro. No me interesa si se ha golpeado la cabeza o
no; cualquiera que esté dentro de un radio de diez kilómetros podría darse cuenta de que
rocio está loca por ti.
—Ojalá pudiera creerte, tia. Pero tú no sabes cómo era rocio antes de que perdiera la
memoria. No me soportaba. Me despreciaba. Ni siquiera podía compartir el mismo aire que
yo...
—gaston, no te pongas melodramático.
Con el control remoto, volví a encender el televisor.
—No lo soy, tia. Lo juro.
Me palmeó la rodilla y se levantó del sillón.
—Estas cosas llevan tiempo, gaston. No creo que seas un joven destinado a vivir el resto
de tu vida sentado en un sillón con una bolsa de papas fritas.
Una vez que se fue, ya no pude concentrarme más en el televisor. Lo dejé sin sonido. Me
senté y tomé el teléfono. Tenía que intentarlo.
Había memorizado el número de teléfono de rocio desde el primer día que
vino a quedarse en casa. Repetí los dígitos una y otra vez en mi mente, juntando el coraje
para marcarlos de verdad. Finalmente, inspiré hondo y marqué el código de área dos uno
dos; luego los seis primeros dígitos del número. Pero cuando llegué al séptimo perdí el
valor.
Corté y me acosté. ¿Qué podía decirle? ¿Qué lo lamentaba? Con esa frase no solucionaría
nada. Y tal vez pablo estuviera allí. Quizás estaban riéndose juntos, preguntándose si yo
iba a ser tan patético como para atreverme a llamarla. Dejé el teléfono en la mesa.
“No llamaré —pensé—. Por hoy, al menos.”
Volví a subir el volumen del aparato y empecé a revolver en las migajas de papas que
quedaban en la bolsa. Pero cuando el juez que aparecía en el televisor empezó a dar una
perorata respecto de los detalles de la legislación sobre la defensa propia, mi mirada se posó
en el teléfono. Cuando sonó, me sobresalté.
— ¿Hola? —Atendí antes que terminara de sonar la primera campanilla.
—Hola, gaston. —Era vicco.
Se me cayeron los hombros por la decepción.
—Hola vicco.
—cande me contó —dijo sin rodeos.
Apagué el televisor. Ojalá me hubiera resultado igualmente sencillo y posible “apagarme”
yo también.
— ¿Cómo se enteró?
—El tal pablo la llamó. Se lo llevan los demonios.
— ¿rocio está enojada con cande?
vicco resopló
—Es una manera suave de describir la situación.
—Qué desastre. Ojalá nunca hubiera conocido a esas chicas. —Me acosté boca abajo y
miré la pared blanca del desván. Nunca antes me había dado cuenta de que ese lugar
parecía una cárcel? Para empezar, las cosas entre cande y yo no podrían ir mejor. Y
segundo, creo que recuperarás a rocio.
El eterno optimismo de vicco me dejaba sin palabras, pero en ocasiones me fastidiaba.
—vicco rocio y yo hemos terminado. Se fue sin despedirse siquiera. Ni se molestó en
dejarme una nota, al menos.
Noté que vicco suspiraba, frustrado. Solía decirme que yo me daba por vencido muy
rápidamente cando las cosas salían mal.
—Amigo, tienes que llamar a esa chica. Y ahora mismo. Hazlo.
Oí un “clic” y luego el tono de línea. Me quedé con el auricular suspendido entre las
manos; no tenía energía suficiente como para ponerlo sobre la horquilla.
— ¿Por qué está pasando todo esto? —gemí, presionando el rostro sobre los suaves
almohadones del sillón—. ¿Por qué no me muero ahora mismo?
Por fin me incorporé y colgué el teléfono. Una vez de pie, el mundo —o al menos ese
ambiente—, me pareció distinto. Tal vez vicco tenía razón. Si a cande le gustaba un chico
como nosotros, ¿por qué no a rocio? Claro que, por otra parte, mi amigo no había
inventado una horrenda historia con el pasado de cande. Y ella tampoco era una insoportable
esnob como su amiga
. Además, todos los habitantes del mundo, excepto
rocio, claro, se habían dado cuenta de que pablo era un reverendo idiota, un estúpido
repugnante.
Los razonamientos fluían en mi mente, uno tras otro. Cada vez que se me ocurría una razón
que explicara por qué el destino nos había unido, aparecía otra para contrarrestarla. A
medida que crecía la lista, también aumentaba mi deseo de hablar con ella. Ya no toleraba
el silencio.
Esta vez marqué el número de teléfono completo, decidido a luchar por ella. No gana nada
quedándome con el trasero aplastado, mirando la televisión y comiendo papas fritas. Y a
esa altura de las circunstancias no tenía nada que perder.
rocio respondió a la tercera llamada.
—rocio...
Me cortó antes de que pudiera decirle quién hablaba. Pero no me daría por vencido.
rocio tenía que hablar conmigo. No me importaba que pablo estuviera o no con ella.
Volví a llamar.
—Por favor, no cuelgues —le imploré cuando atendió a la primera llamada.
Cuando me habló, su voz fue tan fría como el hielo.
—No quiero volver a hablar contigo nunca más en la vida. Estoy segura de que entenderás
por qué.
Tuve la sensación de que mi columna era de goma. Me eché sobre el sillón y apreté el
auricular con fuerza contra mi oreja.
—rocio, por favor...
— ¿Acaso he hablado en chino? —preguntó con sarcasmo—. Acabo de decir que no quiero
volver a dirigirte la palabra, y eso incluye que tú tampoco debes dirigírmela a mí. Colgaré
ya mismo.
El tono de la línea me pareció una marcha funeraria. Me llevé la mano al estómago.
Como un verdadero masoquista, volví a
marcar el número de rocio. El teléfono estaba ocupado.
Llamé cinco minutos después, con idéntico resultado, cerrándome las puertas a su vida. Me
quedé acostado en el sillón, con las rodillas casi rozándome el mentón. Tuve la sensación
de que quedaba en otro continente, no sólo al otro lado del puente.
Rocio y yo habíamos terminado... mucho antes de haber empezado.
Valeyrama
Capitulo
ROCIO
—En las oficinas del ferrocarril me dijeron que devolverían tu equipaje esta tarde.
—Qué alivio —respondí a mi padre ausente. Me imaginaba a gaston desayunando a la mesa de su
cocina.
“Aunque a esta hora debe de estar trabajando”, pensé.
— ¿Cómo te fue en tu reencuentro con pablo? —preguntó mi padre. Noté que trataba de
ser cortés.
—Estupendo .Maravilloso.
“Extraño. Incómodo.”
Mi padre concentró la mirada en la tapa del periódico y yo comencé a repasar mentalmente
la escena con pablo…
Lo vi no bien entré en el Café. Estaba
Como siempre, estaba impecable;
Sin duda era atractivo,
educado y plenamente consciente de su condición de ciudadano acaudalado.
Recibí con agrado el abrazo, tratando de convencerme de que ese instante era el que había
estado ansiando desde que me fui de mi departamento el sábado anterior.
—rocio, gracias a dios que estás aquí.
Sus labios buscaron los míos. Respondí a su beso, tratando en vano de olvidar la sensación
de los besos de gaston. Pero el contraste fue imponente. Los labios de gaston eran
firmes y seguros; los de pablo, suaves y torpes. ¿Cómo nunca me di cuenta de ese
detalle? Además, aun cuando murmuraba mi nombre y jugueteaba con mi cabello, parecía
tan preocupado por sí mismo que me daba la sensación de que era el protagonista de alguna
película, en lugar de un hombre enamorado. Por fin me separé de él, convenciéndome de
que transitaba por un lógico período de readaptación.
—No creerás las cosas por las que he pasado —comenté. Me senté en una de las sillas de
hierro forjado dispuestas junto a la mesa en miniatura.
—Supe que cande tramaba algo cuando hablé con ella. Juro que no entiendo cómo puedes
ser amiga de esa chica. No tiene clase.
Recordé que cande había ido corriendo no bien se enteró de mi caída. Y el paseo
de compras. Y las cosas que me había contado sobre mi madre cuando me sentía tan a la
deriva por mi pasado. Luego también acudió a mi memoria su horrible traición.
—Bueno, ya no somos amigas, de modo que no tienes por qué preocuparte —contesté.
—Eso es algo rescatable de toda esta situación. Otra ventaja fue que no hayas tenido que ir
a ese horrendo campamento. —Se lo veía increíblemente complacido, como si hubiera
orquestado lo de mi amnesia para salirse con la suya.
—Pero ni siquiera te he contado lo que sucedió.
—Cuéntamelo, entonces. Aunque creo que no tendrá ni punto de comparación con la
situación por la que pasé yo. No puedes imaginártelo.
Suspiré. Pablo parecía mucho más preocupado por su propio sufrimiento y sus actos de
heroísmo que por el hecho de que mi vida se hallara trastornada por completo.
—Ni siquiera me has preguntado dónde estuve todos estos días—señalé.
—Bien. ¿Dónde?
Esperé que me preguntara con quién.
No veía la hora de encontrar a alguien que sintiera por gaston el mismo odio que
yo.
Hizo una mueca.
— ¿Dónde has estado viviendo!?? ¡Santo Dios! Me sorprende que no te hayan
asesinado. —Meneó la cabeza—. Pobre rocio. Debes de haberte sentido aterrada.
Pensé en la acogedora casa de Rose, en los árboles verdes y en la gente simpática del
vecindario. Recuerdos muy distantes de resultar aterradores.
—no es tan malo, ¿sabes? Mi padre se crió allí.
pablo me tomó la mano. Tenía los dedos fríos, un poco pegajosos y húmedos para mi
gusto.
—rocio, eso fue hace mucho tiempo. Él ya ha olvidado el pasado. —Se estremeció—.
Ni siquiera pensemos en eso.
Aparté la mano. pablo parecía tan esnob y elitista que me sorprendió. ¿Siempre había
sido así?
—Como quieras, pablo.
De repente no tuve ganas de contarle el engaño de gaston. Quería bloquear esa
experiencia de mi mente, y si confesaba a pablo lo sucedido, él no se detendría hasta
vengarse. En cambio, si me ahorraba los detalles de mis últimos días, podríamos reanudar
nuestra relación donde la habíamos dejado. Todavía quedaba todo el verano por delante.
¿Qué sentido tenía amargarnos con el drama de mi amnesia?
—A propósito, ¿con quién has estado?
—Ah, con una amiga de cande. No la conoces.
— ¿Qué amiga? —me preguntó, como si se diera cuenta de que me callaba algo.
—Nadie importante —respondí, recordando los cálidos ojos de gaston y su
fuerte pecho—. ¿Por qué no me cuentas qué has hecho tú? ¿Qué tal las clases para el
examen de ingreso en la universidad?
pablo se sintió satisfecho con la respuesta. Ya que su vida había retornado al orden
habitual, no quería pensar en las consecuencias complejas de lo vivido. Sonrió.
—No te sorprenderás si te cuento
Durante la hora siguiente, no hice otra cosa más que beber mi café y escuchar a William
hablar de sí mismo.
“Como en los viejos y buenos tiempos…”
Mi padre dio vuelta las páginas del periódico y me hizo regresar al presente.
— ¿rocio? ¿Has oído lo que te dije?
Meneé la cabeza y tomé una medialuna.
—Lo siento, papá. Tenía la mente en otro lado.
— ¿Quién es el tal gaston? Nunca te había oído mencionarlo antes.
Me miraba con curiosidad. No tenía idea de que acababa de formular una pregunta muy
peligrosa.
—Es… eh… un conocido, digamos. Me encontró y me llevó a su casa.
No pude tolerar decirle toda la verdad. El solo pensar en gaston me hacía ruborizar. Tal
como lo había hecho con pablo, dejé que los detalles cayeran en las grietas de mi
historia.
—Bueno, por teléfono me pareció un joven muy agradable, y me gustaría agradecerle
personalmente que te haya aceptado en su casa.
—No es necesario, papá. ¿Podemos olvidar el tema, por favor? —Arranqué un pedazo de
medialuna, me lo introduje en la boca y lo mastiqué furiosa.
Mi padre arqueó las cejas.
—Por supuesto a. Si crees que es lo mejor…
—Créeme. Lo es.
Asintió con la cabeza, pensativo.
—De todas maneras, hay algunas cosas que debemos aclarar. —Dejó el periódico a un
lado—. Tú y yo tenemos mucho que recuperar. Unos cinco años, según mis cálculos.
— ¿A qué te refieres? —Mi voz fue un chillido…
—Tu madre, antes de morir, me hizo jurarle que no me ahogaría en mi propia pena. Quería
que tuvieras una adolescencia normal y feliz, llena de amor… de risas… aunque ella no
pudiera compartirla contigo. —Hizo una pausa y cerró los ojos—. Este último mes me di
cuenta de que no cumplí esa promesa. Te he llenado de tarjetas de crédito, te he impuesto
horas límite de regreso a casa, te he exigido con respecto a tus tareas, pero no he llegado a
conocerte verdaderamente como persona. Y este fin de semana pasado, por poco te perdí…
No sabía qué decir. Por supuesto que durante años reproché que mi padre no pasara más
tiempo conmigo. Pero, en realidad, jamás pensé que estuviera dispuesto a admitir que
cometía errores. Por primera vez me di cuenta de que era un ser humano de verdad… no
sólo un robot que me decepcionaba día tras día.
—Bueno, en el campamento debieron haberte avisado que yo no había llegado…
—Trataron de hacerlo. La propietaria por fin dio conmigo el mismo día que gaston. La
mujer estaba desesperada.
—Pero todo salió bien. Ya estoy mejor, y además no tengo que ir a ese campamento. —
Traté de mostrarme contenta, aunque sabia que las cosas distaban mucho de estar bien.
Mi padre siguió hablando, como si no me hubiera oído.
—Cuando hablé por teléfono con Rose me di cuenta de que ella te conocía, a ti, a
mi propia hija, mejor que yo.
—No he sido una persona fácil de conocer —declaré. Por primera vez desde la muerte de
mi madre, me veía a mí misma con más claridad—. Después de que ella falleció, quise
protegerme contra posibles penas futuras… Ahora sé que es imposible. —Pensé en gaston
y en el dolor que me había causado—. La vida no es así.
Mi padre se me acercó y me besó en la mejilla. Me abrazó.
— ¿Crees que puedes dar otra oportunidad a tu padre? ¿Podríamos pasar este verano
reconstruyendo lo que teníamos cuando eras niña?
—Me gustaría mucho —contesté y le devolví la sonrisa. Por un segundo fui feliz; gaston, pablo y cande se borraron de mi mente. Ahora iba a convertirme en una prioridad para mi
padre, la esperanza secreta que había albergado en mi corazón durante años estaba a punto
de tomarse realidad. Irónicamente, se lo debía a gaston.
pablo había organizado un paseo especial para mí y yo estaba segura de que
después de aquella velada, nuestra relación volvería a adoptar el ritmo de los últimos cinco
meses, y entonces se disolvería la depresión que me había quedado con respecto a gaston.
En los últimos dos días había logrado esquivar con éxito todas las llamadas de cande; mi ex
mejor amiga encabezaba la lista de personas cuya existencia quería olvidar. Descolgué de
las paredes de mi cuarto todas las fotografías que nos habíamos tomado juntas, y mientras
lo hacia recordé a gaston y su vieja cámara fotográfica.
Mi padre cumplía con su promesa de tratar de conocerme más a fondo. Trabajaba menos
horas por día y hacia un esfuerzo por mostrarse amable con pablo; hasta lo había
invitado a cenar a casa el domingo. Mi vida era la que cualquier chica habría soñado…
salvo un detalle: echaba de menos a gaston y a Rose. Y a cande. Hasta a vicco .
A las ocho en punto el mayordomo llamó para avisar que pablo me esperaba abajo.
—Hola, mi amor. Estás preciosa.
—Gracias. Tú también estás muy elegante. —
Su beso fue automático, una formalidad.
—Hice reservaciones para que cenemos tarde—dijo—. Pero antes,
una sorpresa.
Traté de mostrar cierto entusiasmo ante la perspectiva de cenar en uno de los restaurantes
más refinados de Nueva York. Tavern on the Green quedaba en Central Park y sus
parpadeantes luces blancas eran un sitio muy famoso para aquellos ciudadanos que tuvieran
dinero para quemar. En otras palabras, la antítesis de Nathan.
El taxi nos dejó, junto a la hilera de carruajes que me habían
parecido tan románticos unos días atrás.
“Una coincidencia —me dije—. Una simple coincidencia.”
Sin embargo, cuando vi a pablo dirigirse al más adornado de todos, supe que hallaba en
problemas.
— ¡Un paseo en carruaje! —exclamó—. Qué sorpresa, ¿no?
En ese momento tuve el profundo deseo de que me atropellara un ómnibus. ¿Cómo podía
subirme a un carruaje con pablo? Consideré la posibilidad de decirle que era alérgica a
los caballos o que de pronto recordé que había dejado la plancha enchufada. Cualquier cosa
para escaparme de esa conocida escena del caballo y el carruaje. Pero pablo ya me estaba
haciendo señas. No me quedaba otra alternativa que aceptar su “sorpresa”.
—Vamos, mi amor. El tiempo es dinero. —Me ayudó a subir y se sentó a mi lado.
—Buenas noches —dijo el conductor, mientras se volvía para mirarme.
Cuando vi su rostro, me quise morir. ¡Era el mismo cochero que nos había llevado a
Gaston y a mí! Por la forma que me guiñó el ojo, me di cuenta de que me había
reconocido, aunque por suerte no abrió la boca.
—Hola —balbuceé, con el corazón palpitante.
Sin agregar ni una sola palabra más, hizo chasquear las riendas. Cuando comenzamos a
avanzar, me dije que debía considerarme feliz. Mi paseo con pablo borraría los recuerdos
de gaston, en especial, el momento en que le confesé por primera vez que lo amaba. Cerré
los ojos, bloqueando todo excepto a pablo.
Cuando entramos en el parque, me atrajo hacia sí.
—Estaba esperando este momento, rocio—susurró.
—Oh, gaston… —Me callé. No podía creer que acababa de pronunciar el nombre de ese
idiota. pablo me miraba de una forma muy extraña. Recuperada, traté de arreglar la
situación para mi conveniencia—. Oh, mi… ¡ay, ay, ay! El tobillo. Se me durmió. Pero
creo que mejora… Si.
pablo me tomó de los hombros con ambas manos y su boca se acercó a la mía. Sus labios
se apretaron contra los míos con fuerza, casi con rabia. Le devolví el beso y luego se relajó.
Después de unos minutos su respiración se tornó agitada y me abrazo con más fuerza.
Pero lo único que yo sentía era frialdad. Ya no podía fingir que los besos de pablo me
agradaban. Todo lo que había sentido por él era historia pasada. Odiaba a gaston, pero
pablo sólo me inspiraba indiferencia. No podía seguir adelante con la farsa. Me aparté
de él, desesperada por pones distancia entre los dos.
—rocio, te am…
—pablo, basta. Por favor — lo interrumpí. No quería oírlo pronunciar esas palabras;
habrían resultado demasiado dolorosas.
— ¿Por qué? —parecía herido.
—No nos amamos de verdad. —Cuando se lo dije, la banda de acero que me comprimía el
cuello se aflojó. Ya estaba libre.
— ¿De qué hablas? Somos la pareja más popular de la escuela. Formamos un equipo.
Tendremos un excelente quinto año juntos… —Se lo veía incrédulo.
Meneé la cabeza.
—Todo eso no es amor. El amor es algo… bueno, algo que te supera. No es lo que nos
sucede a nosotros.
Entrecerró los ojos con suspicacia.
— ¿Hay otro? —preguntó.
—En realidad, no… Absolutamente no. Pero tú y yo no podemos seguir saliendo.
Simplemente, no corresponde. —Me sentí triste y aliviada a la vez. Había cortado las
relaciones con otra persona más, mi último vínculo con la vida social. Pero no me arrepentí
de la decisión, ni por un segundo.
pablo se corrió al otro extremo del asiento.
— ¿Tienes idea de cuántas chicas serían capaces de matar por salir conmigo?
—Sí, pablo. Y todas ellas serían afortunadas de tenerte como novio. Pero tú y yo no
iremos a ninguna parte. —Con cada palabra que decía me sentía más fuerte. Yo era
rocio, una mujer independiente.
— ¿Es tu decisión definitiva? —preguntó.
—Sí. —Miré fijo hacia adelante—. Lo lamento.
—Cochero, llévenos de vuelta —dijo pablo abruptamente. Luego se volvió hacia mí—.
La cena queda cancelada.
Punto final. Después de haber salido durante cinco meses, las últimas palabras de pablo
en cuanto a nuestra relación sólo se refirieron a la cancelación de las reservaciones para
cenar.
“Adiós, pablo —pensé—. Que Dios te ayude.”

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