jueves, 27 de octubre de 2011

MI NOVIO ES UN EXTRAÑO CAPITULO 12

gaston
UNA SEMANA Y UN DÍA DESPUÉS.
La bolsa pesaba sobre su falda, mientras se dirigía en el tren número
cuatro. Mis llamadas telefónicas a rocio no me sirvieron de nada,
durante unos días insistí, pero las puertas no se abrieron. Ella siguió adelante con su vida,
dejándome atrás, en el polvo.
Durante toda la semana, de solo ver sus pertenencias me sentía caer en un abismo de
depresión. Hasta llegué a dormir con el oso de peluche. Patético. Aquella mañana desperté
con una urgente necesidad de limpiar la casa de la presencia de rocio; ahora me
encontraba en un tren subterráneo atestado de gente, rumbo al centro de la ciudad, decidido
a restituirle las piezas que faltaban para completar su vida.
Encontré el edificio de rocio sin dificultades la dirección estaba grabada sobre el toldo
azul,
. ¿Estaría allí arriba? ¿Mirando por la ventana en
ese momento?
— ¿En qué puedo ayudarlo, señor? —preguntó, con cierta curiosidad.
Yo estaba indeciso. ¿Debía intentar verla? ¿O simplemente dejar la bolsa al portero?
—Eh… yo… vine a devolver algunas pertenencias de la señorita rocio —dije
por fin.
Era evidente que le causaba gracia mi incomodidad.
“Se nota que nunca he estado en un edificio como éste”, pensé.
—La señorita fue a una conferencia con su padre —respondió el hombre—. No
regresará hasta dentro de un par de días.
Me sentí tan aliviado como decepcionado.
—Bien, ¿Puedo dejarle esto, que es para ella?
—Por supuesto. Me encargaré de que lo reciba. —Cuando extendió la mano para tomar la
bolsa, tuvo que tironear de ella para que yo la soltara: una parte de mí quería recuperarla y
llevarla de nuevo.
Me quedé parado allí, con las manos muertas a los costados del cuerpo.
—Gracias. Dígale que, eh… que estuvo gaston.
—Sí, señor. —Abrió la puerta y esperó a que saliera.
Caminé hasta la estación de subte como en una nube. Sin querer, me
llevé por delante a dos personas que pasaban y un poste de servicios públicos.
Cuando por fin llegué al interior de la estación, la imagen del edificio de rocio me
pareció un sueño.
En pocos minutos más me encontré en el tren subterráneo, camino,a una casa
desierta.
—gaston, si supiera, cómo está, te lo diría —dijo cande. con voz de frustración.
— ¿No tienes ninguna noticia? ¿Algún detalle que hayas omitido contarme? —pregunté
otra vez.
Cande ,vicco y yo estábamos en el living de vicco, mirando una película por televisión. Al
menos cande y vicco trataban de mirar, yo sólo quería hablar de rocio.
—En caso de que lo hayas olvidado, rocio no me dirige la palabra. Juro que si vuelve a
colgar el teléfono con tanta violencia, me hará estallar el tímpano.
No estaba dispuesto a rendirme.
—Pero sabes que rompió con pablo. —Me levanté del sillón y me acosté en el piso, con
una almohada debajo de la cabeza.
—Sí, pero me enteré porque me encontré por casualidad con pablo. Él me lo
contó. —Se corrió al sitio que yo había dejado libre en el sillón y apoyó los pies sobre la
falda de vicco.
— ¿Qué fue lo que dijo, exactamente?
cande revoleó los ojos.
—Dijo, palabras textuales: “rocio y yo hemos decidido terminar nuestra relación. Cada
vez estábamos más separados”. Fin de su frase. Eso es todo.
Me senté y di un puñetazo a la almohada.
— ¿Y tú no le preguntaste nada más? ¿Por ejemplo, cómo se lleva ROCIO con el padre?
¿O si todavía tiene dolores de cabeza?
—No soporto a pablo. ¿Crees que me habría quedado todo el día en la
panadería  hablando con él? Por supuesto que no.
Me pasé la mano por el cabello. No podía creer que cande no sintiera curiosidad por
rocio, como yo. ¿No le importaba que su mejor amiga estuviera marchitándose en ese
rascacielos?
—Bueno, pablo tampoco es uno de mis favoritos. Pero yo le habría preguntado —insistí.
La única alegría que experimenté en esos grises días que siguieron a la partida de rocio
fue su ruptura con el tal pablo. Si bien mi vida sin ella era horrible, mucho peores
fueron las pesadillas que tenía al imaginarla en los brazos de ese baboso.
gaston, no hay mucho que yo pueda hacer. Recuerda que eres tú el que me puso en esta
situación, no al revés.
Bueno, las cosas no han salido tan mal para ti señalé. Ella y vicco ya formaban
pareja, y ese constante besuqueo y tomarse de las manos por la calle me daba nauseas.
vicco carraspeó.
—Tienes que calmarte, gaston —me aconsejó—. No empieces a acosar a cande sólo porque
te sientes mal .Esto no ha sido fácil para ella.
Maravilloso. Ahora mi mejor amigo era más leal a su novia que a mí. Recordé lo que me
había dicho poco después de conocer a cande  “El amor hace que la gente cometa locuras”.
Por supuesto que tenía razón, no había ningún sentido en que culpara a cande de nada. Yo, y
solamente yo, había sido el culpable de provocar semejante situación.
—Lo siento, chicos —dije—. Supongo que estos días debo de estar insoportable.
Cande  me palmeó el hombro.
—De todas maneras te queremos, ¿no es cierto vicco?
Mi amigo se encogió de hombro.
—Claro. Pero todo este desastre podría aclararse así de fácil. —Chasqueó los dedos.
—¿Sí? ¿Cómo, señor sabelotodo?
—Arrastra tu trasero hasta ese edificio, ábrete paso entre esos porteros almidonados y dile
que la amas.
—No tengo modales de cavernícola, vicco.
cande rió.
—No lo sé. A mí me suena muy romántico.
vicco le beso la mejilla.
—Sí alguna vez me dejas plantado, eso es lo que haré. Cande  empezó a besarlo, como si se
hallaran solos. Hice un ruido con la garganta, para llamarles la atención.
—Por favor, tengan la amabilidad de no contar dinero delante de los pobres. Yo estoy
tratando de remendar mi destrozado corazón, y ustedes, con esa actitud, echan sal fina a mis
heridas abiertas.
—Detesto tener que decirte que te lo advertí, pero no estarías aquí, llorando tus penas, si le
hubieras confesado toda la verdad cuando prometiste hacerlo.
Me froté los ojos y recordé la noche que intenté confesarle la verdad. Aquella noche que
salimos a pasear en carruaje.
—Exactamente en el momento en que estuve a punto de confesárselo, ¡ella me dijo que me
amaba! —grité—. ¿Cómo pretendes que pensara con claridad después de eso?
—Tal vez haya esperanzas todavía —dijo cande, aunque no parecía convencida.
Meneé la cabeza.
—El amor no es para mí. Viviré el resto de mis días en soledad, observando un desfile de
parejas jóvenes y felices torturándome con sus exhibiciones públicas de afecto.
vicco resopló.
—Tienes que recuperar a esa chica. Ya no soporto tus discursos sobre el amor.
No podía estar más de acuerdo con él. Tenía que recuperar a mi chica.
Como no recibí noticias después de haber dejado la famosa bolsa en el edificio, ni tampoco
tenía agallas para irrumpir allí al estilo vicco, debí intentar otro curso de acción. Recurrí al
único elemento que me había ayudado a superar los momentos más duros de mi vida: mi
cámara de fotos.
El miércoles por la noche volví a La Gran Fotografía a las nueve en punto, mucho después
de que la tienda hubiera cerrando sus puertas al público. Entré con la llave que
me había dado, y con mucho cuidado desconecté el antiguo sistema de alarma.
Manipulando con suma delicadeza los rollos blanco y negro que había usado rocio,
, comencé el revelado. El familiar
procedimiento me absorbió por completo y por primera vez en varios días me sentí como
un ser humano.
—Debí haber hecho esto hace mucho —dije en voz alta, mientras esperaba que las hojas de
prueba emergieran del papel de revelado.
Enseguida tuve la sensación de que eran las mejores fotografías que había tomado en mi
vida. Incluso en los diminutos cuadrados de las hojas de prueba pude comprobar que
rocio era el modelo perfecto. El modo en que inclinaba la cabeza, el ángulo de sus
brazos, la forma de su boca… todo su ser aparecía en esas fotografías en blanco y negro.
Encendí la radio y
sintonicé una estación de jazz. constituyó el
fondo ideal para mi viaje rumbo al alma de rocio.
Con un lápiz graso marqué las cinco mejores fotografías que había tomado, y luego me
dirigí hacia la ampliadora. El tiempo pasó volando mientras trabajaba; quería que las fotos
salieran perfectas.
Cuando terminara la noche, tendría una
verdadera obra de arte que le transmitiría a rocio lo mucho que la amaba.
Era pasada la medianoche cuando al final saqué las cinco fotografías de los ganchos que las
mantenían colgadas para que se secaran. Sobre un largo mostrador blanco, situado a un
costado de la sala, las apoyé una junto a la otra. Encendí la luz del techo y las contemplé un
largo rato.
Quedé complacido. Esas cinco tomas expresaban cinco estados de ánimo diferentes: se la
veía feliz, triste, traviesa, pensativa y reticente. Tomé el marcador indeleble y con lentitud,
comencé a titular cada una. El primer encabezado que se me ocurrió fue: “Mujer que desea
que la besen”.
Sostuve la fotografía en que rocio caminaba hacia mi cámara, muy cerca de mis ojos,
absorbiendo su imagen.
—Oh, rocio —murmuré—. ¿Alguna vez querrás que vuelva a besarte?
No pude evitarlo. Suave, casi imperceptiblemente, apoyé mis labios sobre la boca
bidimensional de la fotografía.
Supongo que no necesito aclarar que besar un retrato es una horrenda sustitución de la
realidad.

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