ROCIO:
A excepción de una luz tenue que provenía de la lámpara del living, la casa se hallaba a
oscuras cuando el taxista nos dejó. Como SU TIA ya estaba durmiendo, sentí que
GASTON y yo éramos un joven matrimonio que regresaba tarde a su hogar después de haber
compartido una cena con amigos. Por supuesto que, a diferencia de los recién casados, cada
uno se iría a dormir a su propia alcoba.
Nos sacamos los zapatos y subimos las escaleras riéndonos. GASTON me acompañó hasta el
cuarto de huéspedes, abrazándome en todo momento. Cuando llegamos a la puerta, se
detuvo y me miró a los ojos.
—No olvidemos nunca esta noche —dijo con tono solemne.
Extendí la mano y seguí con suavidad con el dedo la línea de la curvatura de su ceja
izquierda. Me encantaba cada detalle de su rostro.
—Jamás.
—Hay ciertas cosas que necesito decirte sobre mí, ROCIO. Cosas que no te agradarán.
No podía imaginar que hubiera algún aspecto de él que no me gustase, y no quería que nada
echase a perder la belleza de la velada que acabábamos de vivir.
—Ahora no —susurré—. No quiero que volvamos a hablar por hoy.
GASTON asintió con la cabeza. Me besó la mano y siguió por el pasillo, rumbo a su cuarto.
Cuando alcanzó la puerta, se volvió y me saludó con un ademán.
Me desvestí en la oscuridad, porque no quise arruinar el romanticismo de aquel instante con
la potente luz del techo. Desnuda, me introduje entre las sabanas frescas de algodón. En
pocos segundos me quedé dormida.
—Ve a tu cuarto, ROCIO. —La voz de mi padre era suave pero firme. Me llevaba por el
pasillo de nuestro penthouse.
— ¡No! —grité—. Quiero ver a mamá.
—Ella está muy enferma, querida. Podrás verla cuando esté descansando en el hospital.
— ¡Quiero verla ahora! —Mi propia voz retumbaba en mi mente. Corrí a mi padre a un
lado para abrirme paso.
Cuando llegué a la mitad del corredor me volví para mirarlo. Las lágrimas rodaban por su
rostro y tenía los hombros caídos. El miedo se apoderó de mí. Durante todos los meses que
había durado la enfermedad de mi madre, él jamás había exteriorizado su terror y su
desesperación. En ese momento me pareció vencido.
Mi madre estaba tendida en el sillón, consciente a medias. Yo me hinqué a su lado,
sollozando. Después de unos minutos, sentí su mano sobre mi cabello y comenzó a
acariciarme suavemente la cabeza.
— ¿Recuerdas aquel día en que hicimos navegar esos botes pequeños en la laguna?
—Preguntó. Yo asentí con la cabeza, sollozando todavía.
— ¿Y el día en que papá, tú y yo montamos a Ciclón? —Volví a asentir.
No podía hablar.
—Nunca olvides esos días, ROCIO. Nunca olvides lo mucho que te quiero. –Su voz fue
apenas un murmullo cuando volvió a hablar. — Quédate siempre junto a tu padre. Van a
necesitarse mucho después de que…
— ¡No! —grité por fin cuando pude sacar un hilo de voz.
A la distancia, alcancé a oír el ominoso lamento de las sirenas y los pasos de mi padre que
resonaban en el piso de madera del corredor.
—Ahora ve a tu cuarto, ROCIO.
Dejé que me llevara, pero las sirenas cada vez ganaban más potencia.
Me senté en la cama, con el corazón galopante y el rostro húmedo por las lágrimas. El reloj
despertador que la tía me había prestado sonaba intensamente. Lo recogí, buscando a
tientas el dispositivo para apagarlo. Cuando el ruido por fin cesó, los latidos de mi corazón
comenzaron a normalizarse: Noté que estaba bañada en sudor.
“Mamá”
Ahora la recordaba; parte de ellas. El sueño había sido real, estaba convencida. Mi madre
había muerto al día siguiente, con mi padre y yo a su lado. No podía recordar el funeral, ni
los horribles días que debieron haber seguido. Pero percibí la soledad de los últimos cinco
años y el abismo que se formó entre mi padre y yo. Y esa distancia explicaba cómo podía
ser que él se ausentara de la ciudad por tres días sin saber dónde se encontraba su hija…
algo que había estado martirizándome desde el sábado.
Pero ya no recordé más fragmentos nítidos. Ni a GASTON, o la escuela, o el tiempo que
pasaba con CANDE. Lo único que podía ver era la fría alfombra azul celeste de nuestro
penthouse y el corredor de cerámicos blancos del hospital. Estaba segura de que, desde
entonces, nunca más había pisado un hospital.
Me levanté con una asombrosa sensación de paz. El recuerdo de mi madre había sido
doloroso, pero poder volver a ver su rostro había servido para conectarme con mi pasado.
era la
primera vez, desde que me golpeé la cabeza, que tenía la convicción que sabía algo sobre
mis padres. A su modo, mi madre había vuelto para ayudarme.
— ¿Estás segura de que sabes cómo llegar allí? —preguntó GASTON una hora después.
—Por décima vez, sí —respondí, sonriendo por su preocupación.
CANDE y yo habíamos hecho planes para reunirnos y pasar allí el día… La idea
de trabajar otro día en La Gran Fotografía sacudiendo polvo y lustrando muebles no me
resultaba para nada atractiva. GASTON me había dado instrucciones específicas respecto de
cómo debía usar el subte de la avenida, prolongando nuestra despedida.
Me reí.
—Seguro que podrás arreglártelas. Y TU JEFE estará feliz de tenerte sólo para él.
—Bueno, tal vez no debas ir allá. O quizá yo tendría que llamar para decirle
que estoy enfermo y acompañarte… —Tenía la vista fija en el piso y me apretaba la mano
con fuerza.
Aunque me emocionaba la intención de GASTON de querer estar conmigo, me sorprendió su
reticencia a perderme de vista aunque sólo fuera por un minuto, Después de todo, él tenía
una vida propia, ¿no?
—GASTON, debo aprender a ser independiente otra vez. Algún día regresaré a mi casa, y
ambos tendremos que acostumbrarnos a vernos como antes. Ésa es la realidad.
Frunció el entrecejo.
—Sé que tienes razón, pero me cuesta aceptarlo.
Lo abracé.
—Esta tarde vuelvo, tonto.
—Sólo dile a CANDE…
— ¿Qué? —pregunté. Pensé que tal vez quería pedirle especialmente que me cuidara bien,
o de lo contrario…
—Nada. No importa. Diviértete. —No parecía muy entusiasmado pero al menos lo
intentaba.
Me volví para bajar las escaleras rumbo a la estación, pero de pronto GASTON me abrazó.
Me besó en la boca con tanto ardor que sentí una especie de descarga eléctrica.
—Recuerda que te amo.
—Claro que sí.
Por fin nos separamos y yo bajé las escaleras con una sonrisa a flor de labios.
“Me gusta que me bese a las nueve de la mañana”, descubrí.
Sí, decididamente era un ritual al que podría habituarme con facilidad… siempre y cuando
fuera GASTON el que me besara.
—No estaba segura de que vinieras —dijo CANDE cuando abrió la puerta del departamento de
su familia,
— ¿Qué? ¿Creíste que me perdería las entrañas de la gran ciudad? —pregunté.
Pareció confundida por un instante.
—No, pero GASTON…
—GASTON se preocupa demasiado. Estoy bien.
CANDE estaba radiante.
— ¿De verdad, ROCIO? Oh, estoy tan feliz de oírte hablar así. Anoche me quedé
levantada hasta tan tarde… — Me abrazó y noté lágrimas en sus ojos.
La seguí al interior del lujoso departamento y me senté en el suave sillón de cuero negro.
Nada. Absolutamente ningún detalle me resultaba familiar.
—Por Dios. No fue más que un viaje en subte. Ustedes dos son peores que dos
gallinas cluecas. Me refiero a que esta mañana GASTON, estuvo a punto de esposarme a su
muñeca.
CANDE arrugó la frente.
—Aguarda, ¿de qué estás hablando?
—De perderme. Estaba seguro de que LA CIUDAD me comería viva si él no estaba allí para
protegerme.
—Ah, sí —comentó mientras se sentaba frente a mí—. Anoche estaba muy preocupado por
ti.
—Juro que hasta una foca bien entrenada podría aprender el sistema de los subte Sólo tienes que mirar el mapa, subir al tren y ¡voila! Aquí me tienes.
CANDE arqueó las cejas.
—Bueno, tú jamás tomabas subtes; taxis o nada.
No podía imaginar que un chofer estuviera constantemente llevándome de un lado al otro
de la ciudad o dependiendo de un taxista para que me llevara al sitio que quería ir. Pero si
CANDE decía que así era, debía creerle.
—La gente cambia.
Asintió.
—Ni lo dudes.
—Tal vez te enseñe a viajar en subte —le dije, sonriente.
—Puede ser, pero no esta mañana. Hoy podremos ir caminando a todas partes.
— ¿De verdad? ¿A dónde vamos?
— ¡De compras! —parecía tan entusiasmada que yo traté de mostrarme optimista. Pero con
un capital de sólo cuarenta dólares, que me habían pagado, no iba a poder
comprarme muchas cosas.
—Te acompañaré. Pero en verdad el efectivo no me sobra.
CANDE revoleó los ojos.
—Compraremos a crédito lo que se te antoje. Tu padre podrá devolver el dinero a mis
padres cuando aparezca.
La idea me incomodaba.
—No lo sé… tal vez no le guste que haga esto.
—ROCIO, eres rica. Y tu padre te deja comprar lo que se te dé la gana. Confía en mí.
Puedes gastar en lo que quieras.
Pensé en GASTON, que trabajaba todo el día en la tienda sólo para ahorrar
el dinero suficiente para comprarse su cámara fotográfica. Y luego recordé a Rose, que
escribía docenas de cartas solicitando dinero para los huérfanos … Y después
imaginé el absorto rostro de GASTON cuando me viera bajar las escaleras, hermosa, con un
nuevo conjunto. Su cara ganó la batalla. Saldría de compras con mi amiga.
***
Te digo que lo compres. —CANDE estaba sentada en una silla del probador, con una montaña
de bolsas a su alrededor.
Habíamos pasado las últimas horas desbastando los percheros de una de
las tiendas más famosas. No bien entramos, las imágenes y los olores me
parecieron conocidas.
—Me gusta mucho este sitio, ¿verdad? —le pregunté a CANDE cuando nos aproximamos a la
multitud que trataba de llegar a las escaleras mecánicas.
— es tu favorita —me aseguró.
Hasta el momento, CANDE se había comprado unas botas de cuero de caña alta, un vestido
mini de lycra, un chaleco de gamuza, una camiseta sin mangas de rayón y unos estridentes
pantalones elasticados, anaranjados y con lentejuelas. Yo no había comprado absolutamente
nada.
Iba de un lado a otro, examinando mi imagen en los espejos triples del vestidor.
— ¡Pero cuesta cuatrocientos dólares! —exclamé.
—Sí, pero te queda tan bien que parece que valiera un millón.
Cierto. El vestido de seda roja me llegaba arriba de las rodillas; el corte era sencillo, pero
me ceñía la cintura, destacando las curvas de mi cuerpo. Tenía un escote pronunciado que
revelaba la piel bronceada de mi pecho, y el género era tan suave que me daba la impresión
de estar desnuda. Una vez más, volví a imaginarme el rostro de GASTON cuando me viera
así.
—Lo compro —dije, sintiéndome de repente poderosa. Gastar grandes sumas de dinero
resultaba embriagador… y tal vez, supuse, peligroso.
— ¡Por fin! Ahora sí reconozco a la ROCIO de antes —exclamó CANDE
aplaudiendo.
En ese momento la vendedora golpeó la puerta del cambiador.
— ¿Qué tal van las cosas allí dentro, señoritas? —preguntó.
Abrí la puerta; la adrenalina recorría mis venas.
—Llevaré este vestido —declaré, y percibí un cierto tono altanero en mi voz—. Necesito
unos zapatos que hagan juego.
Una hora después, con un vestido y dos pares de zapatos en mi haber, me desplomé sobre
una silla del café. CANDE insistía en que almorzásemos allí, y yo me sentí
de lo más cosmopolita al examinar la sala atiborrada de gente.
—VICCO me gusta de verdad —confesó mi amiga de repente.
—Ah. Cuéntame más. —Mordí mi medialuna rellena con atún y pensé que era maravilloso
tener una amiga íntima.
—Me llamó anoche. ¡Y hablamos durante tres horas!
— ¡Genial! Un verdadero récord. —Esperé a que masticara un bocado de su ensalada de
camarones.
—Sí. Hablamos de todo… En realidad, hablamos mucho de GASTON.
Como GASTON era mi tema favorito de conversación, CANDE se ganó toda mi atención.
— ¿Y?
—Es un chico estupendo, ROCIO. ¿Sabes? Ha tenido una vida muy dura; perdió a sus
padres, se mudó, tuvo que hacer nuevos amigos…
—Lo sé. —No pude evitar la interrupción—. Anoche le confesé que lo amaba. Por primera
vez desde que salimos.
CANDE pareció sorprendida.
— ¿De verdad? ¿Y él qué te dijo?
Dejé mi medialuna rellena.
—Me confesó lo mismo… varias veces.
CANDE tomó otro bocado de ensalada y masticó con lentitud.
—Mira, hay cosas del pasado que debes saber… cosas sobre ti y GASTON.
La frustración se apoderó de mí.
— ¿Por qué todo el mundo habla de lo mismo? —pregunté. De pronto, perdí el apetito.
—Porque es cierto.
—Bueno, ROCIO. Mejor cierro la boca.
—Gracias.
—Y tal vez tengas razón. Quizá todo… esto… no sea tan importante.
— ¡Por fin! La señorita empieza a ver las cosas bajo mi misma óptica. —Sonreí—.
¿Cuándo volveremos a salir los cuatro juntos?
Continué comiendo, ansiosa por hacer planes para CANDE, VICCO GASTON y yo. Estaba
segura de que los cuatro pasaríamos un verano increíble.
A excepción de una luz tenue que provenía de la lámpara del living, la casa se hallaba a
oscuras cuando el taxista nos dejó. Como SU TIA ya estaba durmiendo, sentí que
GASTON y yo éramos un joven matrimonio que regresaba tarde a su hogar después de haber
compartido una cena con amigos. Por supuesto que, a diferencia de los recién casados, cada
uno se iría a dormir a su propia alcoba.
Nos sacamos los zapatos y subimos las escaleras riéndonos. GASTON me acompañó hasta el
cuarto de huéspedes, abrazándome en todo momento. Cuando llegamos a la puerta, se
detuvo y me miró a los ojos.
—No olvidemos nunca esta noche —dijo con tono solemne.
Extendí la mano y seguí con suavidad con el dedo la línea de la curvatura de su ceja
izquierda. Me encantaba cada detalle de su rostro.
—Jamás.
—Hay ciertas cosas que necesito decirte sobre mí, ROCIO. Cosas que no te agradarán.
No podía imaginar que hubiera algún aspecto de él que no me gustase, y no quería que nada
echase a perder la belleza de la velada que acabábamos de vivir.
—Ahora no —susurré—. No quiero que volvamos a hablar por hoy.
GASTON asintió con la cabeza. Me besó la mano y siguió por el pasillo, rumbo a su cuarto.
Cuando alcanzó la puerta, se volvió y me saludó con un ademán.
Me desvestí en la oscuridad, porque no quise arruinar el romanticismo de aquel instante con
la potente luz del techo. Desnuda, me introduje entre las sabanas frescas de algodón. En
pocos segundos me quedé dormida.
—Ve a tu cuarto, ROCIO. —La voz de mi padre era suave pero firme. Me llevaba por el
pasillo de nuestro penthouse.
— ¡No! —grité—. Quiero ver a mamá.
—Ella está muy enferma, querida. Podrás verla cuando esté descansando en el hospital.
— ¡Quiero verla ahora! —Mi propia voz retumbaba en mi mente. Corrí a mi padre a un
lado para abrirme paso.
Cuando llegué a la mitad del corredor me volví para mirarlo. Las lágrimas rodaban por su
rostro y tenía los hombros caídos. El miedo se apoderó de mí. Durante todos los meses que
había durado la enfermedad de mi madre, él jamás había exteriorizado su terror y su
desesperación. En ese momento me pareció vencido.
Mi madre estaba tendida en el sillón, consciente a medias. Yo me hinqué a su lado,
sollozando. Después de unos minutos, sentí su mano sobre mi cabello y comenzó a
acariciarme suavemente la cabeza.
— ¿Recuerdas aquel día en que hicimos navegar esos botes pequeños en la laguna?
—Preguntó. Yo asentí con la cabeza, sollozando todavía.
— ¿Y el día en que papá, tú y yo montamos a Ciclón? —Volví a asentir.
No podía hablar.
—Nunca olvides esos días, ROCIO. Nunca olvides lo mucho que te quiero. –Su voz fue
apenas un murmullo cuando volvió a hablar. — Quédate siempre junto a tu padre. Van a
necesitarse mucho después de que…
— ¡No! —grité por fin cuando pude sacar un hilo de voz.
A la distancia, alcancé a oír el ominoso lamento de las sirenas y los pasos de mi padre que
resonaban en el piso de madera del corredor.
—Ahora ve a tu cuarto, ROCIO.
Dejé que me llevara, pero las sirenas cada vez ganaban más potencia.
Me senté en la cama, con el corazón galopante y el rostro húmedo por las lágrimas. El reloj
despertador que la tía me había prestado sonaba intensamente. Lo recogí, buscando a
tientas el dispositivo para apagarlo. Cuando el ruido por fin cesó, los latidos de mi corazón
comenzaron a normalizarse: Noté que estaba bañada en sudor.
“Mamá”
Ahora la recordaba; parte de ellas. El sueño había sido real, estaba convencida. Mi madre
había muerto al día siguiente, con mi padre y yo a su lado. No podía recordar el funeral, ni
los horribles días que debieron haber seguido. Pero percibí la soledad de los últimos cinco
años y el abismo que se formó entre mi padre y yo. Y esa distancia explicaba cómo podía
ser que él se ausentara de la ciudad por tres días sin saber dónde se encontraba su hija…
algo que había estado martirizándome desde el sábado.
Pero ya no recordé más fragmentos nítidos. Ni a GASTON, o la escuela, o el tiempo que
pasaba con CANDE. Lo único que podía ver era la fría alfombra azul celeste de nuestro
penthouse y el corredor de cerámicos blancos del hospital. Estaba segura de que, desde
entonces, nunca más había pisado un hospital.
Me levanté con una asombrosa sensación de paz. El recuerdo de mi madre había sido
doloroso, pero poder volver a ver su rostro había servido para conectarme con mi pasado.
era la
primera vez, desde que me golpeé la cabeza, que tenía la convicción que sabía algo sobre
mis padres. A su modo, mi madre había vuelto para ayudarme.
— ¿Estás segura de que sabes cómo llegar allí? —preguntó GASTON una hora después.
—Por décima vez, sí —respondí, sonriendo por su preocupación.
CANDE y yo habíamos hecho planes para reunirnos y pasar allí el día… La idea
de trabajar otro día en La Gran Fotografía sacudiendo polvo y lustrando muebles no me
resultaba para nada atractiva. GASTON me había dado instrucciones específicas respecto de
cómo debía usar el subte de la avenida, prolongando nuestra despedida.
Me reí.
—Seguro que podrás arreglártelas. Y TU JEFE estará feliz de tenerte sólo para él.
—Bueno, tal vez no debas ir allá. O quizá yo tendría que llamar para decirle
que estoy enfermo y acompañarte… —Tenía la vista fija en el piso y me apretaba la mano
con fuerza.
Aunque me emocionaba la intención de GASTON de querer estar conmigo, me sorprendió su
reticencia a perderme de vista aunque sólo fuera por un minuto, Después de todo, él tenía
una vida propia, ¿no?
—GASTON, debo aprender a ser independiente otra vez. Algún día regresaré a mi casa, y
ambos tendremos que acostumbrarnos a vernos como antes. Ésa es la realidad.
Frunció el entrecejo.
—Sé que tienes razón, pero me cuesta aceptarlo.
Lo abracé.
—Esta tarde vuelvo, tonto.
—Sólo dile a CANDE…
— ¿Qué? —pregunté. Pensé que tal vez quería pedirle especialmente que me cuidara bien,
o de lo contrario…
—Nada. No importa. Diviértete. —No parecía muy entusiasmado pero al menos lo
intentaba.
Me volví para bajar las escaleras rumbo a la estación, pero de pronto GASTON me abrazó.
Me besó en la boca con tanto ardor que sentí una especie de descarga eléctrica.
—Recuerda que te amo.
—Claro que sí.
Por fin nos separamos y yo bajé las escaleras con una sonrisa a flor de labios.
“Me gusta que me bese a las nueve de la mañana”, descubrí.
Sí, decididamente era un ritual al que podría habituarme con facilidad… siempre y cuando
fuera GASTON el que me besara.
—No estaba segura de que vinieras —dijo CANDE cuando abrió la puerta del departamento de
su familia,
— ¿Qué? ¿Creíste que me perdería las entrañas de la gran ciudad? —pregunté.
Pareció confundida por un instante.
—No, pero GASTON…
—GASTON se preocupa demasiado. Estoy bien.
CANDE estaba radiante.
— ¿De verdad, ROCIO? Oh, estoy tan feliz de oírte hablar así. Anoche me quedé
levantada hasta tan tarde… — Me abrazó y noté lágrimas en sus ojos.
La seguí al interior del lujoso departamento y me senté en el suave sillón de cuero negro.
Nada. Absolutamente ningún detalle me resultaba familiar.
—Por Dios. No fue más que un viaje en subte. Ustedes dos son peores que dos
gallinas cluecas. Me refiero a que esta mañana GASTON, estuvo a punto de esposarme a su
muñeca.
CANDE arrugó la frente.
—Aguarda, ¿de qué estás hablando?
—De perderme. Estaba seguro de que LA CIUDAD me comería viva si él no estaba allí para
protegerme.
—Ah, sí —comentó mientras se sentaba frente a mí—. Anoche estaba muy preocupado por
ti.
—Juro que hasta una foca bien entrenada podría aprender el sistema de los subte Sólo tienes que mirar el mapa, subir al tren y ¡voila! Aquí me tienes.
CANDE arqueó las cejas.
—Bueno, tú jamás tomabas subtes; taxis o nada.
No podía imaginar que un chofer estuviera constantemente llevándome de un lado al otro
de la ciudad o dependiendo de un taxista para que me llevara al sitio que quería ir. Pero si
CANDE decía que así era, debía creerle.
—La gente cambia.
Asintió.
—Ni lo dudes.
—Tal vez te enseñe a viajar en subte —le dije, sonriente.
—Puede ser, pero no esta mañana. Hoy podremos ir caminando a todas partes.
— ¿De verdad? ¿A dónde vamos?
— ¡De compras! —parecía tan entusiasmada que yo traté de mostrarme optimista. Pero con
un capital de sólo cuarenta dólares, que me habían pagado, no iba a poder
comprarme muchas cosas.
—Te acompañaré. Pero en verdad el efectivo no me sobra.
CANDE revoleó los ojos.
—Compraremos a crédito lo que se te antoje. Tu padre podrá devolver el dinero a mis
padres cuando aparezca.
La idea me incomodaba.
—No lo sé… tal vez no le guste que haga esto.
—ROCIO, eres rica. Y tu padre te deja comprar lo que se te dé la gana. Confía en mí.
Puedes gastar en lo que quieras.
Pensé en GASTON, que trabajaba todo el día en la tienda sólo para ahorrar
el dinero suficiente para comprarse su cámara fotográfica. Y luego recordé a Rose, que
escribía docenas de cartas solicitando dinero para los huérfanos … Y después
imaginé el absorto rostro de GASTON cuando me viera bajar las escaleras, hermosa, con un
nuevo conjunto. Su cara ganó la batalla. Saldría de compras con mi amiga.
***
Te digo que lo compres. —CANDE estaba sentada en una silla del probador, con una montaña
de bolsas a su alrededor.
Habíamos pasado las últimas horas desbastando los percheros de una de
las tiendas más famosas. No bien entramos, las imágenes y los olores me
parecieron conocidas.
—Me gusta mucho este sitio, ¿verdad? —le pregunté a CANDE cuando nos aproximamos a la
multitud que trataba de llegar a las escaleras mecánicas.
— es tu favorita —me aseguró.
Hasta el momento, CANDE se había comprado unas botas de cuero de caña alta, un vestido
mini de lycra, un chaleco de gamuza, una camiseta sin mangas de rayón y unos estridentes
pantalones elasticados, anaranjados y con lentejuelas. Yo no había comprado absolutamente
nada.
Iba de un lado a otro, examinando mi imagen en los espejos triples del vestidor.
— ¡Pero cuesta cuatrocientos dólares! —exclamé.
—Sí, pero te queda tan bien que parece que valiera un millón.
Cierto. El vestido de seda roja me llegaba arriba de las rodillas; el corte era sencillo, pero
me ceñía la cintura, destacando las curvas de mi cuerpo. Tenía un escote pronunciado que
revelaba la piel bronceada de mi pecho, y el género era tan suave que me daba la impresión
de estar desnuda. Una vez más, volví a imaginarme el rostro de GASTON cuando me viera
así.
—Lo compro —dije, sintiéndome de repente poderosa. Gastar grandes sumas de dinero
resultaba embriagador… y tal vez, supuse, peligroso.
— ¡Por fin! Ahora sí reconozco a la ROCIO de antes —exclamó CANDE
aplaudiendo.
En ese momento la vendedora golpeó la puerta del cambiador.
— ¿Qué tal van las cosas allí dentro, señoritas? —preguntó.
Abrí la puerta; la adrenalina recorría mis venas.
—Llevaré este vestido —declaré, y percibí un cierto tono altanero en mi voz—. Necesito
unos zapatos que hagan juego.
Una hora después, con un vestido y dos pares de zapatos en mi haber, me desplomé sobre
una silla del café. CANDE insistía en que almorzásemos allí, y yo me sentí
de lo más cosmopolita al examinar la sala atiborrada de gente.
—VICCO me gusta de verdad —confesó mi amiga de repente.
—Ah. Cuéntame más. —Mordí mi medialuna rellena con atún y pensé que era maravilloso
tener una amiga íntima.
—Me llamó anoche. ¡Y hablamos durante tres horas!
— ¡Genial! Un verdadero récord. —Esperé a que masticara un bocado de su ensalada de
camarones.
—Sí. Hablamos de todo… En realidad, hablamos mucho de GASTON.
Como GASTON era mi tema favorito de conversación, CANDE se ganó toda mi atención.
— ¿Y?
—Es un chico estupendo, ROCIO. ¿Sabes? Ha tenido una vida muy dura; perdió a sus
padres, se mudó, tuvo que hacer nuevos amigos…
—Lo sé. —No pude evitar la interrupción—. Anoche le confesé que lo amaba. Por primera
vez desde que salimos.
CANDE pareció sorprendida.
— ¿De verdad? ¿Y él qué te dijo?
Dejé mi medialuna rellena.
—Me confesó lo mismo… varias veces.
CANDE tomó otro bocado de ensalada y masticó con lentitud.
—Mira, hay cosas del pasado que debes saber… cosas sobre ti y GASTON.
La frustración se apoderó de mí.
— ¿Por qué todo el mundo habla de lo mismo? —pregunté. De pronto, perdí el apetito.
—Porque es cierto.
—Bueno, ROCIO. Mejor cierro la boca.
—Gracias.
—Y tal vez tengas razón. Quizá todo… esto… no sea tan importante.
— ¡Por fin! La señorita empieza a ver las cosas bajo mi misma óptica. —Sonreí—.
¿Cuándo volveremos a salir los cuatro juntos?
Continué comiendo, ansiosa por hacer planes para CANDE, VICCO GASTON y yo. Estaba
segura de que los cuatro pasaríamos un verano increíble.

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