GASTON:
Mi tia estaba bebiendo un vaso de té helado en el porche de entrada cuando rocio y yo
llegamos a la casa.
— ¿Alguna noticia de mi padre? ―preguntó rocio no bien la vio.
—No. Solo recibí otra llamada del servicio de respuestas telefónicas. Según parece, estaban
mal informados respecto del itinerario que seguiría. mañana tendríamos que recibir noticias suyas.
Ella se deprimió mucho. Después de la visión que había tenido de su padre unas horas
antes, tal vez pensó que pasar un tiempo con él podría servir para refrescarle el pasado. Sin
embargo, yo no pude evitar sentirme bastante aliviado.
Desde el sábado, las miradas que me había destinado mi tia eran, en su mayoría, de desaprobación. Obviamente estaba segura de que ya
había pasado un tiempo más que razonable para que yo le contara toda la verdad a rocio.
-¡Ah! También llamó cande, para hablar con rocio.
La noticia encendió el rostro de mi “novia”.
— ¿Puedo usar el teléfono?
—Por supuesto.
Subió trotando los escalones del frente de la casa y desapareció en el interior.
—Con toda honestidad, ¿Qué crees que deba hacer?
bebió un trago de té y reflexionó sobre mi pregunta.
—Si quieres mantener algún vestigio de tu amistad con rocio… Es así, ¿No?
Asentí con la cabeza, desconsolado, pues sabía perfectamente que me diría mi tía poco
después.
—Debes confesarle toda la verdad, antes de que ella recuerde que eres el chico que la
enfureció de tal modo que decidió bañarlo en ponche el día del baile de promoción.
— ¡Pero va a odiarme! —Recogí una piedra pequeña, la arrojé hacia la calle, y oí el ruido
casi imperceptible que hizo al dar contra el asfalto.
—Te odiará mucho más si descubre la verdad por sus propios medios. Por lo menos, si se
lo dices con tus palabras tendrás la oportunidad de explicarte… e implorarle que te
perdone.
—Se lo diré. —accedí, resignado al horrendo destino que yo mismo me había creado. —
Pero tengo que elegir el momento adecuado…
Me quedé callado, pensando. Imaginé a rocio en sus momentos más tiernos y supuse que
había una posibilidad —pequeña, remota— de que, si la tomaba por sorpresa en una de esas
situaciones en las que se sentía generosa conmigo, tal vez lograra salir de todo aquello
relativamente indemne.
De pronto me levanté de un salto del porche, inspirado.
—rocio y yo no cenaremos en casa esta noche.
Entrecerró los ojos.
—. Voy a obsequiarle una noche que jamás olvidará.
—cande quiere hablar contigo —me dijo rocio cuando entré en la cocina—. Estaba por ir
a buscarte.
—Bien. —Tomé el auricular del teléfono que ella sostenía en la mano extendida—. Oye,
¿Te gustaría que hiciéramos algo especial esta noche?
Me dirigió una gran sonrisa.
— ¡Claro! ¿Qué debo ponerme?
—Jeans no —respondí.
La seguí con la mirada mientras se iba de la cocina.
Y no porque no te queden espectaculares, agregué en silencio. Luego recordé que cande
estaba esperándome pacientemente al otro lado de la línea.
—Hola,
—gaston —Su voz era muy formal, lo que acentuó aún más mi nerviosismo.
— ¿Pasa algo? —pregunté, con el corazón palpitante. Enrosqué el cable del teléfono
alrededor de mi dedo índice con tanta fuerza que se me cortó la circulación.
—pablo está como una fiera.
Tragué saliva.
— ¿De verdad?
—Sí. Me llamó hoy. Le inventé una historia respecto de que rocio había terminado
acompañando a su padre en la gira de conferencias, pero no me creyó ni una sola palabra.
Ajusté aún más el cable del teléfono alrededor de mi dedo.
—Gracias por cubrirme, cande. O por haberlo intentado, al menos.
—gaston, tendremos que confesar toda la verdad a rocio. Y pronto.
— ¿Que está haciendo pablo? Me refiero a si ha tomado alguna medida para tratar de
encontrarla.
— ¿Quién sabe? —gritó cande—. Este tipo está acostumbrado a tener lo que quiere, en el
momento en que se le antoja. Es un cerdo, pero tiene recursos.
— ¿Crees que haya una remota posibilidad de que rocio me dé una segunda
oportunidad?
Guardo silencio por un rato.
—Si estuviésemos tratados con la rocio de antes, te aseguro que podrías considerarte
dichoso si no te denuncia a la policía para que te arresten...
— ¿Pero? —Contuve la espiración, rezando en silencio para que cande me diera una mínima
esperanza.
—Pero la nueva rocio es una persona absolutamente diferente. ¡Me refiero a que en
serio quería quedarse alli en lugar de venir a mi departamento!
—Es un buen síntoma. —dije con cautela.
—Cierto. Pero cuando recupere la memoria, ¿Quién sabe en cuál de las dos rocio se
convertirá? Con suerte, las posibilidades son cincuenta y cincuenta.
cande tenía razón. No teníamos modo de saber si rocio volvería a ser o no la antigua
esnob en el preciso instante en el que recordase que era una niña rica y malcriada. E incluso
en la suposición de que prevaleciera la transformación de su personalidad, tal vez no
quisiera volver a verme. Aun así, tenía que arriesgarme; simplemente, no me quedaba otra
alternativa.
—Se lo diré esta noche. —De pronto se soltó el cable del teléfono, dejando sus huellas
sobre mi dedo.
—Bien —dijo cande, suspirando—. Ah, haz lo posible para convertirme en otra víctima de
tu juego. No quiero que vaya a odiarme a mí también.
—Hare lo que pueda, cande. Lo prometo.
—No te acobardes. —Con esa frase, cortó la comunicación.
Subí las escaleras y me puse unos pantalones de algodón, mientras me preparaba para
enfrentar los fantasmas del pasado de rocio.
—Mmm. Delicioso. —rocio mordió su segundo hot-dog.
En la última hora había aprendido que, si bien detestaba McDonald’s, le encantaba comer
hot-dogs (con mostaza sola). Acompañó la comida con cerveza sin alcohol,
bebiendo de a media lata por vez.
—Todavía no puedo creer que hayas preferido comer hot-dogs en esta gran noche de paseo
por la ciudad —comencé.
Se encogió de hombros.
— ¿Y por qué tenemos que ir a un lugar y soportar a los farsantes camareros que detestan a
los adolescentes? Y del costo, mejor ni hablar.
Estuve totalmente de acuerdo (en especial en cuanto a la parte monetaria del asunto) y sentí
una calidez que ya era familiar para mí cada vez que compartíamos una opinión.
—Bueno, porque estás tan hermosa que podríamos haber ido al lugar más elegante de toda
la ciudad.
rocio se había puesto una minifalda negra, sandalias y una blusa de seda brillosa, blanca.
Cuando la vi bajar por las escaleras, creí que el corazón se me desprendería del pecho.
—Lo mismo de usted, señor . —Arrojó el papel del hot-dog, lo tiró en un cesto de
basura cercano y bebió el resto de la cerveza.
Recién comenzaba a caer la tarde y en el parque todavía había gente suficiente como para
que el sitio resultara seguro. Estábamos descansando en un sitio con césped, cerca del
puesto donde se vendían los hot-dogs. Con bastante frecuencia pasaba junto a nosotros
algún chico en patineta o en bicicleta. Allí, tendido sobre el pasto, experimenté una
profunda dicha al observar el cielo. Cerré los ojos y deseé quedarme así con ella para siempre.
—Haber venido a este lugar ha producido efectos extraños en mi memoria. —comentó
rocio. Se tendió de costado, apoyada en un codo. Cuando abrí los ojos, me estaba
mirando fijo.
Abruptamente, con crueldad, el momento terminó.
— ¿De verdad? ¿Qué, por ejemplo?
—Es difícil de explicar. Sé que es obvio que ya estuve en este lugar antes, pero tengo la
sensación de que debería acompañarme otra persona...
— ¿Quién? —No quería presionarla, pero tenía que hacerlo.
—No lo sé...
—Bueno, piensa. —Una vez más, no pude creer que fuera mi voz la que hacía todas esas
preguntas.
Meneó la cabeza y frunció la frente.
—Olvidemos, el tema gaston.
Me senté. ¡Súper! Había estaba muy cerca. El tiempo me presionaba, y tenía que actuar.
— ¿Lista para el gran suceso? —pregunté, de pronto nervioso.
—Lo estaría si me hubieras dicho qué planeaste con esa mente misteriosa que tienes.
Le besé suavemente la frente, agradecido de que hubiera terminado ese momento de
tristeza.
—Lo sabrás muy pronto. —Me puse de pie y busqué su mano.
Me permitió que la ayudara a incorporarse y luego la conduje por un sendero que llevaba
hacia el extremo sur. El color del cielo iba profundizándose hasta
convertirse en índigo y el aroma del perfume de lilas de rocio nos envolvía. La noche se
había hecho para el Romance, con mayúscula, y yo planeaba aprovechar en pleno la ventaja
de la magia única que ofrecía.
Antes que nos marchásemos, había retirado cien dólares en efectivo de mi
cuenta del cajero bancario automático. El dinero que llevaba en el bolsillo representaba la
mitad de mis ahorros para comprar mi famosa cámara digital, pero por primera vez en la
vida no me importaba el dinero. Necesitaba demostrarme (y también a rocio que podía
brindarle todo lo que le daba pablo. Por lo menos, alguna que otra vez.
Cuando llegamos al final del parque, vi lo que buscaba una hilera de caballos y carruajes,
con sus cocheros vestidos con atuendos antiguos. Los paseos en los carruajes
eran una de las atracciones turísticas más famosas... y, según se decía, tenían la fama
de ablandar los corazones de las jóvenes.
— ¡Ta-tan! —exclamé, señalando los carruajes con una sonrisa.
— ¡Un paseo en carruaje! —Se admiró rocio, con los ojos brillantes—. Oh, gaston,
eres un romántico sin remedio.
—No se lo cuentes a nadie. —bromeé. Nunca podría superar los chistes que me harían los
chicos en el vestuario.
Deslizó un brazo por mi cintura y me abrazó. —Puedes confiar en mí.
¿Pero tú puedes confiar en mí? Pensé en silencio.
Abrazados, nos acercamos a los carruajes. Cada vez que avanzábamos un paso, nuestras
caderas se rozaban; un cosquilleo recorría mi espalda.
Cuando casi llegamos a la hilera de los caballos, me aparté de ella y me aproximé a uno de
los cocheros. Era un hombre alto y rubio, peinado con una cola de caballo que le llegaba a
la mitad de la espalda. Sus ojos brillaron al ver a rocio y luego a mí.
— ¿Quieres impresionar a la dama esta noche? —preguntó.
—Así es. —respondí. Me sentí reconfortado ante esa comprensión inherente que existe
entre los hombres cada vez que de mujeres se trata.
—Basta de palabras. —Subió al carruaje y tomó las riendas.
Ni siquiera pensé en preguntar cuánto me costaría el paseo. Hizo un gesto a rocio y la
ayudé a subir. Se acomodó sobre el asiento tapizado en terciopelo rojo y rió por la
formalidad del momento. También yo subí y me senté lo más cerca de ella que pude.
El cochero se levantó a medias en su asiento y se volvió hacia rocio.
—Buenas noches, señorita. —dijo con una reverencia.
—Buenas noches. —Me guiñó un ojo, pues obviamente disfrutaba del espectáculo.
—Avíseme si el paseo se pone muy incómodo para usted. —dijo el hombre, con un rostro
que era la imagen misma de la galantería.
—Ah, claro. —respondió rocio. Me codeó y yo me reí.
—Entonces, partamos ya. —Los caballos echaron a andar y el cochero se concentró en el
camino.
A medida que íbamos avanzando, la respiración se me dificultaba cada vez más. Había
llegado el momento de la verdad y yo aún no conseguía encontrar las palabras ideales.
Mientras tanto, rocio admiraba el paisaje, ignorante del debate destructor que se libraba
en mi mente.
Suspiró, feliz y se acurrucó contra mí en el pequeño asiento. La rodeé con el brazo y le
acaricié con ternura el cabello.
—Qué noche tan serena. —murmuró—. Tengo la sensación de que en cualquier momento a
los caballos les crecerán alas e iremos volando hacia el crepúsculo.
El carruaje avanzaba por la calle Los únicos sonidos que
interrumpían el silencio era el golpeteo de las patas de los caballos contra el pavimento y el
jovial silbido del cochero. Estábamos rodeados de césped, árboles y flores. A la distancia,
los gigantes edificios se elevaban hacia el cielo, tentándonos como la tierra
de Oz.
Abracé a rocio con todas mis fuerzas. Ella me correspondió y hundió el rostro en la
curvatura de mi hombro. Estaba seguro de que podría sentir los maniáticos latidos en mi
cuello, aunque no pudiera oírlos. Al fin se apartó.
—gaston, no puedo respirar. —Se rió y me acarició la nuca con su mano tibia. Ese
contacto casi imperceptible con su piel me recordó que se nos iba el tiempo. El paseo en
carruaje no sería eterno... desgraciadamente.
Me acomodé en el asiento, para poder mirarla directo a los ojos. Le tomé ambas manos y
me las coloque sobre la falda.
—rocio, hay algo que debo decirte. Algo importante.
—Yo también tengo algo que decirte. —dijo, mirándome entre sus tupidas pestañas negras.
— ¿Puedo hablar primero?
¡Hazlo de una vez! Ordenó mi mente, furiosa.
Ella negó con la cabeza.
—Es imposible que lo que tú tienes que decirme sea más importante que lo que tengo que
tengo que decirte yo... A menos que sea lo mismo.
Una luz de esperanza se encendió como una llama. ¿Habría podido adivinar la verdad? Tal
vez ya había recuperado la memoria, mientras estábamos comiendo, y decidió que de todas
maneras me amaba... Una dicha delirante hinchaba mi corazón. Estaríamos juntos para
siempre.
—Te amo. —dijo. No mencionó a pablo, ni el baile de promoción, ni el engaño. Solo
esas palabras: te amo...
Un huracán de emociones se desató dentro de mí. Tocaba el cielo con las manos al saber
que ella me amaba, pero a la vez, me sentía terriblemente deprimido por mi traición. Sobre
todo, me paralizaba el temor de una confesión completa.
— ¿gaston? ¿No ibas a decirme algo? —preguntó. Su tono de voz era sereno, pero detecté
alguna incertidumbre de su parte.
Luché con desesperación contra mí mismo para decirle la verdad, pero no pude. En ese
momento era tan imposible revelarle el pasado como lo habría sido lograr que los caballos
ascendieran al cielo.
—Yo también te amo, rocio.
Apoyé las manos sobre sus hombros delicados, inclinando la cabeza para apoyarla contra la
suya. Nariz con nariz, nuestra respiración acompasada, compartimos un momento de total
armonía. Y luego nuestros labios se encontraron.
Cuando nos besamos, rocio tocó el áspero género de mi camisa con las manos y luego se
dirigió a la sensible piel de mi cuello. Con pasión intensa y serena a la vez me besó los
labios, luego los párpados y por fin el lóbulo de la oreja. Creí que perdería el conocimiento.
Le tomé la cara entre ambas manos y atraje su boca hacia la mía, para volver a besarla una
y otra vez. Seguí besándola y todo lo demás cayó en el olvido.
—Te amo, te amo. —repetía incansablemente.
—rocio. —Su nombre era mi único pensamiento y el poder se su significado me
avasalló.
Cuando nos separamos, mi respiración estaba muy agitada. Ella se cubrió las mejillas con
las manos y se reclinó contra el asiento.
—Nunca nos lo habíamos dicho, ¿Verdad? —preguntó después se un rato.
—No.
Asintió con la cabeza, como confirmando algo que ya sabía.
—Ya me parecía.
Durante el resto del paseo en carruaje, nos quedamos callados.
Mi tia estaba bebiendo un vaso de té helado en el porche de entrada cuando rocio y yo
llegamos a la casa.
— ¿Alguna noticia de mi padre? ―preguntó rocio no bien la vio.
—No. Solo recibí otra llamada del servicio de respuestas telefónicas. Según parece, estaban
mal informados respecto del itinerario que seguiría. mañana tendríamos que recibir noticias suyas.
Ella se deprimió mucho. Después de la visión que había tenido de su padre unas horas
antes, tal vez pensó que pasar un tiempo con él podría servir para refrescarle el pasado. Sin
embargo, yo no pude evitar sentirme bastante aliviado.
Desde el sábado, las miradas que me había destinado mi tia eran, en su mayoría, de desaprobación. Obviamente estaba segura de que ya
había pasado un tiempo más que razonable para que yo le contara toda la verdad a rocio.
-¡Ah! También llamó cande, para hablar con rocio.
La noticia encendió el rostro de mi “novia”.
— ¿Puedo usar el teléfono?
—Por supuesto.
Subió trotando los escalones del frente de la casa y desapareció en el interior.
—Con toda honestidad, ¿Qué crees que deba hacer?
bebió un trago de té y reflexionó sobre mi pregunta.
—Si quieres mantener algún vestigio de tu amistad con rocio… Es así, ¿No?
Asentí con la cabeza, desconsolado, pues sabía perfectamente que me diría mi tía poco
después.
—Debes confesarle toda la verdad, antes de que ella recuerde que eres el chico que la
enfureció de tal modo que decidió bañarlo en ponche el día del baile de promoción.
— ¡Pero va a odiarme! —Recogí una piedra pequeña, la arrojé hacia la calle, y oí el ruido
casi imperceptible que hizo al dar contra el asfalto.
—Te odiará mucho más si descubre la verdad por sus propios medios. Por lo menos, si se
lo dices con tus palabras tendrás la oportunidad de explicarte… e implorarle que te
perdone.
—Se lo diré. —accedí, resignado al horrendo destino que yo mismo me había creado. —
Pero tengo que elegir el momento adecuado…
Me quedé callado, pensando. Imaginé a rocio en sus momentos más tiernos y supuse que
había una posibilidad —pequeña, remota— de que, si la tomaba por sorpresa en una de esas
situaciones en las que se sentía generosa conmigo, tal vez lograra salir de todo aquello
relativamente indemne.
De pronto me levanté de un salto del porche, inspirado.
—rocio y yo no cenaremos en casa esta noche.
Entrecerró los ojos.
—. Voy a obsequiarle una noche que jamás olvidará.
—cande quiere hablar contigo —me dijo rocio cuando entré en la cocina—. Estaba por ir
a buscarte.
—Bien. —Tomé el auricular del teléfono que ella sostenía en la mano extendida—. Oye,
¿Te gustaría que hiciéramos algo especial esta noche?
Me dirigió una gran sonrisa.
— ¡Claro! ¿Qué debo ponerme?
—Jeans no —respondí.
La seguí con la mirada mientras se iba de la cocina.
Y no porque no te queden espectaculares, agregué en silencio. Luego recordé que cande
estaba esperándome pacientemente al otro lado de la línea.
—Hola,
—gaston —Su voz era muy formal, lo que acentuó aún más mi nerviosismo.
— ¿Pasa algo? —pregunté, con el corazón palpitante. Enrosqué el cable del teléfono
alrededor de mi dedo índice con tanta fuerza que se me cortó la circulación.
—pablo está como una fiera.
Tragué saliva.
— ¿De verdad?
—Sí. Me llamó hoy. Le inventé una historia respecto de que rocio había terminado
acompañando a su padre en la gira de conferencias, pero no me creyó ni una sola palabra.
Ajusté aún más el cable del teléfono alrededor de mi dedo.
—Gracias por cubrirme, cande. O por haberlo intentado, al menos.
—gaston, tendremos que confesar toda la verdad a rocio. Y pronto.
— ¿Que está haciendo pablo? Me refiero a si ha tomado alguna medida para tratar de
encontrarla.
— ¿Quién sabe? —gritó cande—. Este tipo está acostumbrado a tener lo que quiere, en el
momento en que se le antoja. Es un cerdo, pero tiene recursos.
— ¿Crees que haya una remota posibilidad de que rocio me dé una segunda
oportunidad?
Guardo silencio por un rato.
—Si estuviésemos tratados con la rocio de antes, te aseguro que podrías considerarte
dichoso si no te denuncia a la policía para que te arresten...
— ¿Pero? —Contuve la espiración, rezando en silencio para que cande me diera una mínima
esperanza.
—Pero la nueva rocio es una persona absolutamente diferente. ¡Me refiero a que en
serio quería quedarse alli en lugar de venir a mi departamento!
—Es un buen síntoma. —dije con cautela.
—Cierto. Pero cuando recupere la memoria, ¿Quién sabe en cuál de las dos rocio se
convertirá? Con suerte, las posibilidades son cincuenta y cincuenta.
cande tenía razón. No teníamos modo de saber si rocio volvería a ser o no la antigua
esnob en el preciso instante en el que recordase que era una niña rica y malcriada. E incluso
en la suposición de que prevaleciera la transformación de su personalidad, tal vez no
quisiera volver a verme. Aun así, tenía que arriesgarme; simplemente, no me quedaba otra
alternativa.
—Se lo diré esta noche. —De pronto se soltó el cable del teléfono, dejando sus huellas
sobre mi dedo.
—Bien —dijo cande, suspirando—. Ah, haz lo posible para convertirme en otra víctima de
tu juego. No quiero que vaya a odiarme a mí también.
—Hare lo que pueda, cande. Lo prometo.
—No te acobardes. —Con esa frase, cortó la comunicación.
Subí las escaleras y me puse unos pantalones de algodón, mientras me preparaba para
enfrentar los fantasmas del pasado de rocio.
—Mmm. Delicioso. —rocio mordió su segundo hot-dog.
En la última hora había aprendido que, si bien detestaba McDonald’s, le encantaba comer
hot-dogs (con mostaza sola). Acompañó la comida con cerveza sin alcohol,
bebiendo de a media lata por vez.
—Todavía no puedo creer que hayas preferido comer hot-dogs en esta gran noche de paseo
por la ciudad —comencé.
Se encogió de hombros.
— ¿Y por qué tenemos que ir a un lugar y soportar a los farsantes camareros que detestan a
los adolescentes? Y del costo, mejor ni hablar.
Estuve totalmente de acuerdo (en especial en cuanto a la parte monetaria del asunto) y sentí
una calidez que ya era familiar para mí cada vez que compartíamos una opinión.
—Bueno, porque estás tan hermosa que podríamos haber ido al lugar más elegante de toda
la ciudad.
rocio se había puesto una minifalda negra, sandalias y una blusa de seda brillosa, blanca.
Cuando la vi bajar por las escaleras, creí que el corazón se me desprendería del pecho.
—Lo mismo de usted, señor . —Arrojó el papel del hot-dog, lo tiró en un cesto de
basura cercano y bebió el resto de la cerveza.
Recién comenzaba a caer la tarde y en el parque todavía había gente suficiente como para
que el sitio resultara seguro. Estábamos descansando en un sitio con césped, cerca del
puesto donde se vendían los hot-dogs. Con bastante frecuencia pasaba junto a nosotros
algún chico en patineta o en bicicleta. Allí, tendido sobre el pasto, experimenté una
profunda dicha al observar el cielo. Cerré los ojos y deseé quedarme así con ella para siempre.
—Haber venido a este lugar ha producido efectos extraños en mi memoria. —comentó
rocio. Se tendió de costado, apoyada en un codo. Cuando abrí los ojos, me estaba
mirando fijo.
Abruptamente, con crueldad, el momento terminó.
— ¿De verdad? ¿Qué, por ejemplo?
—Es difícil de explicar. Sé que es obvio que ya estuve en este lugar antes, pero tengo la
sensación de que debería acompañarme otra persona...
— ¿Quién? —No quería presionarla, pero tenía que hacerlo.
—No lo sé...
—Bueno, piensa. —Una vez más, no pude creer que fuera mi voz la que hacía todas esas
preguntas.
Meneó la cabeza y frunció la frente.
—Olvidemos, el tema gaston.
Me senté. ¡Súper! Había estaba muy cerca. El tiempo me presionaba, y tenía que actuar.
— ¿Lista para el gran suceso? —pregunté, de pronto nervioso.
—Lo estaría si me hubieras dicho qué planeaste con esa mente misteriosa que tienes.
Le besé suavemente la frente, agradecido de que hubiera terminado ese momento de
tristeza.
—Lo sabrás muy pronto. —Me puse de pie y busqué su mano.
Me permitió que la ayudara a incorporarse y luego la conduje por un sendero que llevaba
hacia el extremo sur. El color del cielo iba profundizándose hasta
convertirse en índigo y el aroma del perfume de lilas de rocio nos envolvía. La noche se
había hecho para el Romance, con mayúscula, y yo planeaba aprovechar en pleno la ventaja
de la magia única que ofrecía.
Antes que nos marchásemos, había retirado cien dólares en efectivo de mi
cuenta del cajero bancario automático. El dinero que llevaba en el bolsillo representaba la
mitad de mis ahorros para comprar mi famosa cámara digital, pero por primera vez en la
vida no me importaba el dinero. Necesitaba demostrarme (y también a rocio que podía
brindarle todo lo que le daba pablo. Por lo menos, alguna que otra vez.
Cuando llegamos al final del parque, vi lo que buscaba una hilera de caballos y carruajes,
con sus cocheros vestidos con atuendos antiguos. Los paseos en los carruajes
eran una de las atracciones turísticas más famosas... y, según se decía, tenían la fama
de ablandar los corazones de las jóvenes.
— ¡Ta-tan! —exclamé, señalando los carruajes con una sonrisa.
— ¡Un paseo en carruaje! —Se admiró rocio, con los ojos brillantes—. Oh, gaston,
eres un romántico sin remedio.
—No se lo cuentes a nadie. —bromeé. Nunca podría superar los chistes que me harían los
chicos en el vestuario.
Deslizó un brazo por mi cintura y me abrazó. —Puedes confiar en mí.
¿Pero tú puedes confiar en mí? Pensé en silencio.
Abrazados, nos acercamos a los carruajes. Cada vez que avanzábamos un paso, nuestras
caderas se rozaban; un cosquilleo recorría mi espalda.
Cuando casi llegamos a la hilera de los caballos, me aparté de ella y me aproximé a uno de
los cocheros. Era un hombre alto y rubio, peinado con una cola de caballo que le llegaba a
la mitad de la espalda. Sus ojos brillaron al ver a rocio y luego a mí.
— ¿Quieres impresionar a la dama esta noche? —preguntó.
—Así es. —respondí. Me sentí reconfortado ante esa comprensión inherente que existe
entre los hombres cada vez que de mujeres se trata.
—Basta de palabras. —Subió al carruaje y tomó las riendas.
Ni siquiera pensé en preguntar cuánto me costaría el paseo. Hizo un gesto a rocio y la
ayudé a subir. Se acomodó sobre el asiento tapizado en terciopelo rojo y rió por la
formalidad del momento. También yo subí y me senté lo más cerca de ella que pude.
El cochero se levantó a medias en su asiento y se volvió hacia rocio.
—Buenas noches, señorita. —dijo con una reverencia.
—Buenas noches. —Me guiñó un ojo, pues obviamente disfrutaba del espectáculo.
—Avíseme si el paseo se pone muy incómodo para usted. —dijo el hombre, con un rostro
que era la imagen misma de la galantería.
—Ah, claro. —respondió rocio. Me codeó y yo me reí.
—Entonces, partamos ya. —Los caballos echaron a andar y el cochero se concentró en el
camino.
A medida que íbamos avanzando, la respiración se me dificultaba cada vez más. Había
llegado el momento de la verdad y yo aún no conseguía encontrar las palabras ideales.
Mientras tanto, rocio admiraba el paisaje, ignorante del debate destructor que se libraba
en mi mente.
Suspiró, feliz y se acurrucó contra mí en el pequeño asiento. La rodeé con el brazo y le
acaricié con ternura el cabello.
—Qué noche tan serena. —murmuró—. Tengo la sensación de que en cualquier momento a
los caballos les crecerán alas e iremos volando hacia el crepúsculo.
El carruaje avanzaba por la calle Los únicos sonidos que
interrumpían el silencio era el golpeteo de las patas de los caballos contra el pavimento y el
jovial silbido del cochero. Estábamos rodeados de césped, árboles y flores. A la distancia,
los gigantes edificios se elevaban hacia el cielo, tentándonos como la tierra
de Oz.
Abracé a rocio con todas mis fuerzas. Ella me correspondió y hundió el rostro en la
curvatura de mi hombro. Estaba seguro de que podría sentir los maniáticos latidos en mi
cuello, aunque no pudiera oírlos. Al fin se apartó.
—gaston, no puedo respirar. —Se rió y me acarició la nuca con su mano tibia. Ese
contacto casi imperceptible con su piel me recordó que se nos iba el tiempo. El paseo en
carruaje no sería eterno... desgraciadamente.
Me acomodé en el asiento, para poder mirarla directo a los ojos. Le tomé ambas manos y
me las coloque sobre la falda.
—rocio, hay algo que debo decirte. Algo importante.
—Yo también tengo algo que decirte. —dijo, mirándome entre sus tupidas pestañas negras.
— ¿Puedo hablar primero?
¡Hazlo de una vez! Ordenó mi mente, furiosa.
Ella negó con la cabeza.
—Es imposible que lo que tú tienes que decirme sea más importante que lo que tengo que
tengo que decirte yo... A menos que sea lo mismo.
Una luz de esperanza se encendió como una llama. ¿Habría podido adivinar la verdad? Tal
vez ya había recuperado la memoria, mientras estábamos comiendo, y decidió que de todas
maneras me amaba... Una dicha delirante hinchaba mi corazón. Estaríamos juntos para
siempre.
—Te amo. —dijo. No mencionó a pablo, ni el baile de promoción, ni el engaño. Solo
esas palabras: te amo...
Un huracán de emociones se desató dentro de mí. Tocaba el cielo con las manos al saber
que ella me amaba, pero a la vez, me sentía terriblemente deprimido por mi traición. Sobre
todo, me paralizaba el temor de una confesión completa.
— ¿gaston? ¿No ibas a decirme algo? —preguntó. Su tono de voz era sereno, pero detecté
alguna incertidumbre de su parte.
Luché con desesperación contra mí mismo para decirle la verdad, pero no pude. En ese
momento era tan imposible revelarle el pasado como lo habría sido lograr que los caballos
ascendieran al cielo.
—Yo también te amo, rocio.
Apoyé las manos sobre sus hombros delicados, inclinando la cabeza para apoyarla contra la
suya. Nariz con nariz, nuestra respiración acompasada, compartimos un momento de total
armonía. Y luego nuestros labios se encontraron.
Cuando nos besamos, rocio tocó el áspero género de mi camisa con las manos y luego se
dirigió a la sensible piel de mi cuello. Con pasión intensa y serena a la vez me besó los
labios, luego los párpados y por fin el lóbulo de la oreja. Creí que perdería el conocimiento.
Le tomé la cara entre ambas manos y atraje su boca hacia la mía, para volver a besarla una
y otra vez. Seguí besándola y todo lo demás cayó en el olvido.
—Te amo, te amo. —repetía incansablemente.
—rocio. —Su nombre era mi único pensamiento y el poder se su significado me
avasalló.
Cuando nos separamos, mi respiración estaba muy agitada. Ella se cubrió las mejillas con
las manos y se reclinó contra el asiento.
—Nunca nos lo habíamos dicho, ¿Verdad? —preguntó después se un rato.
—No.
Asintió con la cabeza, como confirmando algo que ya sabía.
—Ya me parecía.
Durante el resto del paseo en carruaje, nos quedamos callados.

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