lunes, 24 de octubre de 2011

MI NOVIO ES UN EXTRAÑO CAPITULO 6

GASTON:
quedaba a unas diez cuadras de allí; mientras caminábamos traté de
grabarme en la cabeza que rocio y yo no estábamos en una “verdadera” cita. No bien
recordara quién era yo, me odiaría. Pero mientras paseábamos por aquellas calles,
balanceando nuestras manos entrelazadas, me costó mucho convencerme de que no me
importaba. De hecho, me costó mucho convencerme de que no me arrojaría desde lo alto
en cuanto rocio me dijera cuán idiota soy.
Cande y vicco se nos habían adelantado, y noté que se llevaban bien. rocio pareció leer
mis pensamientos; ya me había dado cuenta de que tenía la misteriosa habilidad de expresar
con palabras exactas lo que pasaba por mi mente.
—Forman una linda pareja, ¿no? vicco es justo el tipo de chico para cande. —Hizo una
pausa y frunció la frente. —Por lo menos, eso creo. Supongo que no podría saberlo.
Le apreté la mano con más fuerza.
—vicco tiene la costumbre de cambiar de chica como de camisa, pero sospecho que cande
podría cambiarle los hábitos. Es una persona verdaderamente especial.
— ¿Y qué me dices de ti? —preguntó rocio en voz baja.
— ¿De mi?
— ¿A ti también te gusta cambiar de chica como de camisa?
Le apreté la mano otra vez.
—No. Bueno, antes sí… Antes de conocerte.
Se llevó nuestras manos entrelazadas hacia la boca y colocó mi palma derecha sobre sus
labios. Cuando sentí su beso suave, una chispa encendió todo mi cuerpo. Suspiré; sabía que
si no besaba a rocio en menos de cinco segundos estallaría como una bomba.
El hecho de que nuestra relación era ficticia cayó en el olvido luego de ese pequeño gesto
de afecto.
Me detuve, la tomé de un brazo y la conduje hacia uno de los grandes robles que se
alienaban en la acera. Cuando su espalda se apoyó contra el tronco del árbol, puse un brazo
a cada lado de su cuerpo, de modo que quedó atrapada en el reducido espacio que quedaba
entre el roble y yo.
—gaston—murmuró. Sorprendida. Inclinó la cabeza contra el tronco y me observó entre
sus tupidas pestañas.
No pude hablar, ni siquiera podía moverme. Durante un largo momento, lo único que pude
hacer fue mirar fijamente sus labios carnosos. Me aferré a la áspera corteza del tronco del
árbol y por fin acerqué mi boca a la de rocio.
—gaston —Una vez más mi nombre fue un murmullo… y una invitación.
Nuestros labios se encontraron con la espontaneidad de aquellos que se han besado
infinidad de veces. Las delicadas curvas de su boca armonizaron con las mías, como si
ambos hubiésemos sido concebidos expresamente con el objeto de unirnos para siempre.
Una mezcla de electricidad y lava fundida explotó en mi interior, crispándome el vello de la
nuca.
Rocio levantó los brazos para poder estrecharme con más fuerza. Nuestro beso se
profundizó y el resto del mundo pareció desvanecerse. Ingrávido, inhalé el perfume de su
piel y saboreé sus labios.
Un paraíso.
La imagen se dibujó en mi mente; un concepto al que podría aferrarme por fin. Sí, besar a
rocio era como vivir en un paraíso terrenal.
— ¿Qué están haciendo ustedes dos allí escondidos? —La voz de cande me regresó
violentamente a la realidad.
—Ah —dijo rocio. Abrió los brazos y me soltó el cuello. —Supongo que olvidé que
cande y vicco estaban con nosotros.
Asentí con la cabeza. Todavía no me sentía capaz de formar una frase.
—Pero nos perdonarán —dijo ella, mientras me tomaba de la mano para seguir caminando.
—Me alegro de habernos detenido —dije cuando al fin pude hablar.
—Yo también. No sé cuánto tiempo más habría podido esperar.
Reímos juntos y luego, simultáneamente, volvimos al camino y corrimos hacia donde cande
y vicco nos aguardaban. Nos habían sacado como una cuadra de distancia y se habían
sentado a esperarnos en el porche de una casa. Estaban recostados, con los ojos cerrados, de
cara al brillante y cálido sol.
—Disculpen, amigos —les dije cuando estuvimos lo bastante cerca—. rocio tuvo que
detenerse para… eh… atarse los cordones de los zaparos.
vicco señaló las sandalias de Vanessa.
— ¿Cómo hace uno para atarse algo que no tiene? —Revoleó los ojos al cielo―. gaston, no sabes mentir.
“No me lo recuerdes”, pensé. La dicha se me escapó de las manos y en su lugar
rocio me dirigió una sonrisa cómplice. La intimidad de ese gesto fue como una puñalada directa a mi corazón. Le tomé la mano que me tendía y me odié profundamente.
Tuve la sensación de que habíamos entrado en un mundo de ensueño, y al fin la combinación del ambiente y la suave música libanesa de fondo me serenó. Me permití olvidar todo, excepto la comida y la compañía. El presente se había hecho para la fantasía; mañana ya había tiempo de sobra para enfrentar la realidad.
—Deseamos una botella de la mejor agua mineral que tenga y cuatro copas de champaña
—le dijo cande al camarero. El hombre hizo una pequeña reverencia y se retiró a la cocina.
vicco atacó el banquete, haciendo ruido mientras comía.
—Esto sí que es tener clase —dijo, contento—. Mucho mejor que un Big Mac con papas
fritas.
—Detesto McDonald’s —comentó de repente rocio—. Por fin recuerdo algo. —Frunció
la nariz al pensar en el Big Mac y tomó un gran bocado .cande rió.
Me di cuenta de que, por insignificante que hubiera parecido el comentario de rocio
sobre McDonald, en realidad era muy importante. Obviamente, su pasado la seguía de
cerca… En poco tiempo también recordaría que detestaba mi ciudad, lavar la vajilla y a un
sujeto gaston. Traté de olvidar el detalle cuando apareció el camarero con el agua
mineral.
cande llenó cada una de las copas de champaña, entre risas, observando el agua gasificada
que se derramaba por sobre los bordes.
—Tenemos que brindar —decretó, alzando su copa—. ¿gaston?
Todos posaron la mirada en mi; en apariencia, esperaban que dijera algo significativo.
Estuve a punto de espetar toda la verdad en aquel mismo instante, pero se los veía felices
que no habría podido soportar la idea de arruinar el clima festivo. En otras palabras, actué
como un cobarde.
Carraspeé.
—Por rocio —dije, levantando la copa—. Y por los nuevos comienzos.
Entrechocamos las copas. Noté que había lágrimas en los ojos de rocio cuando nos miró.
—Quiero agradecerles a todos, en especial a gaston, por haberme ayudado. Si alguno de
ustedes alguna vez se sintiera tan perdido y tan solo como me sentí yo cuando desperté
ojala que el destino me ponga allí para ayudarlos. Para tenderles la mano…
para recordarles quiénes son realmente.
Cuando terminó su discurso, hubo un coro de “chinchines” y los cuatro volvimos a
entrechocar las copas. Sentí que rocio buscaba mi mano por debajo de la mesa. Nos
rozamos suavemente los dedos y seguimos comiendo. Otra situación de silenciosa
compresión se había suscitado entre nosotros; esos momentos se iban acumulando, uno tras
otro. El solo pensarlo me hizo sentir algo nuevo con respecto a la posibilidad de una
relación entre rocio y yo: esperanza.
. Luego, rocio y cande se levantaron de la mesa para dirigirse al toilette.
—Seguro que regresarán dentro de una hora —comentó vicco—. Las mujeres son así.
Asentí con un gesto, ausente, mientras dibujaba diseños invisibles con la cuchara de postre
sobre el mantel.
— ¿Qué crees que harán allí adentro? —me preguntó—. ¿Estarán intercambiando secretos
femeninos? ¿O criticándonos a nuestras espaldas? Tal vez sea una especie de sala de
estar… con muebles y TV por cable. —Calló esperando mi respuesta.
Alcé la vista, asombrado.
—Perdón. ¿Qué?
—Ay, amigo, de veras estás en otro planeta. Esta chica te ha golpeado fuerte, ¿eh?
—Sí. Es como si hubiéramos nacido el uno para el otro… salvo un detalle: no fue así. —
Dejé la cuchara y empecé a doblar y desdoblar mi servilleta.
—Cuando me hablaste de toda esta farsa que habías inventado, pensé que te habías vuelto
loco. Pero ahora no estoy tan seguro. Tal vez te dé resultado.
— ¿Y qué resultado podría dar? —repliqué—. Recuperará la memoria y me odiará. Seré un
desgraciado. Punto.
—Deja que pase un poco de tiempo, amigo mío. El amor puede hacer que la gente cometa
locuras. Ya lo he visto.
— ¿Qué me dices de ti y de cande? ¿Crees que podrías dejar tu debilidad por las mujeres por
una chica como ella?
—Tal como dije antes, el amor puede hacer que la gente cometa locuras. Y, decididamente,
Cande es una chica para amar. —vicco se reclinó contra el respaldo y se palmeó el vientre.
—Toda esta filosofía me ha abierto nuevamente el apetito.
Me eche a reír.
—Algunas cosas nunca cambian.
“Y alguna gente nunca cambia —me recordó una voz interior—. Como las chicas de la alta
sociedad que piensan que los chicos como yo nacen enfermos. Las chicas como rocio.”
Cuanto entré en la casa de ella, tenía la sensación de que me estaría esperando su padre,
pablo y tal vez un abogado, con rostros colorados por la ira y la indignación. Pero Rose
estaba sola, sentada a la mesa de la cocina, escribiendo una carta. Al vernos entrar se quitó
los anteojos de lectura y nos sonrió.
—Hola a los dos. ¿Qué tal ese almuerzo exótico? —Le había dejado una nota explicándole
que íbamos a comer.
—Estupendo —respondió rocio—. Pero nada de lo que hemos comido fue tan bueno
como los famosos panqueques suecos de gaston
— ¿Qué hacías? —le pregunté a mi tía.
—He escrito algunas cartas, solicitando donaciones para la colecta—respondió, frotándose los parpados—. Pero me arden los ojos y me siento acalambrada.
—De modo que todo está tranquilo —comenté. Sin duda me había hecho algún comentario
si hubiera tenido noticias del padre de rocio, ¿verdad?
Asintió con la cabeza.
—Digamos que si. Pero llamó alguien del servicio de atención telefónica del padre de
rocio, para comunicarnos que no pudieron ubicarlo así que tratarás de contactarlo en la próxima ciudad.
Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza. Un descanso más.
—Bien. Me alegro de que estén intentando localizarlo.
—De modo que estás destinada a quedarte con nosotros —le dijo a rocio
Mi “novia” pasaba el peso de su cuerpo de una pierna a otra, con evidente inquietud.
—En realidad, quería hablar con los dos al respecto… —dijo—. Cande me ofreció quedarme
en su casa, con su familia… para no ocasionarles tantas molestias.
Me sentí como si me hubiera atravesado una astilla de vidrio en la garganta.
— ¿Tú quieres quedarte en casa de cande? —No logré evitar cierto tono áspero.
Ella meneó la cabeza.
—Prefiero quedarme aquí… Esta casa me hace sentir como si estuviera en mi hogar. —
Hizo una pausa, mientras examinaba el piso de la cocina. — Pero no quiero abusar de la
hospitalidad que me han brindado.
—No seas tonta —dijo mi tia—. Me encanta tener otra mujer en la casa. Podríamos aliarnos
en contra de gaston.
Sólo cuando exhalé me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración.
—Entonces todo está arreglado. Nuestra casa es tu casa. —Hice un gesto, señalando nuestra
cocina, cómoda aunque bastante modesta. —En todo su esplendor.
Rocio me sonrió; luego se sentó junto a mi tia y tomó una lapicera.
—Bien. ¿Qué es la colecta, y a quién debemos escribir? —preguntó.
Creo que fue en ese preciso instante cuando me sentí profunda y perdidamente enamorado
derocio. Hija de un millonario, esnob regenerada y ángel… Para mí, ella lo
era todo.
—Mira un poco hacía la izquierda —le indiqué rocio se movió y yo tomé la fotografía.
Nos hallábamos en el parque más cercano a mi casa. Era pequeño, pero había una laguna,
una cerca de madera y un viejo juego de hamacas. Ese entorno era el fondo perfecto para
las fotografías en blanco y negro que estaba tomando.
Habíamos pasado la tarde ayudando a mi tía con sus cartas. Se había planeado un picnic
para el fin de semana, con el fin de recaudar fondos, y, como era
habitual, el Orfanato no contaba con muchos voluntarios. rocio había hecho
un millón de preguntas en relación con la institución, hasta que por fin mi tía echó a reír
y comentó que tendría que proponerla como integrante del directorio.
En la cena, comimos lo que nos había sobrado, y después rocio volvió a ponerse sus jeans y mi camisa vieja. Ahora estaba de pie contra la cerca, dejando que la suave brisa la despeinara.
—Eres una modelo perfecta —dije, ajustando la apertura de la cámara.
— ¿Con esta ropa? —preguntó—. Debo de parecer un esperpento. Y mi pelo, un nido de
ardillas. —Se agachó para recoger un diente de león blanco.
—Luces natural —respondí—. Y hermosa.
Frunció los labios y sopló el diente de león, esparciendo las semillas por el aire hasta que
volvieron a caer al suelo. Tomé la fotografía con dedos temblorosos. De pronto rió. Disparé
mi cámara otra vez. Y otra más.
— ¡gaston! —gritó—. Estás desperdiciando todo el rollo en mí.
Meneé la cabeza.
— ¿Estás bromeando? Estas fotos serán un ensayo perfecto. Lo llamaré “Mujer sin
pasado”.
El sol caía como un enorme globo anaranjado rojizo tras los lejanos rascacielos
Debí ajustar otra vez la cámara, por la rapidez con la que se modificaba la luz.
—Estás loco —me dijo mientras me observaba.
Levante la cámara.
— ¿Te molesta?
—No —respondió con suavidad—. Pero creo que se me ha ocurrido un título mejor para tu
ensayo de fotografías.
— ¿Cuál? —Comenzó a avanzar hacia mí y tuve que volver a practicar otro ajuste en mi
Nikon.
—“Mujer que desea que la besen” —Declaró.
A través de las lentes de mi cámara, tuve la sensación de que rocio entraba literalmente
en mi vida. Tomé la fotografía y luego bajé la cámara.
—Me gusta —dije, asintiendo.
Rodeé a mi modelo con los brazos y en las sombras largas del crepúsculo nos besamos.

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