ROCIO
TRES SEMANAS DESPUÉS
El sábado por la mañana me miré en mi espejo de cuerpo entero e hice una mueca tenía los
ojos irritados e hinchados; las lágrimas habían dejado sus huellas al secarse sobre mis
mejillas. Tuve que obligarme a recordar que esa pesadilla era una realidad: mi padre había
decidido enviarme a un campamento de verano; estaría fuera de la ciudad
durante un mes entero.
La noche de baile de promoción llegué tarde a casa, muy tarde. Después de mi horrendo
encuentro con GASTON estuve inquieta, descontrolada. Por eso, cuándo PABLO
sugirió que no respetara el horario que me habían impuesto mi padre y que lo acompañara a
un lugar que tienen abierto hasta tarde, no lo pensé dos veces y acepté. Cuando llegué tarde
al departamento, casi al amanecer, mi padre estaba esperándome despierto, nunca lo había
visto tan furioso. En ese mismo momento decidió que PABLO era el hijo de Satanás.
.
Alguien golpeó con suavidad mi puerta. Enseguida me froté los ojos y me los sequé.
—PABLO —Al verlo, recrudeció mi dolor. En una mano traía un enorme oso de peluche marrón.
Corrí a sus brazos, y hundí mi rostro en su pecho. Me abrazó con todas sus fuerzas por un
rato y luego me apartó con delicadeza.
—No querrás mojarme esta costosa camisa de Armani, ¿verdad? —bromeó, pellizcándome
con suavidad la mejilla.
— ¿Eso es para mí? —pregunté señalando el oso.
Me sonrió y depositó el muñeco entre mis brazos.
—Él es el único que puede sustituirme mientras estés fuera de la ciudad. No puedes abrazar
a ningún otro.
Apreté con fuerza el oso de peluche.
—PABLO, ¿Cómo crees que podría mirar a otro cuándo te tengo a ti esperándome en casa?
No bien pronuncie esas palabras, una terrible inseguridad se apoderó de mí ser. Un chico
como PABLO no se quedaría solo mucho tiempo…. Si no quería. Inspiré profundamente
para tranquilizarme y traté de aclarar mi voz para continuar.
—Me esperaras, ¿verdad? —mientras aguardaba su respuesta se me detuvo el corazón.
—Por supuesto, ROCIO. —dijo depositando un delicado beso sobre cada uno de mis
parpados—. Tú y yo formamos la pareja más solida de la escuela. Jamás separaría este dúo
tan dinámico.
— ojalá pudieras acompañarme hasta la estación de tren, por lo menos.
Suspiró.
—Me encantaría, pero debo asistir a una clase del curso preparatorio para el examen de
ingreso a la universidad…
Presionó sus labios con fuerza contra los míos, y compartimos un apasionado beso. Sentí el
súbito estallido de adrenalina que normalmente acompaña el delito. Mi padre estaba muy
cerca de allí, y en cualquier momento podría sorprendernos perdidos en ese descardo
abrazo. Por fin, retrocedí.
Me apretó la mano y tiro con delicadeza de un mechón de mi cabello.
—No me olvides —se volvió abruptamente y yo me quede contemplando su espalda que se
alejaba por el corredor.
—Jamás. —respondí en voz alta. Luego cerré la puerta de mi cuarto, como si quisiera dar
un portazo a ese largo mes que nos separaría.
Minutos más tarde, abrí los ojos de golpe cuando sentí que el conductor clavaba lo frenos.
Tome mi bolso grande de cuero, el oso de peluche que PABLO me había regalado y lleve la
mano a la manija de la puerta.
—Aeropuerto La Guardia. Rápido.
—Tu tren partirá dentro de cinco minutos, niña —respondió EL CHOFER—. Todavía no han anunciado
el número del andén.
—Voy corriendo hasta el tocador —le dije.
—Date prisa —me recomendó, mirando con ansiedad el cartel.
Antes de salir de allí me lavé las manos rápidamente. El trámite me había llevado más
tiempo del esperado, y sin duda estaría muy preocupado. Salí corriendo hacia donde se
hallaba el cartel; el bolso me golpeaba rítmicamente la cadera al andar y casi pasaba a
presión entre persona y persona.
— ¡Todos arriba! ¡Andén catorce! —gritó en cuanto me vio.
Me senté y tomé una revista gratuita,
En la página siguiente una propaganda de los osos de peluche Vermont. Observé los
peludos animales y lentamente un pánico horrendo se apodero de mí.
“el oso de peluche… el oso de peluche”
Busque con desesperación a mí alrededor y luego en el compartimiento superior. De
repente, como si hubiera recibido una potente descarga eléctrica, recordé que había
apoyado a mi oso junto al lavabo del baño de la estación. Después salí corriendo y…
¡olvide mi oso allí!
— ¿Cuánto falta para que salga el tren? —grité al hombre sentando frente a mí.
—Tres minutos, aproximadamente —respondió
Salí corriendo hasta la multitudinaria estación
Por fin me detuve cuando llegué a la puerta del baño de mujeres. Una niña pequeña, de
cabellos rojizos, estaba de pié junto a su madre, que se retocaba el maquillaje con un lápiz
labial magenta. La niña cargaba mi precioso oso de peluche.
— ¡Eso es mío! —grité, abalanzándome hacia el oso.
—Estaba apoyado aquí —se defendió la mujer, entregándome el oso y a la vez protegiendo
a su hija de mi mirada asesina—. Pensamos que a alguien se le había olvidado.
—No hay nada que lamentar, querida. Lo has recuperado sano y salvo.
La estación seguía tan llena de gente como antes. Mientras yo corría a toda velocidad hacia
el andén catorce ¿Dónde está el andén catorce?
De pronto, como si hubiera surgido de la nada aparecieron frente e a mí tres escalones. Los
bajé de un salto, decidida a no perder ni un segundo, pero justo cuando puse lo pies en el
suelo uno de mis tacones se engancho en el último peldaño.
Por un momento, todo fue en cámara lenta. Luego el tiempo avanzo despiadadamente y yo
perdí mi precario equilibrio. El piso blanco de linóleo se me acercaba a la velocidad de la
luz. No había manera de impedir la caída.
Desde algún sitio distante oí un golpe seco. Mi cabeza contra el piso. El mundo se escapo a
hurtadillas de mi mente y el blanco linóleo se convirtió en un perverso manto negro
GASTON:
Estaba apoyado contra el pilar de cemento en la estación de subterráneo de la avenida
—Dios santo, GASTON. ¿Entonces tienes dieciséis para setenta? Necesitas una chica hermosa
que te recuerde de qué se trata la vida.
—Una chica es lo último que necesito —contesté con amargura. Desde ese baile de
promoción me alejé de la población femenina. Salir con chicas era demasiado complicado;
por eso decidí concentrarme en aquellos aspectos de la vida que no causaran miedo, dolor o
humillación.
―Te llamaré más tarde ―dijo VICCO―. Tal vez cambies de opinión con respecto a la
fiesta
A unos quince metros de la salida más cercana había un círculo de personas que
murmuraban. Un imán invisible me atrajo hacia ellos. ¿Estarían llevándose preso a alguien?
¿Acaso habría alguna celebridad? ¿Algún apuñalado, tal vez? Con la mórbida curiosidad de
la mayoría de los neoyorquinos, no podía pasar por alto semejante espectáculo.
Cuando llegué a la parte externa del círculo, me quedé boquiabierto. Tendida sobre el piso
sucio, con los ojos cerrados y el rostro macilento, yacía ROCIO.
Miré rápidamente alrededor, tratando de ver a CANDE o al apuesto novio de la Reina, pero
nadie de todos los que estaban allí se acercó para ayudarla. Sólo se quedaban mirándola,
preguntándose si estaría muerta o no.
Sin pensarlo ni por un segundo, rompí el círculo humano, fui corriendo hacia ella y me
hinqué a su lado. En ese momento, en que no olía el aire ni me miraba con desdén, parecía
una niña. Me dolió el corazón cuando le tomé la mano y susurré su nombre.
―ROCIO, ¿me oyes? ¿Puedes oírme?
Noté que respiraba, pero evidentemente no me oía. Una mujer de expresión preocupada,
con una niña pelirroja a su lado, avanzó un paso hacia mí.
―Se cayó por las escaleras hace unos segundos ―explicó la mujer―. Debe de haberse
golpeado la cabeza.
Asentí y coloqué mi lata DE GASEOSA fría sobre la mejilla de ROCIO.
―Despierta, ROCIO ―urgí.
― ¿La conoces? ―me preguntó la mujer.
―Sí… podría decirse que sí.
--la vimos justo antes de caer ―continuó―. Parecía muy nerviosa… se había
olvidado el oso de peluche en el baño de damas.
Por primera vez reparé en el peludo oso marrón que estaba junto a ROCIO. También había
un bolso de cuero a sus pies, con el contenido desparramado en el piso.
― ¿Dijo qué estaba haciendo aquí? ―pregunté―. ¿Alguien la acompañaba?
A pesar de que la Reina del Hielo parecía vulnerable, no me entusiasmaba en absoluto la
idea de hacer de protector. Ya me imaginaba cómo me agradecería si al despertar fuera el
rostro de su enemigo número uno el que viera en primer lugar.
La mujer negó con la cabeza.
―No, estaba sola. Dijo algo que casi no pude comprender. Algo respecto de un novio… un
campamento. Parecía desesperada por recuperar el oso.
Recogí el oso de peluche y lo coloqué entre los brazos de ROCIO. ¿Habría estado a punto
de subir a algún tren cuando sufrió el accidente? ¿Iría a algún campamento de verano?
¿Pero dónde estaba su padre? ¿La habría dejado sola? Me di cuenta de que no obtendría
ninguna respuesta hasta que recuperara la conciencia. Mientras tanto, pediría a alguien que
llamara una ambulancia.
―Será mejor que llame al 911 ―le dije a la mujer―. Debemos de llevarla a un hospital.
La mujer asintió con la cabeza y se dirigió hacia un teléfono público, con su hija detrás. En
ese momento, los ojos de ROCIO se abrieron.
― ¿Quién va al hospital? ―preguntó de repente.
La miré, sorprendido.
―Tú ―le respondí con suavidad―. Te has caído. Te golpeaste y perdiste el
conocimiento…
― ¿Quién eres tú? ―preguntó, interrumpiendo mi frase.
“Típico ―pensé―. Esta chica es tan altanera que ni siquiera puede recordar al pobre diablo
a quien baño con un vaso de ponche. Tal vez hayan sido tantas sus víctimas que le resulta
imposible tener presentes a todas.”
―GASTON ―respondí, tratando de dejar a un lado mi tono cáustico. Después de
todo, era ella la que estaba tendida en el piso. Se merecía una pizca de
compasión.
―Ah. ―No había expresión alguna en su rostro. ― ¿Quién soy?
― ¿Qué? ―pregunté, en estado de shock.
Se sentó y se apartó el cabello del rostro.
― ¿Quién soy? ―repitió.
Tragué saliva. ¿Tan fuerte se había golpeado la cabeza?
―Eres ROCIO.
―Ah ―respondió de nuevo.
La gente que nos rodeaba comenzó a marcharse con lentitud; era evidente que se iban
decepcionados porque ROCIO no resultó ser el cadáver en vivo y en directo que todos
esperaban. Comenzó a incorporarse, y la tomé del brazo para impedírselo.
―Quédate sentada y espera a los paramédicos.
Me miró furiosa. Fue el primer gesto que me recordó a la chica que había conocido en el
baile de promoción.
―No iré al hospital ―dijo categóricamente, abrazando a su oso. Parecía muy asustada.
―Tienes que ir ―insistí, tratando de mantenerme sereno para que se convenciera.
―De ninguna manera. Detesto los hospitales. Llévame a casa. ―Comenzó a recoger todas
las cosas que se le habían caído del bolso, para ponerlas con rapidez en su lugar.
Me mordí el labio. No sabía qué hacer.
―ROCIO, sé razonable.
Las lágrimas comenzaron a rodar sobre sus mejillas; en forma inesperada, se echó en mis
brazos.
―Por favor, no me obligues a ir al hospital. No puedo ir. De verdad, no puedo.
Esa repentina presión de su cuerpo contra el mío me tomó tan desprevenido que estuve a
punto de perder el equilibrio. Cuando por fin analicé la situación y descubrí que estaba
abrazando a la reina ―abrazándola con fuerza―, mi corazón empezó a palpitar
desesperado. Aquella noche, en el baile, cuando la abracé para bailar, ella se había
mostrado fría y tiesa. Ahora la sentía suave y vulnerable. Además, en ese abrazo había algo
distinto: su confianza en mí.
― ¿Por qué no puedes ir?
Frunció el entrecejo.
―No lo sé. ―Su voz era tan baja que casi no pude oírla.
Durante unos segundos me di el gusto de acariciar su cabellera de seda con mi mejilla.
Tenía el rostro tan cerca del mío que percibí una suave fragancia a jabón de lavanda. Le
alisé el cabello con ternura, tratando de transmitirle mentalmente el mensaje de que nada le
sucedería, y no porque fuera ROCIO, si no porque era un ser humano que estaba en
problemas. Cuando le toqué la nuca, palpé un bulto gigante que iba formándose donde se
había golpeado contra el duro piso.
― ¡Dios! Parece que tuvieras una pelota de golf aquí atrás ―mascullé, y me aparté de ella
para poder mirarla a los ojos.
Hizo una mueca.
―Con razón. Tengo la sensación de que todo el grupo de constructores de la Carretera
están martillándome la cabeza a la vez. ―Luego logró sonreír. ―Pero estoy
bien. De verdad…
Me eché a reír.
―Salvo un pequeño detalle: no recuerdas quién eres, no me conoces y tampoco sabes qué
sucedió.
Se puso d pie y me hizo incorporar también. Miró alrededor y frunció la nariz en señal de
desagrado, como si viera la estación por primera vez.
―GASTON, si es cierto que compartimos ciertos sentimientos, por favor te suplico que me
saques ya de este infierno.
Traté de protestar, pero no bien abrí la boca para hablar, ella me la cubrió con la mano para
impedírmelo.
―Y si te niegas ―continuó― saldré a la calle por las mías. Estoy segura de que mis
padres, quienesquiera sean, no se sentirán muy felices de que hayas perdido.
Suspiré, declarando en silencio mi derrota. Con memoria o sin ella, ROCIO
estaba acostumbrada a hacer siempre lo que se le daba la gana. No me quedaba otra
alternativa más que olvidar lo de la tienda de cámaras fotográficas y llevarla a casa, o con
tía Rose.
―Bien, vamos. Iremos a mi casa para pedirle a mi tía que te revise. Es enfermera.
ROCIOse encogió de hombros.
―No me importa adónde vayamos, siempre y cuando no sea un hospital. ―Comenzó a
sonreír, pero luego hizo una mueca de dolor y me tomó de la mano.
Entrelacé mis dedos con los suyos y me dirigí otra vez hacia la estación de subterráneos. Le
entregué una ficha de subte que llevaba en el bolsillo, pero ella aminoró la marcha.
― ¿Vamos a subir a ese subterráneo? ―Evidentemente, el proyecto no le fascinaba ni
mucho menos.
Ignoré el indicio de esnobismo que percibí en su voz.
―De modo que recuerdas el sistema de tránsito, ¿eh?
―Sí… Algo. No del todo.
Revoleé los ojos. Lo más probable era que ROCIO no hubiera tomado el subterráneo las
veces suficientes como para tener una imagen fresca del sistema, pero estaba convencido de
que, si tenía oportunidad de salir a la calle, lo primero que haría sería tomar un taxi. No
obstante, siguió caminando; en apariencia, acababa de aceptar que descender a las
profundidades del subte formaba parte de su vida diaria.
Cuando por fin subimos, la noté nerviosa. La conduje hacia la parte trasera del vagón,
donde había una hilera vacía de sillas plásticas anaranjadas. Me apretó la mano mientras
leía los graffiti que habían garabateado sobre las paredes y analizaba la diversidad de
pasajeros.
Se volvió hacia mí con expresión seria.
―Gracias a Dios que estabas conmigo, GASTON. Qué suerte he tenido. ―Me apretó la
mano con más fuerza aún y apoyó la cabeza sobre mi hombro. ―Ojalá pudiera recordar
cómo era todo antes de hoy.
Con gran asombro y profunda satisfacción, descubrí que ROCIO creía que yo era su novio.
No sé por qué no lo había adivinado antes. Claro, cuando despertó, yo estaba a su lado,
tomándole la mano, haciéndome cargo de toda la situación… asumiendo todas las
responsabilidades de un novio. Y sin embargo seguía siendo el chico a quien ella había
humillado frente a todos la noche del baile de promoción. Todo aquel concepto erróneo me
cautivó. En ese momento, en todas las circunstancias y para todos los fines, yo era el novio
de ROCIO. El chico de quien ella se había enamorado… tal vez el que le había
regalado ese oso de peluche que llevaba celosamente sobre la falda.
Venganza.
Esa palabra me daba vueltas en la mente mientras le acariciaba el dorso de la mano con el
dedo pulgar. Se me presentaba la oportunidad de pagar con la misma moneda a la Reina del
Hielo, por el modo en que me había tratado, no me cabían dudas de que en algún momento
recordaría quién era exactamente y, además, todo su pasado. Y cuando llegara ese
momento, la expresión de su rostro sería digna de fotografiar y esa imagen merecía sin
duda un gran premio. Sonreí para mis adentros.
ROCIO había perdido la memoria, pero yo estaba a punto de hacerle vivir una
experiencia que jamás olvidaría.
TRES SEMANAS DESPUÉS
El sábado por la mañana me miré en mi espejo de cuerpo entero e hice una mueca tenía los
ojos irritados e hinchados; las lágrimas habían dejado sus huellas al secarse sobre mis
mejillas. Tuve que obligarme a recordar que esa pesadilla era una realidad: mi padre había
decidido enviarme a un campamento de verano; estaría fuera de la ciudad
durante un mes entero.
La noche de baile de promoción llegué tarde a casa, muy tarde. Después de mi horrendo
encuentro con GASTON estuve inquieta, descontrolada. Por eso, cuándo PABLO
sugirió que no respetara el horario que me habían impuesto mi padre y que lo acompañara a
un lugar que tienen abierto hasta tarde, no lo pensé dos veces y acepté. Cuando llegué tarde
al departamento, casi al amanecer, mi padre estaba esperándome despierto, nunca lo había
visto tan furioso. En ese mismo momento decidió que PABLO era el hijo de Satanás.
.
Alguien golpeó con suavidad mi puerta. Enseguida me froté los ojos y me los sequé.
—PABLO —Al verlo, recrudeció mi dolor. En una mano traía un enorme oso de peluche marrón.
Corrí a sus brazos, y hundí mi rostro en su pecho. Me abrazó con todas sus fuerzas por un
rato y luego me apartó con delicadeza.
—No querrás mojarme esta costosa camisa de Armani, ¿verdad? —bromeó, pellizcándome
con suavidad la mejilla.
— ¿Eso es para mí? —pregunté señalando el oso.
Me sonrió y depositó el muñeco entre mis brazos.
—Él es el único que puede sustituirme mientras estés fuera de la ciudad. No puedes abrazar
a ningún otro.
Apreté con fuerza el oso de peluche.
—PABLO, ¿Cómo crees que podría mirar a otro cuándo te tengo a ti esperándome en casa?
No bien pronuncie esas palabras, una terrible inseguridad se apoderó de mí ser. Un chico
como PABLO no se quedaría solo mucho tiempo…. Si no quería. Inspiré profundamente
para tranquilizarme y traté de aclarar mi voz para continuar.
—Me esperaras, ¿verdad? —mientras aguardaba su respuesta se me detuvo el corazón.
—Por supuesto, ROCIO. —dijo depositando un delicado beso sobre cada uno de mis
parpados—. Tú y yo formamos la pareja más solida de la escuela. Jamás separaría este dúo
tan dinámico.
— ojalá pudieras acompañarme hasta la estación de tren, por lo menos.
Suspiró.
—Me encantaría, pero debo asistir a una clase del curso preparatorio para el examen de
ingreso a la universidad…
Presionó sus labios con fuerza contra los míos, y compartimos un apasionado beso. Sentí el
súbito estallido de adrenalina que normalmente acompaña el delito. Mi padre estaba muy
cerca de allí, y en cualquier momento podría sorprendernos perdidos en ese descardo
abrazo. Por fin, retrocedí.
Me apretó la mano y tiro con delicadeza de un mechón de mi cabello.
—No me olvides —se volvió abruptamente y yo me quede contemplando su espalda que se
alejaba por el corredor.
—Jamás. —respondí en voz alta. Luego cerré la puerta de mi cuarto, como si quisiera dar
un portazo a ese largo mes que nos separaría.
Minutos más tarde, abrí los ojos de golpe cuando sentí que el conductor clavaba lo frenos.
Tome mi bolso grande de cuero, el oso de peluche que PABLO me había regalado y lleve la
mano a la manija de la puerta.
—Aeropuerto La Guardia. Rápido.
—Tu tren partirá dentro de cinco minutos, niña —respondió EL CHOFER—. Todavía no han anunciado
el número del andén.
—Voy corriendo hasta el tocador —le dije.
—Date prisa —me recomendó, mirando con ansiedad el cartel.
Antes de salir de allí me lavé las manos rápidamente. El trámite me había llevado más
tiempo del esperado, y sin duda estaría muy preocupado. Salí corriendo hacia donde se
hallaba el cartel; el bolso me golpeaba rítmicamente la cadera al andar y casi pasaba a
presión entre persona y persona.
— ¡Todos arriba! ¡Andén catorce! —gritó en cuanto me vio.
Me senté y tomé una revista gratuita,
En la página siguiente una propaganda de los osos de peluche Vermont. Observé los
peludos animales y lentamente un pánico horrendo se apodero de mí.
“el oso de peluche… el oso de peluche”
Busque con desesperación a mí alrededor y luego en el compartimiento superior. De
repente, como si hubiera recibido una potente descarga eléctrica, recordé que había
apoyado a mi oso junto al lavabo del baño de la estación. Después salí corriendo y…
¡olvide mi oso allí!
— ¿Cuánto falta para que salga el tren? —grité al hombre sentando frente a mí.
—Tres minutos, aproximadamente —respondió
Salí corriendo hasta la multitudinaria estación
Por fin me detuve cuando llegué a la puerta del baño de mujeres. Una niña pequeña, de
cabellos rojizos, estaba de pié junto a su madre, que se retocaba el maquillaje con un lápiz
labial magenta. La niña cargaba mi precioso oso de peluche.
— ¡Eso es mío! —grité, abalanzándome hacia el oso.
—Estaba apoyado aquí —se defendió la mujer, entregándome el oso y a la vez protegiendo
a su hija de mi mirada asesina—. Pensamos que a alguien se le había olvidado.
—No hay nada que lamentar, querida. Lo has recuperado sano y salvo.
La estación seguía tan llena de gente como antes. Mientras yo corría a toda velocidad hacia
el andén catorce ¿Dónde está el andén catorce?
De pronto, como si hubiera surgido de la nada aparecieron frente e a mí tres escalones. Los
bajé de un salto, decidida a no perder ni un segundo, pero justo cuando puse lo pies en el
suelo uno de mis tacones se engancho en el último peldaño.
Por un momento, todo fue en cámara lenta. Luego el tiempo avanzo despiadadamente y yo
perdí mi precario equilibrio. El piso blanco de linóleo se me acercaba a la velocidad de la
luz. No había manera de impedir la caída.
Desde algún sitio distante oí un golpe seco. Mi cabeza contra el piso. El mundo se escapo a
hurtadillas de mi mente y el blanco linóleo se convirtió en un perverso manto negro
GASTON:
Estaba apoyado contra el pilar de cemento en la estación de subterráneo de la avenida
—Dios santo, GASTON. ¿Entonces tienes dieciséis para setenta? Necesitas una chica hermosa
que te recuerde de qué se trata la vida.
—Una chica es lo último que necesito —contesté con amargura. Desde ese baile de
promoción me alejé de la población femenina. Salir con chicas era demasiado complicado;
por eso decidí concentrarme en aquellos aspectos de la vida que no causaran miedo, dolor o
humillación.
―Te llamaré más tarde ―dijo VICCO―. Tal vez cambies de opinión con respecto a la
fiesta
A unos quince metros de la salida más cercana había un círculo de personas que
murmuraban. Un imán invisible me atrajo hacia ellos. ¿Estarían llevándose preso a alguien?
¿Acaso habría alguna celebridad? ¿Algún apuñalado, tal vez? Con la mórbida curiosidad de
la mayoría de los neoyorquinos, no podía pasar por alto semejante espectáculo.
Cuando llegué a la parte externa del círculo, me quedé boquiabierto. Tendida sobre el piso
sucio, con los ojos cerrados y el rostro macilento, yacía ROCIO.
Miré rápidamente alrededor, tratando de ver a CANDE o al apuesto novio de la Reina, pero
nadie de todos los que estaban allí se acercó para ayudarla. Sólo se quedaban mirándola,
preguntándose si estaría muerta o no.
Sin pensarlo ni por un segundo, rompí el círculo humano, fui corriendo hacia ella y me
hinqué a su lado. En ese momento, en que no olía el aire ni me miraba con desdén, parecía
una niña. Me dolió el corazón cuando le tomé la mano y susurré su nombre.
―ROCIO, ¿me oyes? ¿Puedes oírme?
Noté que respiraba, pero evidentemente no me oía. Una mujer de expresión preocupada,
con una niña pelirroja a su lado, avanzó un paso hacia mí.
―Se cayó por las escaleras hace unos segundos ―explicó la mujer―. Debe de haberse
golpeado la cabeza.
Asentí y coloqué mi lata DE GASEOSA fría sobre la mejilla de ROCIO.
―Despierta, ROCIO ―urgí.
― ¿La conoces? ―me preguntó la mujer.
―Sí… podría decirse que sí.
--la vimos justo antes de caer ―continuó―. Parecía muy nerviosa… se había
olvidado el oso de peluche en el baño de damas.
Por primera vez reparé en el peludo oso marrón que estaba junto a ROCIO. También había
un bolso de cuero a sus pies, con el contenido desparramado en el piso.
― ¿Dijo qué estaba haciendo aquí? ―pregunté―. ¿Alguien la acompañaba?
A pesar de que la Reina del Hielo parecía vulnerable, no me entusiasmaba en absoluto la
idea de hacer de protector. Ya me imaginaba cómo me agradecería si al despertar fuera el
rostro de su enemigo número uno el que viera en primer lugar.
La mujer negó con la cabeza.
―No, estaba sola. Dijo algo que casi no pude comprender. Algo respecto de un novio… un
campamento. Parecía desesperada por recuperar el oso.
Recogí el oso de peluche y lo coloqué entre los brazos de ROCIO. ¿Habría estado a punto
de subir a algún tren cuando sufrió el accidente? ¿Iría a algún campamento de verano?
¿Pero dónde estaba su padre? ¿La habría dejado sola? Me di cuenta de que no obtendría
ninguna respuesta hasta que recuperara la conciencia. Mientras tanto, pediría a alguien que
llamara una ambulancia.
―Será mejor que llame al 911 ―le dije a la mujer―. Debemos de llevarla a un hospital.
La mujer asintió con la cabeza y se dirigió hacia un teléfono público, con su hija detrás. En
ese momento, los ojos de ROCIO se abrieron.
― ¿Quién va al hospital? ―preguntó de repente.
La miré, sorprendido.
―Tú ―le respondí con suavidad―. Te has caído. Te golpeaste y perdiste el
conocimiento…
― ¿Quién eres tú? ―preguntó, interrumpiendo mi frase.
“Típico ―pensé―. Esta chica es tan altanera que ni siquiera puede recordar al pobre diablo
a quien baño con un vaso de ponche. Tal vez hayan sido tantas sus víctimas que le resulta
imposible tener presentes a todas.”
―GASTON ―respondí, tratando de dejar a un lado mi tono cáustico. Después de
todo, era ella la que estaba tendida en el piso. Se merecía una pizca de
compasión.
―Ah. ―No había expresión alguna en su rostro. ― ¿Quién soy?
― ¿Qué? ―pregunté, en estado de shock.
Se sentó y se apartó el cabello del rostro.
― ¿Quién soy? ―repitió.
Tragué saliva. ¿Tan fuerte se había golpeado la cabeza?
―Eres ROCIO.
―Ah ―respondió de nuevo.
La gente que nos rodeaba comenzó a marcharse con lentitud; era evidente que se iban
decepcionados porque ROCIO no resultó ser el cadáver en vivo y en directo que todos
esperaban. Comenzó a incorporarse, y la tomé del brazo para impedírselo.
―Quédate sentada y espera a los paramédicos.
Me miró furiosa. Fue el primer gesto que me recordó a la chica que había conocido en el
baile de promoción.
―No iré al hospital ―dijo categóricamente, abrazando a su oso. Parecía muy asustada.
―Tienes que ir ―insistí, tratando de mantenerme sereno para que se convenciera.
―De ninguna manera. Detesto los hospitales. Llévame a casa. ―Comenzó a recoger todas
las cosas que se le habían caído del bolso, para ponerlas con rapidez en su lugar.
Me mordí el labio. No sabía qué hacer.
―ROCIO, sé razonable.
Las lágrimas comenzaron a rodar sobre sus mejillas; en forma inesperada, se echó en mis
brazos.
―Por favor, no me obligues a ir al hospital. No puedo ir. De verdad, no puedo.
Esa repentina presión de su cuerpo contra el mío me tomó tan desprevenido que estuve a
punto de perder el equilibrio. Cuando por fin analicé la situación y descubrí que estaba
abrazando a la reina ―abrazándola con fuerza―, mi corazón empezó a palpitar
desesperado. Aquella noche, en el baile, cuando la abracé para bailar, ella se había
mostrado fría y tiesa. Ahora la sentía suave y vulnerable. Además, en ese abrazo había algo
distinto: su confianza en mí.
― ¿Por qué no puedes ir?
Frunció el entrecejo.
―No lo sé. ―Su voz era tan baja que casi no pude oírla.
Durante unos segundos me di el gusto de acariciar su cabellera de seda con mi mejilla.
Tenía el rostro tan cerca del mío que percibí una suave fragancia a jabón de lavanda. Le
alisé el cabello con ternura, tratando de transmitirle mentalmente el mensaje de que nada le
sucedería, y no porque fuera ROCIO, si no porque era un ser humano que estaba en
problemas. Cuando le toqué la nuca, palpé un bulto gigante que iba formándose donde se
había golpeado contra el duro piso.
― ¡Dios! Parece que tuvieras una pelota de golf aquí atrás ―mascullé, y me aparté de ella
para poder mirarla a los ojos.
Hizo una mueca.
―Con razón. Tengo la sensación de que todo el grupo de constructores de la Carretera
están martillándome la cabeza a la vez. ―Luego logró sonreír. ―Pero estoy
bien. De verdad…
Me eché a reír.
―Salvo un pequeño detalle: no recuerdas quién eres, no me conoces y tampoco sabes qué
sucedió.
Se puso d pie y me hizo incorporar también. Miró alrededor y frunció la nariz en señal de
desagrado, como si viera la estación por primera vez.
―GASTON, si es cierto que compartimos ciertos sentimientos, por favor te suplico que me
saques ya de este infierno.
Traté de protestar, pero no bien abrí la boca para hablar, ella me la cubrió con la mano para
impedírmelo.
―Y si te niegas ―continuó― saldré a la calle por las mías. Estoy segura de que mis
padres, quienesquiera sean, no se sentirán muy felices de que hayas perdido.
Suspiré, declarando en silencio mi derrota. Con memoria o sin ella, ROCIO
estaba acostumbrada a hacer siempre lo que se le daba la gana. No me quedaba otra
alternativa más que olvidar lo de la tienda de cámaras fotográficas y llevarla a casa, o con
tía Rose.
―Bien, vamos. Iremos a mi casa para pedirle a mi tía que te revise. Es enfermera.
ROCIOse encogió de hombros.
―No me importa adónde vayamos, siempre y cuando no sea un hospital. ―Comenzó a
sonreír, pero luego hizo una mueca de dolor y me tomó de la mano.
Entrelacé mis dedos con los suyos y me dirigí otra vez hacia la estación de subterráneos. Le
entregué una ficha de subte que llevaba en el bolsillo, pero ella aminoró la marcha.
― ¿Vamos a subir a ese subterráneo? ―Evidentemente, el proyecto no le fascinaba ni
mucho menos.
Ignoré el indicio de esnobismo que percibí en su voz.
―De modo que recuerdas el sistema de tránsito, ¿eh?
―Sí… Algo. No del todo.
Revoleé los ojos. Lo más probable era que ROCIO no hubiera tomado el subterráneo las
veces suficientes como para tener una imagen fresca del sistema, pero estaba convencido de
que, si tenía oportunidad de salir a la calle, lo primero que haría sería tomar un taxi. No
obstante, siguió caminando; en apariencia, acababa de aceptar que descender a las
profundidades del subte formaba parte de su vida diaria.
Cuando por fin subimos, la noté nerviosa. La conduje hacia la parte trasera del vagón,
donde había una hilera vacía de sillas plásticas anaranjadas. Me apretó la mano mientras
leía los graffiti que habían garabateado sobre las paredes y analizaba la diversidad de
pasajeros.
Se volvió hacia mí con expresión seria.
―Gracias a Dios que estabas conmigo, GASTON. Qué suerte he tenido. ―Me apretó la
mano con más fuerza aún y apoyó la cabeza sobre mi hombro. ―Ojalá pudiera recordar
cómo era todo antes de hoy.
Con gran asombro y profunda satisfacción, descubrí que ROCIO creía que yo era su novio.
No sé por qué no lo había adivinado antes. Claro, cuando despertó, yo estaba a su lado,
tomándole la mano, haciéndome cargo de toda la situación… asumiendo todas las
responsabilidades de un novio. Y sin embargo seguía siendo el chico a quien ella había
humillado frente a todos la noche del baile de promoción. Todo aquel concepto erróneo me
cautivó. En ese momento, en todas las circunstancias y para todos los fines, yo era el novio
de ROCIO. El chico de quien ella se había enamorado… tal vez el que le había
regalado ese oso de peluche que llevaba celosamente sobre la falda.
Venganza.
Esa palabra me daba vueltas en la mente mientras le acariciaba el dorso de la mano con el
dedo pulgar. Se me presentaba la oportunidad de pagar con la misma moneda a la Reina del
Hielo, por el modo en que me había tratado, no me cabían dudas de que en algún momento
recordaría quién era exactamente y, además, todo su pasado. Y cuando llegara ese
momento, la expresión de su rostro sería digna de fotografiar y esa imagen merecía sin
duda un gran premio. Sonreí para mis adentros.
ROCIO había perdido la memoria, pero yo estaba a punto de hacerle vivir una
experiencia que jamás olvidaría.

No hay comentarios:
Publicar un comentario