Rocio:
Nunca olvidaré la noche que conocí a Gaston… y tampoco a él.
. Mi rubia cabellera ondulaba libremente sobre los
hombros, enmarcándome el rostro con rizos no muy pronunciados. Sólo debía aplicar un
poco de rímel —también costoso y de buena marca— sobre las pestañas para acentuar la
expresión de mis ojos color chocolate. Era hermosa, y lo sabía. ¿Cuántas chicas de dieciséis
años tendrían la valentía y la seguridad para realizar semejante aseveración de sí mismas,
aunque fuera cierta?
De pie sobre mi alfombra azul celeste, recreé en mi mente la imagen de mi madre antes de
su cáncer de mama:
Aparté de mi mente la autocompasión, como quien esconde debajo de la alfombra de la
basura que barre del piso. Era una persona muy realista como para perder el tiempo en
devaneos sobre recuerdos lejanos e imposibles. Yo era rocio y nunca permitiría que los demás supieran de mis puntos
débiles.
—Espero que a pablo le agrade —comenté mientras extraía un tubo de lápiz labial de mi
bolso plateado.
Mi padre me revoleó los ojos.
—pablo —repitió con su desdén habitual.
—Papá, por favor, no empieces a criticarlo. Va a llegar de un momento a otro.
Mi padre se sentó en su escritorio
—Simplemente, no comprendo por qué te empecinas en salir con un mocoso malcriado,
farsante y esnob —dijo por décima vez como mínimo en cinco meses.
—Eso se llama estar enamorada —respondí. Un sentimiento de ira me quemó la boca del
estómago. Mi padre siempre estaba demasiado ocupado como para dedicarme su tiempo,
pero tenía el coraje de insultar al chico que adoraba pasar cada minuto de su vida a mi lado.
—Eso se llama estupidez. —Mi padre era siempre muy directo, y esa noche no fue la
excepción.
Estuve a punto de recitar el millón de cualidades maravillosas que caracterizaban a
pablo, cuando sonó el timbre.
—Ahí está —dije de inmediato—. Sé amable.
Con su esmoquin negro, pablo lucía mucho más increíble que de costumbre.
Se había cortado la negra cabellera casi al ras, y por su perfume era obvio que acababa de
bañarse en una costosa colonia para hombres. Sus ojos recorrieron todo mi
cuerpo y finalmente se posaron sobre mis labios. Cuando me besó, una cálida sensación de
seguridad recorrió todo mi cuerpo. pablo era tan buen mozo como una estrella de cine y
tenía una jugosa fortuna… mejor dicho, el que la tenía era su padre.
—Hola, hermosa —dijo pablo cuando me soltó—. ¿Lista para llamar la atención de
todos en ese baile de parásitos?
—Ten cuidado con lo que dices sobre el baile de promoción. No olvides que pertenezco a
la comisión de decoración. Hemos gastado una fortuna para que esta noche sea realmente
especial.
Pablo se mofó, si es posible que un chico de dieciséis sepa mofarse como Dios manda.
—Vamos, rocio. ¿Cómo puedes pretender hacer una velada especial de un baile que
estará plagado de esos sucios y perdedores habitantes? Lo único que espero es
no ser presa fácil de ningún carterista.
Por un momento me quedé muda. Coincidía con pablo respecto a los chicos
. ¿Qué podían tener en común con nosotros?
.Sin embargo, en ese momento mi desdén recobraba fuerzas, de sólo
pensar que tendría que soportar a un grupo de extraños que tratarían de acosarnos en la
pista de baile.
De pronto advertí la presencia de mi padre, que estaba de pie junto a la puerta.
—Con esa actitud, tendrás suerte si no te rompen la nariz de un puñetazo —comentó
cortante, mirando fijo a pablo.
En ese momento sentí pena por mi novio. Sabía que mi padre tenía un arte muy especial
para hacer que la gente se sintiera como una goma de mascar pegada a la suela de un zapato
—Buenas noches, señor, Claro… usted tiene razón, señor. Sólo estaba
bromeando… —Su voz se quebró ligeramente.
Me volví hacia mi padre.
—Sucede que pablo no desea compartirme. Eso es todo, papá.
Mi padre arqueó las cejas.
La música estallaba en los enormes altoparlantes cuando pablo y yo ingresamos en el
Club.
Me encaminé hacia la pista de baile, pero pablo me detuvo.
—Bebamos un poco de ponche primero, querida —me dijo con voz autoritaria—. Quiero
inspeccionar a toda esta gente.
Antes de que yo pudiera responder, pablo desapareció entre la multitud y yo me quedé
allí de pie, sola.
— ¿Es el hombre más hermoso que has conocido, o qué? —me preguntó mi mejor amiga,
candela, que acababa de acercarse.
—Sí, pero olvida todas tus ideas —le respondí, sonriéndole. Con un vestido amarillo de
falda corta y zapatos con plataforma, cande estaba tan moderna como yo clásicamente
elegante. Se la veía maravillosa.
—No me dirás que hay problemas en el Jardín del Edén, ¿verdad? ¿Acaso pablo no es el
Adán ideal para esta Eva?
Fruncí el entrecejo. Supuse que hablaba de pablo cuando se refirió al hombre más
hermoso que había conocido, pero en ese momento me di cuenta de que estaba mirando a
un chico que se encontraba a escasos cinco metros de distancia. Era rubio
que le llegaba apenas a la nuca, . A
pesar de su porte arrogante, observé que no tenía ni punto de comparación con mi novio.
De reojo, volví a echar un vistazo al galán. El esmoquin negro le quedaba bien; el moño y
la faja roja que había elegido como complementos hacían un buen contraste con la camisa
blanca. Sin embargo, no podía asegurar que el esmoquin no fuera alquilado… a diferencia
de pablo, que mandaba a hacer de medida toda su ropa de etiqueta. De pronto se volvió y
me miró a los ojos. Sonrió vagamente y me hizo un guiño. Sentí que la sangre acudía a mi
rostro.
—Quédate con los chicos de tu círculo —aconsejé a cande—. Lo único que puede traerte ese
estúpido son problemas. Seguramente ni siquiera tendrá el dinero suficiente para pagar el
taxi de regreso a su casa.
cande resopló.
— ¿Me harías el honor? —oí que decía una voz detrás de mí. Volví la cabeza para
poder ver cómo cande se ponía en ridículo frente a alguien a quien jamás había visto es su
vida.
Pero cuando lo miré a él y luego a candela, me di cuenta de que no está hablándole a ella. Se
dirigía a mí.
— ¿Cómo? —dije, con la esperanza de que mi voz sonara lo más indignada posible
—gaston, para servirte —respondió. Tenía una amplia sonrisa a flor de labios, casi
burlona, y sus ojos parecían emitir haces de luz. Enseguida advertí que su esmoquin estaba
arrugado y que de su moño ya no quedaba ni el recuerdo.
Afortunadamente, vi que en ese momento pablo se me acercaba con dos vasos de ponche
en las manos.
—Disculpa, pero a mi novio no le agradaría verte tratando de conquistarme —respondí,
deseando que se marchara de una vez. cande nos observaba con una mezcla de decepción y
diversión.
Por una décima de segundo, gaston pareció sorprendido. Luego volvió a guiñarme
el ojo.
—Claro, los hombres inseguros siempre son demasiado posesivos —contestó, y se alejó en
el momento justo en que pablo llegaba con mi ponche.
— ¿Quién era? —preguntó pablo, ignorando por completo a cande, pues la creía
demasiado extravagante y siempre se las ingeniaba para mostrarse grosero con ella.
—Un total desconocido —respondí—. Un Don Nadie.
Me estrechó contra su cuerpo y me acarició la espalda. Ladeó la cabeza para besarme el
cuello, y sentí que se me erizaba la piel.
— ¿Ves? De esto se trata realmente el baile de promoción —murmuré, llena de dicha.
pablo asintió.
—Y de esto… —agregó. Me besó en la boca, allí, en medio de la pista. Traté de disfrutar
del sabor aquellos labios carnosos, pero estaba demasiado consciente de que todas las
miradas curiosas que nos rodeaban se habían posado sobre nosotros.
Después de unos momentos me aparté de él.
—Aquí no —le dije—. Todos nos miran.
— ¿Y a quién le importa? —preguntó, se me acercó otra vez para besarme
Retrocedí un paso y le puse una mano sobre el pecho.
—A mí.
Por un momento pareció enojado, y luego su rostro volvió a convertirse en una máscara.
—Tienes razón —admitió—. Además, acabo de ver por allí algunas personas con las que
me gustaría conversar. No te importa, ¿verdad, querida?
—La verdad, yo…
Sin escuchar mi repuesta, pablo comenzó a alejarse. ¡No podía creerlo! Me había dejado
plantada en el medio de la pista. Una ira incontrolable se apoderó de mí y hasta me robó la
cordura.
Fue en ese momento cuando vi a gaston, que estaba de pie, solo, al borde de la
pista de baile. Sin detenerme a pensar, me lancé a la carga.
—Bailemos —le dije, y lo tomé de la mano.
—Pensé que nunca me lo pedirías —respondió, mientras me tomaba entre sus brazos y me
llevaba hasta el centro de la pista.
Por primera vez miré a gaston directamente a los ojos. Al instante supe que había
estado observando mi escena con pablo. Había sido testigo de mi plantón frente a todos y
seguro que había disfrutado cada momento del espectáculo.
—Te odio —le dije cuando, como un experto bailarín, me dejó suspendida en el aire, casi
en posición horizontal, muy cerca del piso.
Cuando volvió a enderezarme, estaba riéndose.
—Bueno, es un comienzo —comentó. Y repitió el movimiento.
GASTON:
Todavía no sabía siquiera cómo se llamaba. Y me convencí de que tampoco quería
averiguarlo. La hermosa chica a la que había estrechado con tanta fuerza entre mis brazos
era un sinónimo de malas noticias; MALAS con mayúscula.
Mientras bailábamos, volví a recostarla en el aire, disfruté de la fortaleza de mis brazos y
del modo en que sus rizos apenas rozaban el piso antes que la enderezara nuevamente. Noté
que estaba asombrada por mis habilidades de bailarín (al mejor estilo de salón de baile,
nada menos), y en elevé una oración de agradecimiento a mi tía Rose, por las clases de
danza que me había obligado a tomar en el living de su casa durante los últimos cinco años.
— ¿Cómo te llamas? —le pregunté, dando vía libre a mi curiosidad.
—No necesitas esa información —respondió ella, mirándome por encima del hombro.
No estaba acostumbrado a que las chicas me trataran en forma tan despectiva, pero de todas
maneras pude mantenerme muy sereno y controlado cuando volví a dirigirle la palabra.
—Tu novio está parado al lado del salón —le dije, convencido de que ella lo buscaba con la
mirada—. ¿Te parece qué vayamos a bailar cerca de donde él está, para que pueda vernos?
Me miró con los ojos entrecerrados.
—Para que te des por enterado, sé muy bien dónde está PABLO… y qué está haciendo.
Simplemente eché un vistazo alrededor, a ver si conseguía un compañero más atractivo.
Una vez más logró hacerme sentir insignificante. ¿Qué problema tendría esa muchacha?
Sabía que tendría que haberla dejado plantada en medio de la pista, tal como había hecho su
novio, pero su proximidad me producía una sensación tan agradable que no resistía la idea
de alejarme de ella.
—Este tipo no es para ti —Espeté de pronto, sin desearlo.
Ella dejó de bailar en el acto, y entonces supe que había puesto el dedo en la llaga.
“Buen trabajo, —Me dije—. Está princesa se ha hecho a tu medida”
—Y supongo que debo deducir que tú eres el hombre de mis sueños. —replicó con
sarcasmo.
Me reí.
—No lo pienses. En lo que a mí concierne, representas una pesadilla.
Se quedó pensativa unos segundos, como imaginando todas las cosas terribles que podría
hacerme.
—Bien, creo que adivino en quién pensarás esta noche cuando te vayas a dormir —dijo por
fin.
No me dio oportunidad de hacer otro comentario sagaz. Con la misma espontaneidad con
que me había tomado de la mano y obligado a bailar con ella, la Reina del Hielo
desapareció. Observé cómo se alejaba aquel bonito vestido blanco entre los cuerpos
apretados de la pista, mientras me preguntaba cómo habría respondido a su última
contestación.
Me quedé allí parado, boquiabierto, con la amarga sensación de que tenía razón, esa noche,
cuando me acostara, seguramente pensaría en ella. Me gustara o no.
Encontré a mi mejor amigo, VICCO, repantingado en una silla, en un rincón del
Club.
— Acaba de dejarme plantado una chica con la que ni siquiera
tuve intenciones de relacionarme. Me miraba como si hubiera tenido la palabra “idiota”
rasurada en la cara.
— ¿Era la que llevaba el vestidito de Blancanieves?
Asentí casi imperceptiblemente. Mi mal humor se acentuó cuando vi que era evidente que
VICCO había sido testigo de mi humillación.
Mi amigo se rió y me dio un suave puñetazo en el brazo.
—No te preocupes, GASTON. —Se puso de pie y se pasó la mano por el pelo enredado. —
Regresaré en sesenta segundos con una chica fresca, que sepa cómo apreciar a los hombres
como nosotros.
Alcé la mano.
—Ni se te ocurra, VICCo
— ¿De qué hablas, amigo? ¿Vas a decirme que tú, el hombre que podría tener cualquier
chica, está a punto de abandonar a la mitad de la población sólo por una
mocosa que se cree una reina?
—Bueno, debe de haber sido alguien realmente importante, porque se nota que no es una
chica cualquiera. A lo mejor es de la alta alcurnia y ésta es su presentación en sociedad.
Seguro que el padre…
—Basta ya, —Me interrumpió VICCO—. Caso perdido.
Salió corriendo en busca de una chica y yo me repantingué en el asiento, resignándome a
mi destino. Si VICCo se proponía levantarle el ánimo a alguien, nadie se lo impediría.
Fin de la discusión.
Estaba harto de todo. la ira superó la sensación de bochorno que se apoderaba de mí. VICCO tenía razón.
¿Por qué permitir que la Reina de la Perfección echara a perder mi diversión? Seguramente
se pondría feliz si me viera salir cabizbajo y solo del salón de baile. Decidí ir a la pista para
demostrarle lo mucho que me estaba divirtiendo.
De pronto se me representó la imagen de la Reina, de pie, sin bailar, insultándose por lo
bajo mientras me veía dar vueltas y vueltas con una bella muchacha entre mis brazos. Por
primera vez en media hora, logré sonreír.
—Permiso…permiso…Déjenme pasar. —Oí la voz de VICCO que trataba de abrirse paso
entre la multitud, para acercarse a nuestra mesa.
Por fin llegó a mi lado y yo levanté la vista para ver a quién me había asignado como
compañera. Mi sonrisa se borró por completo cuando vi a la chica de amarillo que había
estado antes con la Reina de Hielo.
—Supongo que eres GASTON —dijo la muchacha con una sonrisa.
Hice una pequeña reverencia. Me alegré de que al menos hubiera alguien que todavía
conservaba el buen humor.
— ¿Se conocen? —preguntó VICCO, confundido.
—No exactamente—contestó ella, mientras me tendía la mano para que se la estrechara—.
Me llamo CANDELA. —Se volvió hacia VICCO—. Yo estaba con ROCIO cuando
ella rechazó lisa y llanamente su invitación a bailar. —explicó gesticulando en dirección a
mí.
ROCIO, ROCIO. El nombre hacía eco en mi mente. Yo me había imaginado un nombre
más imponente; tal vez Victoria, Eleanor o Margaret. Cualquier otro menos Vanessa.
—De modo que así se llama, ¿eh? —La voz de VICCO interrumpió mis cavilaciones—.
Nos miraba con desconfianza; sospeché que pensaba que
VICCO la había invitado a bailar para que yo pudiera ametrallarla con preguntas sobre su
amiga.
— ¿Y a quién le importa la tal ROCIO no sé cuánto? Vayamos a bailar. —dije enseguida.
Tomé la mano de CANDE y fuimos esquivando mesas hasta que por fin llegamos a la pista.
ALGUIEN ROMPIO LOS FLOREROS EL RUIDO SE OYO EN TODO EL CLUB
—Esto no le caerá nada bien a ROCIO —gritó para que pudiera oírla a pesar de la
música—. Compró esos floreros con su propio dinero.
Arqueé las cejas. Me había sorprendido que la reina hubiera tenido tanto interés en el baile
de la escuela como para costear los gastos de la decoración con dinero de su propio bolsillo.
Pero inmediatamente recordé que lo más probable era que su tarjeta de crédito no tuviera
límite de compras, porque su papito y mamita del alma le consentirían todos los caprichos.
Me encogí de hombros y miré a CANDE.
—Se me parte el corazón. —respondí también a gritos.
noté que varias chicas me miraban con admiración.
“Esto te lo dedico a ti, ROCIO”, pensé.
antes de que pudiera articular
palabra, noté a la arrogante ROCIO, que nos miraba con sus impenetrables ojos
de hielo. No necesite más coraje. Estreche a CANDELA contra mi pecho, disfrutando de lo furiosa
que se pondría Su Alteza cuando viera a su amiga bailando.
CANDELA resultó una compañera entusiasta, y cada vez que me sonreía mi culpable conciencia
me hacía un nuevo nudo en el estomago. Mi actitud era la de un canalla; estaba usándola
para vengarme de ROCIO. CANDELA no merecía ser un arma en la batalla de poder que
librábamos ROCIO y yo en esos momentos. ¿Pero qué podía hacer? Ya estábamos
bailando y abandonarla en medio de un tema romántico habría sido mucho más grosero que
seguir usándola. Bajé la vista, decidido a demostrarme atento, por lo menos.
Ella me miraba directamente a los ojos y yo sentí que el rubor me teñía toda la cara.
—No es tan mala. ¿Sabes? —comentó CANDE.
No necesité preguntarle de quién hablaba.
— ¿De verdad? Casi me engaña.
Con mi tono de voz quise dar a entender que no tenía intenciones de hablar con su amiga,
pero CANDE me ignoró.
—Una vez que la conoces, descubres que ROCIO es una persona maravillosa. Sólo que
está muy reprimida…
El volumen de la música ya no era tan ensordecedor; podía oír cada una de las palabras que
CANDE me decía. Tuve que reconocer que sentía una curiosidad desesperada por ROCIO
, la misma desesperación que sentía por mantener una expresión indiferente. ¿Se
imaginan la conversación de esas dos chicas un par de horas después, si yo me daba el
gusto y preguntaba todo lo que quería saber?
—Quería conocer todos los detalles —comentaría CANDE.
—Bueno, sólo espero que no le hayas dicho dónde vivo. ¿Quién sabe de lo que es capaz un
tipo de esa calaña? —respondería ROCIO.
De todas maneras, mordí el anzuelo de CANDE.
— ¿Y por qué cuidan tanto a ROCIO?—pregunté por fin, con la esperanza de que creyera
que sólo era una conversación casual.
—Su madre murió de cáncer hace cinco años —respondió CANDE sin rodeos—. Desde
entonces, ROCIO ha construido una especie de muro a su alrededor. Nadie puede
acercársele…excepto PABLO, el Grande, por supuesto.
Sentía que el corazón se me destrozaba por dos motivos. Por un lado, me compadecí de
ella. Como mis padres también habían muerto seis años atrás en un accidente
automovilístico, instantáneamente sentí que teníamos algo en común. Pero de inmediato
califiqué mi ternura de sentimentalismo idiota; la muerte de su madre nada tenía que ver
conmigo. Por otro lado, me agobiaban los celos, sencillos y mortificantes celos. Traté de
remendar mi corazón doblemente destrozado lo antes posible. Como no respondí a la
revelación de CANDE, ella dejó de bailar y me apretó la mano. Demoré un par de segundos en
darme cuenta de que me conducía directamente hacia la Reina de Hielo. Me detuve de
golpe.
— ¿Qué crees que estás haciendo?
—Dándote una segunda oportunidad con ROCIO —respondió con lentitud, como si le
hablara a un niño de cinco años—. Si le caes bien, tal vez puedas devolverme el favor
haciéndome buena propaganda con tu amigo VICCo.
Debí inspirar hondo para evitar que se me quebrara la voz.
—No quiero una segunda oportunidad.
Me dirigió una breve media sonrisa.
—Por supuesto que no, GASTON. —Siguió el camino que se había propuesto; la seguí
sumisamente.
No bien llegamos a donde estaba la Reina, supe que CANDE había cometido un error. Los ojos
de la Reina de Hielo me miraron de forma tan impenetrable y malévola como antes.
— ¿No sientes un olor extraño, CANDE? Creo que debe ser ese parasito arrogante que llevas
de la mano.
CANDE me dirigió una mirada furtiva.
—Anda, ROCIO, sé amable —le dijo con tono convincente.
ROCIO me obsequió una sonrisa falsa.
—Oh… ¿Dónde he dejado mis modales? Supongo que, con el resto de
mi civilizada existencia.
—Creo que iré a buscar un poco de ponche para todos. —balbuceó CANDE, y desapareció
antes de que yo pudiera decirle lo mucho que le agradecía que me hubiera dado “una
segunda oportunidad”. Ya podía ir despidiéndose de VICCO.
Tenía los ojos muy irritados mientras observaba a la hermosa muchacha que tenía frente a
mí. Por lo general no soy demasiado temperamental, pero ROCIO me había
hecho llegar al límite, mejor dicho, me lo había hecho superar por varios cuerpos.
— ¿Qué problema tienes, mocosa rica y malcriada de papito?—No le hablé. Prácticamente
le grité. — ¿Acaso tienes miedo de que un chico que vive en el lado feo de la ciudad sea
capaz de derretir tu hielo, y por eso no te atreves a ser amable?
Note furia en su cara, pero nada iba a detener mi sermón.
—Pensé que las chicas descerebradas como tú, que se presentan en sociedad en estos bailes
de escuela, por lo menos aprenden el arte de conversar —continué—. Debes de haber
reprobado la materia de buenos modales.
Cuando por fin me quede callado, vi que CANDE regresaba con el ponche. Nos miraba
fijamente y tenía la boca muy abierta. La palabra “peligro” parecía escrita en letras
mayúsculas en el rostro de la reina. La voz le tembló de verdad cuando hablo.
— ¿Me convidas un vaso de ponche, CANDE? —dijo.
—Gracias —dijo ROCIO con una sonrisa.
Luego, ROCIO Se movió tan rápido que sentí antes de ver, cómo vaciaba todo
el contenido del vaso plástico sobre mi cabeza. Un cubo de hielo se deslizó entre mi camisa
y mi espalda; el veloz camino que dibujó sobre mi columna me dio escalofríos. Entre tanto,
el líquido pegajoso y rosado empapaba la pechera de mi arrugada camisa de alquiler. Por
primera vez me quedé sin palabras.
—Te aconsejo que te retires ya mismo de este baile, antes de que mi novio y todo el equipo
de rugby te muelan los huesos a golpes —dijo, mirándome con
sus ojos como dagas. Ante la frase, hice lo que habría hecho cualquier hombre que tuviera
dos dedos de frente: huí.

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