Gaston
tú ignórame, y yo te ignoraré a ti. Rocio, al igual que cualquier otra chica X, está tratando de controlarme. Estoy harto de los juegos, estoy harto de sentirme como un idiota. Y sobre todo estoy harto de que la gente se quede embobada porque estuve en prisión.
Sé que ella me está mirando, puedo sentir sus ojos clavados en mí como pequeños pinchazos golpeándome en mi espalda. De la frustración, aporreo el siguiente clavo en el dos—por—cuatro más duramente a como normalmente lo haría con lo que golpeo mi índice con el martillo.
Fulmino con la mirada a Rocio.
La chica está sentada en el suelo vestida con una rasgada y manchada bata. —Yo... yo no te estaba mirando —tartamudea.
—Al infierno que no lo hacías —me doy la vuelta. Tengo las manos completamente abiertas—. Tú quieres quedarte embobada con el ex convicto, lo conseguiste. Sólo tienes que responder a una cosa para mí, ¿sí? ¿Te gusta cuando la gente se te queda mirando a ti cuando vas cojeando por ahí como si te fueras a caerte en cualquier momento?
Rocio se queda sin aliento, luego cubre su nariz y boca con la mano mientras se va cojeando al interior de la casa.
Oh mierda.
Mi dedo está palpitando, mi cabeza late fuertemente, y yo he insultado a una joven lisiada—y yo soy el responsable de incapacitarla. Yo sólo debería ir al infierno en este momento porque el pacto con el diablo ya está probablemente firmado de todos modos.
La Sra. Reynolds no tiene idea de lo que está pasando, su cabeza está descansando en la silla y ella está roncando.
Yo arrojo al suelo el martillo y entro en la casa para encontrar a Rocio. Oigo gimoteos procedentes de la cocina. Rocio está de pie en la encimera, tomando las verduras de la nevera. Ella saca una tabla de cortar y empieza a cortarlas con un cuchillo de carnicero enorme.
—Lo siento —le digo—. No debería haber dicho eso.
—Está bien.
—Obviamente no lo está o no estarías llorando.
—No estoy llorando.
Inclino mi cadera contra la encimera. —Hay lágrimas cayendo por tu cara —claro como el día que puedo verlas.
Coge una cebolla y la sostiene hacia mí. —Mis ojos lloran cuando corto cebollas.
Mis puños se aprietan, porque no puedo sacudirla y hacer que me grite. Esta vez merezco que me grite. —Di algo.
En vez de responder, corta la cebolla en dos. Me imagino que está pretendiendo que la cebolla es mi cabeza... o alguna otra parte de mi cuerpo.
—Está bien, hazlo a tu manera —le digo, a continuación la dejo. Si quiere vivir en silencio, esa es su elección.
Aprieto los dientes tanto que duelen, y el resto de la tarde yo trabajo fuera en el cenador. Se siente bien crear algo útil, algo para que por fin alguien se sienta orgulloso de mí, para variar. Porque el resto de mi vida está arruinada.
Rocio abandonó su puesto en el patio. Ella no ha estado fuera desde que me fui tras ella.
A las siete informo a una despierta Señora Reynolds que es la hora de marcharme y me dirijo a la parada de autobús. Rocio viene no atrás muy lejos.
Estoy parado en la esquina, con la mochila encima de mi hombro, cuando un coche chilla a mi lado.
—¿Qué estás haciendo en un vecindario de gente pobre a este lado de la ciudad, niño rico?
Oh, hombre. Es pablo y algunos muchachos del equipo de lucha .
—No es nada que te importe —le digo. Pablo se ríe, la amargura se puede ver en el sonido de su cacareo—. ¿Tus amigos en la cárcel te enseñaron como pararte en la esquina de la calle y venderte a ti mismo? ¿Cuánto cobras por usar ese trasero tuyo de todos modos?
Los otros chicos del coche se ríen, entonces Pablo sale. Mira a mi derecha y dice —¿Es esa tu nueva novia?
Me vuelvo y veo a Rocio no muy lejos, cojeando hacia nosotros mientras se dirige a la parada de autobús.
—Rocio, regresa a la casa —le advierto. He visto peleas suficientes para saber que Pablo está buscando una. Con la esperanza de desviarlo, digo—: Esto es entre tú y yo, hombre. Déjala fuera de esto.
Pablo se ríe, el sonido agudo hace que mi piel se ponga de gallina. —Compruébenla, chicos. Por Dios, Gaston, ¿realmente estás raspando el fondo del barril? ¿Te enciende cuando se pavonea como una retardada de esa manera?
Dejo caer la mochila y cargo contra él. Caemos en el suelo, pero uno de sus amigos me agarra por detrás e inmoviliza mis manos atrás. Antes de que pueda liberar mis brazos, Pablo me golpea derecho en la mandíbula y las costillas.
Antes de que sepa lo que está pasando, Rocio está en medio de nosotros, balanceando su mochila y golpeando a Pablo. La chica tiene más en ella de lo que deja entrever.
A través de toda la conmoción, me libero y empujo al idiota que me había estado sosteniendo, entonces agarro a Rocio y actúo como su escudo antes de que ella se mate. —¡Corre! —le ordeno mientras hago frente a uno de los chicos.
Estoy golpeando y aferrándome a los cuellos de las camisas tanto como puedo en una lucha de tres—contra—uno. Las probabilidades están en mi contra y no es un espectáculo agradable. Todo el caos se congela cuando oigo una sirena con luces rojas y azules intermitentes. Un oficial vuela fuera del coche y nos hace arrodillarnos en el suelo con las manos sobre nuestras cabezas. —¿Qué está pasando aquí, muchachos? —no veo a Rocio.
—Nada —dice Pablo—. Estábamos jugando alrededor. ¿Verdad,?
Miro directamente a pablo y digo —Es verdad.
—A mi no me parece nada —el policía sostiene su mano hacia mí, la palma hacia arriba—. Déjame ver tu documento de identidad.
Desde que mi licencia de conducir fue revocada, sólo tengo el documento de identidad de servicios a la comunidad del DOC.. Estaría encerrado de nuevo antes de que tú puedas decir "golpea—y—corre".
El oficial vuelve a su coche patrulla y ordena a Pablo y a sus amigos que sigan adelante. Él sigue el coche de Pablo. Yo miro hasta que ambos coches están fuera de mi vista.
Cuando miro a mi alrededor buscando mi mochila, rápidamente me doy cuenta de que no está. Probablemente uno de los amigos de Pablo me la arrebató. Pero esa es la menor de mis preocupaciones.
Mi mandíbula está empezando a protestar por el golpe de Pablo, y me llevo la mano a la cara para sentir si está sangrando. Cuando lo hago, Rocio aparece.
Nos miramos fijamente.
El autobús a Paradise llega retumbando por la calle y los dos entramos dentro. Me siento en mi lugar habitual al final y ella me sigue, se sienta a mi lado. Estoy sorprendido hasta que me doy cuenta de que sus dedos están temblando.
Ella tiene miedo.
Es demencial y extraño después de todo lo que ha pasado, pero ella se siente a salvo conmigo ahora mismo. No me atrevo a tocarla, porque eso significaría que esto es algo más de lo que es. Y sé que este... este sentimiento de amistad es una cosa pasajera, temporal. Lo que me asusta hasta la maldita muerte es que alguna parte de mi cerebro ha decidido que este acto insignificante de Rocio sentada a mi lado es el primer paso para
resolver todo lo que ha salido mal en mi vida. Lo cual lo hace todo más significativo.
Rocio
Hoy vi a Gaston hoy en la escuela. Los rumores están corriendo desenfrenados sobre los moretones en su rostro. Ninguno de los rumores es cierto.
Después de la escuela tomo el autobús para ir a casa de la Sra. Reynolds. Camino por el pasillo hasta donde Gaston está sentado. Él no mira hacia arriba. Tomo asiento junto a su lado como lo hice ayer.
Esta vez no anda detrás de mí después de que dejamos la parada del autobús a la casa de la Sra. Reynolds. Caminamos lado a lado, como si hubiera un acuerdo tácito entre los dos. Yo soy la única (además de pablo y sus amigos matones) que sabe cómo obtuvo Gaston sus moretones. La pelea de ayer me dio miedo. ¿Gaston se metió en la pelea porque Pablo me insultó? Independientemente de las razones que fueran, éramos nosotros contra ellos. Gaston y yo estábamos en el mismo equipo y no teníamos oportunidad de ganar.
Es por eso que corrí detrás de un árbol y llamé al 911 desde mi celular, para protegerlo/protegernos, porque él nunca sería capaz de luchar contra tres chicos solo, y Dios sabe que mi bolso de libros barato no podía aguantar mucho más, y nunca he sido capaz de aguantar una pelea de todos modos. La pelea está terminada, pero sus efectos posteriores no se han detenido.
Así que ahora es otro día de trabajo, juntos en casa de la señora Reynolds, pero no.
Gaston aun sigue mis condiciones: él no me habla mientras trabaja en el kiosco y yo planto más narcisos.
Tarareo canciones mientras trabajo. A veces la señora Reynolds tararea conmigo, hasta que comienza a cantar las palabras de las canciones a gritos tan fuerte que dejo de trabajar y abro y cierro mis ojos ante esta señora de edad que no le importa lo que la gente piense de ella.
Es realmente alucinante.
Cuando la señora Reynolds comienza a cabecear, camino dentro de la casa y me sirvo un vaso de agua. Antes de salir de la cocina, sirvo uno para Gaston también. En silencio, lo dejo en una de las tablas de madera junto a él.
De vuelta en el interior preparo un pequeño refrigerio, recuerdo que me olvidé de traer el plato de galletas desde el ático la semana pasada. Subo los dos tramos de escaleras hasta el ático y recojo el plato.
La puerta se cierra y grito. Gaston está de pie en el ático conmigo, el vaso de agua en sus manos. —¡Oh Dios Mío!
—No voy a hacerte daño, Rocio. Solo quería darte las gracias por el agua y… bueno, yo sé que no es fácil trabajar juntos, pero de verdad aprecio que no me eches a patadas.
—No puedes salir —dije.
—¿Por qué no?
—Porque la puerta se bloquea automáticamente.
Gaston mira el tapón de la puerta y solo lo saca del camino. —Estás bromeando, ¿verdad?
Sacudo la cabeza lentamente. Estoy tratando de no entrar en pánico sobre la realidad de estar encerrada con Gaston en un ático. Respira, Rocio. Inhala. Exhala. Inhala. Exhala.
Gaston intenta girar la perilla, luego trata una acción de girar-la-perilla-mientras-que-empuja-la-puerta. —Mierda —se gira hacia mí—. Tú y yo. En la misma habitación. Esto se supone que no debe pasar.
—Ya lo sé —digo.
—Podríamos gritarle a la señora Reynolds. Está durmiendo afuera, pero…
—Ella nunca nos oirá desde aquí. Su audición es marginal si estás a 3 metros de distancia. Cuando se despierte le gritaremos y entonces ella nos oirá.
—¿Entonces estás diciendo que estamos atrapados aquí?
Asiento con la cabeza otra vez.
—Mierda.
—Ya has dicho eso —le informo. Gaston empieza a pasear mientras lleva las manos sobre su corte de pelo.
—Si bueno, esto apesta. Estar encerrado se está convirtiendo en el tema de mi vida —murmura—. ¿Cuánto tiempo antes de que ella se despierte?
Me encojo de hombros. —Podría ser una media hora, pero a veces duerme durante una hora o más, como ayer.
Tomando una respiración profunda, él se sienta en el centro del piso se apoya contra el baúl de la Sra. Reynolds. —Es mejor si tomas asiento —dice.
—Tengo miedo a las arañas.
—¿Aún?
—¿Te acuerdas de eso sobre mí?
—¿Cómo podría olvidarlo? Tú y Mery solían hacerme su asesino de arañas personal —dice. Lo miro extrañada—. Siéntate —ordena—. Le estoy dando a la señora dos horas para liberarnos y entonces echaré la puerta abajo.
Ninguno de los dos dijo nada durante un tiempo. El único sonido es nuestra respiración y los escalofriantes golpes y crujidos de la vieja casa.
—¿Fue aterrador estar en la cárcel? —le pregunto, rompiendo el silencio.
—Algunas veces.
—¿Cómo cuando? ¿Qué te hicieron?
Me doy la vuelta y lo miro. Su expresión es cautelosa. —Tú sabes, eres la primera que pregunta por detalles.
—Admitiré que he escuchado rumores. Sospecho que la mayoría de ellos no son ciertos.
—¿Qué has oído?
Hundo mi labio, nerviosa por ser la primera en decírselo. —Vamos a ver… que tenías un novio en la cárcel… que te uniste a una pandilla… que intentaste escapar y te incomunicaron… que le pegaste a un tipo que después necesitó ser hospitalizado… ¿Debería continuar?
—¿Tú crees algo de eso?
—No. ¿Por qué? ¿Son verdad?
Él inclina la cabeza hacia atrás contra el baúl y deja escapar un largo suspiro. —Yo estuve en una pelea, y estuve incomunicado por eso. —pone las manos sobre sus ojos—. Estuve incomunicado durante treinta y seis horas. Dios, de todas las personas, no puedo creer que esté hablando contigo, sobre esto.
—¿Te dieron agua y comida?
Él se ríe. —Sí, sigues recibiendo las comidas. Pero estás durmiendo en una losa de cemento y un colchón de espuma de una pulgada por encima de eso. ¿Los médicos dicen si alguna vez caminarás sin cojear?
—No saben. Tengo que ir a la terapia física dos veces a la semana hasta que me vaya a España.
—¿España?
Le explico por qué estoy trabajando en casa de la señora Reynolds todos los días y de mi sueño de dejar Paradise para poder escapar del pasado.
—No podía esperar para volver a casa —admite—. Regresar aquí significaba que era libre de estar encerrado.
—Eso es porque eres Gaston. La gente siempre te aceptará. Lo único que me impidió ser una perdedora antes fue el tenis y Mery. Ahora que he perdido tanto, no tengo nada, excepto miradas humillantes y comentarios que la gente dice y que no quiero oír.
Gaston se para y pasea por el ático otra vez —El volver a casa apesta. Pero dejar Paradise seria una manera de escabullirse.
—Para mí —le digo—. Dejar Paradise significa libertad. Me siento encerrada solo por vivir en este pueblo donde todo el mundo me recuerda lo perdedora que soy ahora.
Gaston se agacha, su cara rígida delante de la mía. —Tú no eres una perdedora. Maldición, Rochi, siempre sabias lo que querías e ibas por ello.
Yo le digo la verdad. —Ya no es así. Cuando me golpeaste, una parte de mí murió.

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