sábado, 11 de febrero de 2012

LA REGLA NO ESCRITA CAPITULO 3

capitulo 3
Tomo el camino largo a casa porque no quiero estar pensando en Gastón y Eugenia cuando llegue allí. No quiero jugar al ―y si… como vengo haciendo más de la mitad de las veces. Quiero estar feliz por Eugenia y nada más. Pero cuando llego a casa, el coche de Gastón está en la entrada. Me detengo junto a él, mi estómago retorciéndose mientras mi corazón (estúpido, traidor) se agita en mi pecho, haciéndome marear. Miro al pórtico y veo sentados allí a mi padre, a Eugenia y a Gastón, los tres parcialmente iluminados por la gran esfera de cristal esmerilado que mi madre ganó como segundo lugar finalista en la Competición Mejores Casas y Estilos de vida de Súper pórticos de entrepisos para Cenar . Miro a Gastón y Eugenia —me hice a mí misma verlos— y mi corazón dejó de revolotear porque es así como son las cosas. Ésta es la realidad. ¿Pero por qué están aquí? —Hola, rochi —dijo mi padre, levantándose y abrazándome como si tuviera seis y no diecisiete. Suspiro pero le devuelvo el abrazo, contenta de que él no se estremezca por su cadera mala. —¿Por qué están en el pórtico? —le pregunto, y después miro a eugenia—. ¿Y cómo hiciste para llegar antes que yo? eugenia pone sus ojos en blanco.
—Conduces como un anciano, rocio —ella mira a mi padre—. Sin ofender, Sr.
—De ninguna manera —dice, y despeina su pelo. Odio cuando me lo hace a mí, porque me recuerda que mi pelo no es tan brillante ni se ve tan bien, sino que parece como si alguien lo hubiera despeinado todo el tiempo. A eugenia le gusta —aunque siempre lo tenga— y lo corta con una sonrisa tímida antes de girarse a gaston y curvar un brazo alrededor de sus hombros. —De todos modos —dice ella—. Estamos aquí para secuestrarte. Es viernes por la noche y mi mejor amiga no puede estar sentada sola en casa. Es decir, ¡lo haces todo el tiempo! Trato de no estremecerme en esto pero lo hago. eugenia tiene razón, pero aún así, duele… y tras eso mi padre agrega: —rochi, no tienes que quedarte en casa hasta la una, ¿sabes?, y además, no hay necesidad de perder el tiempo en casa esta noche —él me sonríe—. No a menos que quieras escuchar mi clase sobre jurisprudencia. O recordarme mis píldoras para la artritis, tu madre ya lo ha hecho dos veces incluso antes de que le diga que las tomé. Mi padre es grande para un padre —tenía cincuenta cuando nací— y se retiró de practicar abogacía hace siete años y ahora enseña a tiempo parcial en la Universidad.—¿Cómo está tu cadera?
 —Todavía conectada a mi cuerpo —dice con una sonrisa, y bajo la mirada a las zapatillas que estoy usando porque sé que está sufriendo y deseo que haya algo que pueda hacer. Por él. Pero no puedo. Las zapatillas que estoy usando son uno de mis pares favoritos: rosa brillante, con el forro y la lengua con una impresión de un cráneo blanco y negro, costuras y suelas negras y cordones rosa brillante. Verlas no me hizo sentir mejor.
—Entonces —dijo eugenia, ondeando una mano frente a mis ojos—. Como dije, te estamos secuestrando. ¡gaston, rápido, agárrala y vamos! Me muevo, levantándome así gaston no sentirá como que tiene que tocarme. Trato de no mirarlo mientras lo hago, pero no puedo evitarlo y veo que él me está mirando. Trago y mi padre ríe, dice: —rochi, no creo que gaston te haga daño. De hecho, no estoy seguro de que él pueda levantarte.
—Gracias, papá —dije, y él sacudió su cabeza y dijo: —Oh, no, no, no quería decir... bueno, eres delgada. rochi. Lo sabes. Quiero decir que gaston es muy grande... no que no seas capaz, estoy seguro, gaston. Pero no pareces como el tipo que corre para alcanzar —se limpió la garganta—. Bueno ¿por qué no entro y veo si tu madre necesita ayuda? —Papá —dije, medio avergonzada, medio preocupada por él, pero cuando fui a abrirle la puerta, me sacudió la cabeza y dijo:
—Anda, ve, diviértete.
—Asegúrese de tomar las pastillas —dijo eugenia, y mi padre sonrió y dijo: —Sí, de verdad tomaré mi medicina —y rizó su cabello antes de entrar. —Él es lindo —dijo eugenia, y tomó mi mano—. Ahora ven, rochi, trae tu pequeño trasero al juego. —No soy pequeña —dije, mirando a eugenia cuando me empujaba hacia el coche de gaston—. Tengo... huesos pequeños. Lo que quería decir que no tenía pecho, no tenía trasero, y por lo general el cuerpo de una niña de doce años, hasta el hecho de que mi pie era pequeño. Lo que estaría bien si tuviera doce años. Pero no está bien cuando tienes diecisiete y tu mejor amiga tiene el tipo de cuerpo que hace que los hombres hagan cosas como detenerse o verla incluso si está con otra chica. —Eres pequeñita —dijo gaston tras de mí, y eugenia dijo: —Por lo cual deberías conseguir un nuevo coche. Quiero decir, rocio todavía no ocupa toda la habitación —me sonrió mientras me metía en el asiento trasero—. Mira, prácticamente ella perdió el volver allí. Un nuevo, y más pequeño coche podría ser más cómodo para ella. —Sí, la capitana está a la deriva para volver —dije mientras me ponía el cinturón de seguridad. —¿Qué, no más chica a bordo? —dijo gaston, su sonrisa desapareció antes de meterse en el asiento delantero, y sé que él estaba pensando en el viaje de clase que tomamos el año pasado, cuando los dos nos mareamos y fuimos —y volvimos— al carril de la miseria compartida. Me sonrojé, con satisfacción y miedo. —Ustedes dos están raros —dijo eugenia—, pero aún me agradan.
—Gracias —dijimos gaston y yo al mismo tiempo, y eugenia se rió y empezó a besar el cuello de gaston. Descansé mis manos sobre mis rodillas y los vi, y vi las pequeñas luces que aparecen cuando conducimos. —Está bien, bien, sepárate de mí —dijo eugenia después de un momento. —Yo no... estoy conduciendo —dijo gaston. —¿No puedes tomarte un segundo y besarme? —No, quiero decir, yo... estoy conduciendo y este coche es, ya sabes.
Miré a mis manos. Tanto como no me gustara andar cerca con gaston y eugenia cuando se estaban besando, esto era mucho peor. Y la realidad es que estos momentos tensos son más comunes que los besos, han sido por mucho tiempo de hecho. —Ok, estás conduciendo —dijo eugenia, y escuché lo mucho que se esforzaba por sonar feliz—. ¿Puedes pensar por lo menos en pedir uno mejor? —Me gusta mi coche. —No es tuyo. —Es mío. —rocio ni siquiera tiene un coche, entonces el coche no puede ser quien eres —dijo eugenia—. ¿Cierto, rocio? —Yo... bueno, se supone que mi madre lo está consiguiendo en algún lado —dije, con la tensión que sentía, Entonces no lo sé. eugenia me miró por poco tiempo, y podría decir que ella estaba molesta porque yo no estaba de acuerdo con ella. Me incliné hacia delante para intentar hacer algo, decir algo, pero ella puso algo de música. Encontró una canción que le gustaba y la subió tan alto que las ventanas del coche prácticamente estaban vibrando. Tan fuerte que nadie podía decir nada.
 

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