GASTON
Estoy en el almacén quedan cada noche. Acabo de fumarme el segundo o tercer cigarrillo, ya he perdido la cuenta.
- Bebe un poco de cerveza y borra esa cara de deprimido -suelta mi amigo pasándome una Coronita. Le cuento que rocio me ha dejado plantado esta mañana y lo único que hace es negar con la cabeza, como si me lo mereciera por haberme acercado a la zona norte.
Cojo la botella pero vuelvo a lanzársela.
- No, gracias.
- ¿Qué pasa,? ¿No es lo suficientemente bueno para ti? -pregunta probablemente el más imbécil Le lanzo una mirada de advertencia, sin decir palabra.
Nadie quiere meterse en líos conmigo. Durante mi primer año como pandillero demostré mi valía en un encontronazo con una banda rival.
Cuando era crío, solía pensar que podría salvar el mundo... o al menos salvar a mi familia. «Nunca me convertiré en miembro de ninguna banda», me repetía a mí mismo cuando ya tenía edad de meterme en una. «Protegeré a mi familia con mis propias manos». Entonces, solía soñar con otro futuro, sueños ilusos en tíos que podía mantenerme al margen de las bandas y seguir protegiendo a mi familia. Pero esos sueños se desvanecieron hace mucho tiempo, condenando mi futuro, la noche en la que dispararon a mi padre a unos cinco metros de mí. Tenía seis años.
Cuando me acerqué a su cuerpo, todo lo que pude ver fue una mancha roja extendiéndose por la parte delantera de la camiseta. En cuestión de segundos, mi padre se quedó sin aliento. Aquello fue todo. Había muerto.
No me acerqué demasiado, ni tampoco lo toqué. Tenía demasiado miedo. No dije ni una palabra durante los días posteriores a su muerte. Incluso cuando la policía me interrogó, no fui capaz de hablar. Llegaron a la conclusión de que me encontraba en estado de shock, y que mi cerebro no sabía cómo procesar lo ocurrido. Tenían razón. Ni siquiera recuerdo el aspecto del que le disparó. Nunca he podido vengar la muerte de mi padre, aunque cada noche rememoro la escena del disparo e intento juntar las piezas del rompecabezas. Si pudiera acordarme, ese cabrón pagaría por lo que hizo.
Lo que ha sucedido hoy, sin embargo, está perfectamente claro en mi mente. Rocio me ha dejado plantado, su madre me ha mirado con el ceño fruncido... cosas que deseo olvidar pero que parezco tener incrustadas en el cerebro.
Paco vacía la mitad de la cerveza de un trago, sin importarle que le caiga por las comisuras de los labios y que le salpique la camiseta.
- Daniela te la jugó bien, ¿verdad?
- ¿Por qué lo dices?
- No confíes en las chicas. Y si no, fíjate en rocio...
Puede que no quieras escuchar lo que voy a decirte, gaston. Pero vas a tener que hacerlo estés o no borracho, daniela, esa ex tuya, esa sexy que adora los cotilleos y hacerle chupones a sus novios, te dio una puñalada por la espalda. De modo que lo único que haces con rocio es utilizarla porque necesitas devolverle el golpe a alguien. -Escucho, sin mucha gana, mientras cojo otra cerveza.
- ¿Crees que intento hacer eso con mi compañera de clase de química?
- Sí, pero te va a salir el tiro por la culata, colega, porque en realidad esa chica te gusta. Admítelo.
- Solo me interesa por la apuesta -concluyo, sin ninguna intención de admitir nada.
ríe con tanta fuerza que acaba tropezando y cayendo de culo sobre el suelo del almacén. Me señala con la cerveza que aún sostiene en la mano.
- Amigo, se te da tan bien mentirte a ti mismo que empiezas a creerte todas las gilipolleces que sueltas por la boca. Esas dos chicas son polos opuestos, gaston.
Cojo otra cerveza. Cuando abro la pestaña, reflexiono sobre las diferencias entre Daniela y rocio. Daniela tiene una mirada sexy, oscura y misteriosa. La mirada de rocio parece más bien inocente, con esos ojos tan claros que casi puedes ver a través de ellos. ¿Seguirá siendo así cuando haga el amor con ella?
Mierda. ¿Hacer el amor? ¿Por qué coño he mezclado a rocio y el amor en una misma frase? Se me está yendo la cabeza.
La siguiente media hora, la paso bebiendo tanta cerveza como puedo. Así me siento lo suficientemente bien como para no tener que pensar... en nada.
Una voz de chica me saca del ensimismamiento.
- ¿Os apuntáis a una fiesta? -pregunta.
Miro a unos ojos de color chocolate. Aunque mi mente esté nublada y me siento mareado, sé con seguridad que el chocolate es lo opuesto a lo azul. No quiero lo azul. El azul me confunde demasiado. El chocolate es sencillo, es más fácil tratar con él. Algo no va bien, pero no soy capaz de identificar de qué se trata. Y cuando siento los labios de chocolate sobre los míos, deja de importarme todo excepto apartar el azul de mi mente. Aunque también recuerde que el chocolate puede ser amargo.
- Sí -digo cuando separo los labios de los de ella-. ¡Vámonos de fiesta!
Una hora más tarde, estoy con el agua hasta la cintura. Deseo convertirme en un pirata y surcar mares solitarios. Por supuesto, en el fondo de mi confusa mente sé que estoy contemplando el Lago y no un océano. Pero en este momento que no pienso con claridad, ser un pirata me parece una opción de narices. Sin familia, sin preocupaciones, sin chicas de pelo rubio y ojos miel que me perforan al mirarme.
Unos brazos me rodean el torso, como tentáculos.
- ¿En qué piensas, cariño?
- En convertirme en pirata -murmuro al pulpo que acaba de dirigirse a mí con tanta confianza.
Las ventosas del pulpo me están besando en la espalda y avanzan hasta la cara. Pero en lugar de asustarme, me siento a gusto. Conozco este pulpo, estos tentáculos.
- Tú serás un pirata y yo una sirena. Podrás rescatarme.
De algún modo, tengo la sensación de que es a mí a quien deberían rescatar porque siento que me está ahogando con sus besos.
- daniela -le digo al cefalópodo de ojos marrones que se ha transformado en una sexy sirena, comprendiendo de repente que estoy borracho, desnudo y con el agua hasta la cintura en el Lago.
- Shh, relájate y disfruta.
daniela me conoce lo suficiente como para hacerme olvidar la realidad y ayudarme a concentrarme en la fantasía. Me abraza con sus manos y su cuerpo. Parece ingrávida en el agua. Llevo las manos hacia lugares en los que he estado antes y tanteo un territorio que me resulta familiar, pero la fantasía no me invade esta vez. Y cuando vuelvo la mirada hacia la orilla, el bullicio provocado por mis ruidosos amigos me recuerda que no estamos solos y que a mi pulpo-sirena le encanta tener público.
A mí no.
Cojo a mi sirena de la mano y empiezo a caminar hacia la orilla. Hago caso omiso de los comentarios de mis colegas y le digo a mi sirena que se vista mientras yo me pongo los pantalones. Hecho esto, la tomo de nuevo de la mano y nos abrimos paso a través de la multitud hasta dar con un espacio vacío en el que poder sentamos junto a nuestros amigos.
Me recuesto sobre una enorme roca y estiro las piernas. Mi ex novia se acurruca a mi lado, como si nunca hubiéramos roto, como si nunca me hubiera engañado con otro. Me siento atrapado, sin escapatoria.
Ella da una calada a algo más fuerte que un cigarrillo y me lo pasa. Observo el porro fino y bien liado.
- Esto no llevará alucinógenos, ¿verdad? -pregunto. Estoy deshecho, y lo último que necesito es mezclarla marihuana y la cerveza con otras drogas. No quiero matarme, solo pretendo alcanzar un estado de entumecimiento temporal.
- Solo es marihuana, cariño - dice, poniéndome el porro en los labios.
Quizás me ayude a dejar la mente en blanco y olvidar todo lo relacionado con disparos y ex novias, y apuestas en las que tengo que acostarme con una chica que cree que soy la escoria de la sociedad.
Acepto el porro y le doy una calada.
Las manos de mi sirena avanzan hacia el pecho.
- Puedo hacerte feliz, gaston -susurra, tan cerca de mí que puedo oler el alcohol y la marihuana en su aliento. O quizás sea el mío, no estoy seguro-. Dame otra oportunidad.
La droga y el alcohol confunden mis sentidos. Y al rememorar la imagen de pablo y rocio abrazados en el instituto, acerco el cuerpo de daniela hacia mí.
No necesito una chica como rocio.
Necesito una chica sexy y picante como daniela, mi sirenita mentirosa.

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