GASTON
Cuando llega el viernes y rocio entra en clase., todavía estoy pensando en el modo de devolvérsela por haberme tirado las llaves en los arbustos el fin de semana pasado. Tardé cuarenta y cinco minutos en encontrar las jodidas llaves, y durante todo ese tiempo, no dejé de maldecirla. Vale, fui yo quién lo empezó todo. Y también tengo que darle las gracias por ayudarme a hablar de la noche en la que murió mi padre porque, después de hacerlo, llamé a los miembros más antiguos para preguntarles si sabían quién podría guardarle tanto rencor.
rocio lleva toda la semana muy desconfiada. Está esperando que le gaste alguna broma por el incidente de las llaves. Después de ciase, cuando estoy en la taquilla cogiendo los libros para regresar a casa, se acerca a mí hecha una furia enfundada en su uniforme de animadora.
- Sígueme a la clase de lucha libre.
Tengo dos opciones: seguirla hasta donde me pide o marcharme del instituto. Cojo los libros y entro en el pequeño gimnasio. rocio me espera, con su llavero sin llaves en la mano.
- Mis llaves han desaparecido por arte de magia, ¿dónde están?–pregunta-. Voy a llegar tarde al partido si no me lo dices. me echará a patadas del equipo si no aparezco.
- Las he tirado por ahí. Deberías comprarte un bolso con cremallera. Nunca sabes cuándo pueden meter la mano y quitarte algo.
- Me alegra descubrir que eres un cleptómano. ¿Puedes darme una pista de dónde las has escondido?
Me apoyo contra la pared de la clase de lucha libre, pensando en lo que la gente diría si nos encontrara aquí juntos.
- Es un lugar mojado. Muy, muy mojado -digo, dándole la pista que exige.
- ¿En la piscina?
- ¿Creativo, verdad? -digo, asintiendo con la cabeza.
Ella intenta empujarme contra la pared.
- Voy a matarte. Será mejor que vayas a por ellas.
Si no la conociera, diría que está intentando ligar conmigo. Creo que le gusta el jueguecito que nos traemos entre manos.
- Cariño, a estas alturas deberías conocerme mejor. Tendrás que encontrarlas sola, como hice yo cuando me dejaste tirado en el aparcamiento.
rocio ladea la cabeza, me lanza una mirada triste y hace un puchero. No debería concentrarme en la expresión de sus labios; es peligroso. Pero no puedo evitarlo.
- Dime dónde están, gaston, por favor.
La dejo en ascuas un minuto antes de darme por vencido. Ahora mismo, el instituto está casi vacío. La mitad de los estudiantes están de camino al partido de fútbol. Y la otra mitad se alegra de no estar de camino al partido de fútbol.
Caminamos hasta la piscina. Las luces están apagadas, pero los rayos del sol que aún atraviesan las ventanas la iluminan lo suficiente. Las llaves de rocio están justo donde las he lanzado, en mitad de la zona más profunda. Señalo las brillantes llaves bajo el agua.
- Ahí las tienes. A por ellas.
rocio se queda inmóvil, con las manos sobre su falda corta, reflexionando sobre el modo de hacerse con ellas. Se acerca pavoneándose al largo palo que cuelga de la pared y que se utiliza para sacar a la gente del agua.
- Muy fácil -dice.
Pero cuando introduce el palo en el agua, comprende que no le va a resultar tan sencillo. Reprimo una carcajada mientras la observo intentar lo imposible desde el borde de la piscina.
- Siempre puedes quitarte la ropa y lanzarte desnuda. Vigilaré por si viene alguien.
Ella se acerca a mí con el palo firmemente agarrado entre las manos.
- ¿Te gustaría que lo hiciera, verdad?
- Pues claro -replico, aunque no hace falta que lo haga-. Aunque he de advertirte que si llevas braguitas de abuela, se me caerá un mito.
- Para que lo sepas, son de seda rosa. Y ya que estamos compartiendo información personal, ¿tú llevas bóxers o calzoncillos cortos?
- Ninguna de las dos cosas. Llevo a los chicos al aire, ya sabes a qué me refiero. -En realidad, no los llevo al aire, pero eso tendrá que averiguarlo por sí misma.
- ¡Qué asco, gaston!
- No digas eso hasta que no lo pruebes -sugiero, antes de encaminarme hacia la puerta.
- ¿Te vas?
- Pues... si.
- ¿No vas a ayudarme a recuperar las llaves?
- Pues... no.
Si me quedo, me veré tentado a pedirle que no vaya al partido de fútbol y que se quede conmigo. No estoy preparado para oír la respuesta a esa pregunta. Jugar con ella no me hace ningún daño. Demostrarle de qué estoy hecho en realidad, como hice el otro día, me hizo bajar la guardia. No estoy dispuesto a hacerlo otra vez. Abro la puerta de un empujón después de mirar a rocio por última vez, preguntándome si dejarla plantada ahora me convierte en un idiota, un capullo, un cobarde o todo a la vez.
Una vez en casa, lejos de rocio y de las llaves de su coche, busco a mi hermano.

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